—¿Estás segura de querer casarte conmigo? —preguntó Haarón, con voz apacible y de aceptación.
—Yo siempre hablo de manera inequívoca. Ese mi lema —respondió Honey con arrogancia, mientras extendía su brazo hacia él.
—Espera un momento —dijo él. Si quería casarse, debía hacer las cosas bien.
Haarón salió del cuarto de sacristía, atravesó los invitados sin decirles nada y abandonó el sitio, buscando una tienda de juguetes. Había gastado todo su dinero en la iglesia, alquilando un restaurante y un hotel para la luna miel; estaba corto de dinero. El sol de la mañana desplacía con ímpetu en las alturas. Debido al traje de novio, a la carrera que había realizado y a la temperatura calurosa, se había sudado. Pero mientras caminaba, observó a los lejos una juguetería. Entró a toda prisa y miraba a todos lados tratando de encontrar lo que buscaba. Tardó algunos segundos, pero era como un milagro, cuando divisó varios anillos, que tenían la forma de un diamante en la parte superior; había de varios colores. Cerró los parpados. ¿Cuál le gustaría a ella? Entonces la imagen del cabello rubio ondulado llegó a sus pensamientos y la respuesta a su cuestionamiento ya había sido resuelta. Se devolvió corriendo con Honey. Trataba de normalizar su agitada respiración.
—¿Qué ha sucedido? —interrogó Honey al verlo sofocado. No se explicaba por qué había salido corriendo, pero tenía agallas para dejarla con la palabra en la boca.
—¿Quieres casarte conmigo? —comentó Haarón, liberando un suspiro. No sabía si era bueno o malo desposar a una desconocida, pero era una cuestión de vida o muerte.
Honey observó con particular asombro la escena. Era sorprendente y algo único, a pesar de lo rápido que sucedían los eventos.,
—Sí, acepto —respondió ella, complacida.
—Me das tu mano de derecha. —Honey arrugó el entrecejo, aunque no podía negarse. ¿Qué era lo quería hacer? Haarón apretó la mano de Honey; era suave y delicada, y le puso la sortija anaranjada en el dedo anular derecho—. ¿Qué es lo que tienes planeado?
Honey miró el anillo y sonrió con disimulo. Así, que, había ido a buscar la sortija de la proposición del matrimonio. Jamás había imaginado que le obsequiaran una de fantasía; debido a su poderío económico. Era sorpresivo y único, pero había quedado satisfecha, algo que era muy difícil de conseguir, y él, lo había logrado con un pequeño y magnifico detalle como un anillo de un bajo precio. Entonces sacó el celular que tenía en su bolso de mano. Marcó unos cuantos números y se lo puso en la oreja.
—Prepara un certificado de constancia de matrimonio, para presentar ante el juez. Avisa al restaurante, para la recepción de la boda. Llama al resort para que tengan todo listo. Llama al chef, a los mejores músicos, a mi estilista y a mi diseñador de modas. Reparte las invitaciones a los más cercanos a mí y a los a un par que sean relevantes —dijo Honey, dándole la lista de pendientes a su secretaria ejecutiva—. Hoy me casaré.
—Entendido, mi señora. Ya mismo me colocó a hacer los preparativos —respondió Lila, al otro lado de la línea.
—Termina y arréglate tú también, serás mi la madrina principal y dama de honor—dijo Honey y colgó la llamada. Luego se dispuso a marcharse del lugar.
—Vámonos —dijo Honey, para que no se quedara atrás —. Tienes que avisarles a tus invitados de la nueva dirección de la boda. Mandaré a buscarlo en mis limusinas. Nada más diles que esperen un poco.
Haarón se mantuvo paralizado en su sitio. Creía que se casarían en algunos días, pero era hoy. Ni siquiera lo asimilaba. Pero ya ni había tiempo para lamentos, había tomado una decisión y no había oportunidad de retorno.
—¿Te puedo presentar con mis padres? —preguntó él, decaído y avergonzado. No tenía la menor idea en lo que podría estar pensando ella—. Al menos debo decirles a ellos.
Honey se detuvo y se devolvió a esperar.
—Hazlo. Ve y búscalos. Serán mis suegros de todas maneras. No puedo negarlo —dijo ella, tranquila—. Pero antes dime, ¿cómo se llaman?
Haarón trajo a su mamá y a su papá, luego de haberle revelado los nombres a su prometida.
—¿Qué pasa, Haarón? ¿Por qué saliste corriendo sin decir nada? Pensé que ibas a cometer una locura —dijo la madre, preocupada y alarmada, mientras le sobaba las mejillas
—No haría eso, madre —comentó él, intentando revelar la demás información—. Quiero decirles algo.
—¿Qué pasa, hijo? —preguntó el padre—. Te veo tenso.
—Quiero presentarle a alguien —dijo Haarón, señalando a Honey.
—Mucho gusto, señora Abigaíl y señor Harry. —Los saludó a los dos—. Soy Honey Hawley, la prometida de su hijo. Nos casaremos en la tarde.
Abigaíl y Harry palidecieron ante lo que escuchaban. Hace poco había sido dejado plantado, por la novia de toda su vida, y ahora, le presentaba a una mujer desconocida como su nueva novia.
—¿Es tu amante, Haarón? —preguntó la madre, agitada y confundida—. ¿Cómo qué se casarán hoy?
—Explícanos lo que sucede, hijo. No entiendo —comentó el padre, apoyando a su esposa—. ¿Cómo es que tienes otra prometida?
Haarón tragó saliva. ¿Cómo iba a explicar algo que tampoco sabía cómo había llegado a ese punto? Era inimaginable. Volvió la mirada a su nueva novia, pues no hallaba la respuesta a los interrogantes de sus padres.
Honey observó el semblante de súplica de Haarón, como si le estuviera pidiendo ayuda de manera telepática. Pero lo entendía, esto era sorprendente para todos.
—No sé equivoque, señora, nos hemo comprometido hace pocos minutos y nunca antes lo había visto. ¿Cree en el amor a primera vista? Bueno, haga de cuentas que me he enamorado de su hijo con solo verlo —dijo Honey de forma altanera—. Ahora, bien. ¿Qué suponen que le espera al futuro de Haarón? Dolor y sufrimiento por una mujer que lo ha dejado plantado. Eso es mucho peor, que cualquier otra cosa que se puede hacer en esta vida. —Honey inclinó su cabeza hacia atrás y endureció la expresión de su cara—. La decisión ya ha sido tomada y nos casaremos aunque ustedes quieran o no. Vamos, Haarón. —Se acercó a la puerta y miró a sus suegros por encima del hombro, que ya los había dejado en completo silencio—. Enviaré una limusina exclusiva para ustedes.
Honey salió de manera definitiva del cuarto de sacristía. Caminaba con el rostro levantado, mostrando su elegancia y su clase social.
—¿Una limusina? —comentó la madre, curiosa—. ¿Quién es ella?
—Es mi prometida —respondió Haarón y abandonó la estancia, para advertir a los invitados—. La ceremonia de boda, continuará —dijo él, captando la atención de los presentes—. Esperen un poco y el transporte llegará pronto, para el nuevo lugar en el que será celebrado la boda.
—¿Cómo es eso, hijo? —preguntó el sacerdote, confundido, similar a los asistentes—. Pensé que ya no ceremonia.
—Eso también creía yo, padre. Por favor, solo les pido que esperen un poco más.
—¿Haarón, qué pasa? ¿La boda continúa? —preguntó Webster, uno de sus amigos, que se había acercado a él, para informarse de la situación.
Haarón comenzó a ver a las personas, que se encontraban en la iglesia, pero no halló al que necesitaba.
—¿Dónde está Oliver? —preguntó él. Se había olvidado de su padrino del matrimonio.
—En todo el tiempo que llevo aquí, no lo he visto —respondió Webster, preocupado—. ¿Por qué?
Las imágenes donde Jessica le había enviado un video a él y todos los invitados, regresaron a sus pensamientos y lo perturbaron. Tragó saliva y su garganta estaba reseca. Ni su antigua prometida, ni su mejor amigo había llegado a la catedral. Acaso, ¿en verdad eran amantes y se habían escapado juntos? Un escalofrío le recorrió el cuerpo y se sintió débil. Ya no podía hacer más nada que resinarse y hacerse responsable de la reciente decisión que había tomado.
—Necesito que tú seas mi padrino, Webster —dijo él, poniéndole la mano en el hombro—. Confía en mí, solo espera.
Haarón empezó a dar pasos veloces para tratar de alcanzarla y la divisó en el lujoso auto n***o, con el que la había visto llegar a la tienda de ropa. Se subió y se sentó al lado de la rubia. Respiró profundo para calmarse. Estaba nervioso y su pulso se había acelerado al hablarle a la multitud, pues había llorado frente a ellos y por la posible traición de las personas en que más confiaba.
—Lo hiciste bien —dijo ella, satisfecha por la intervención de Haarón con el público—. Puedes colocarte en marcha. Dirigirte al resort.
—Como usted ordene, señora —contestó el chofer.
Honey cayó en cuenta de un último asunto. El sitio donde había comprado el anillo no debía estar muy lejos, por lo que el sitio estaría cerca.
—¿Dónde lo conseguiste? —Le mostró el dedo con la sortija a Haarón, para que supiera a qué se estaba refiriendo.
—Más adelante, en una tienda de juguetes —respondió Haarón y después le señaló con el dedo índice el local.
—Espera —dijo ella, ordenando a su chofer que se detuviera—. Detén el auto.
Honey jaló la maneta para abrir la puerta y se bajó del carro. Entró a la tienda. Escudriñó con la mirada los números estantes y muebles de la tienda; era un poco grande, por lo que caminó por poco tiempo, mientras observaba de mejor manera, hasta que encontró lo que estaba buscando.
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? —preguntó la vendedora de la tienda de modo cordial.
—¿Qué precio tienen esos anillos? —interrogó Honey, señalándole la estantería.
—Esos mismos —dijo ella—. Hace poco un hombre también vino buscando uno, solo valen dos dólares.
Honey inclinó cabeza hacia atrás.
—La existencia de un valor es el resultado de la interpretación que hace el sujeto de la utilidad, deseo, importancia, interés, belleza del objeto. —La vendedora se sintió perdida con el discurso de Honey, pero la oía con atención—. Es decir, que la valía puede ser colocada por el comprador, porque el cliente siempre tiene la razón. Le prepongo algo, lo que saque de mi bolsillo, es lo que le pagaré por el anillo. ¿Qué le parece? Le aseguro que hay más de dos dólares.
—Bueno, no tengo problema aceptar su proposición.
Honey metió la mano en su bolsillo y cuando la sacó, la vendedora palideció con el monto que vio.
—Aquí tiene —dijo Honey, como si nada, entregándole el p**o—. Si le doy dos dólares, serán anillos que no tienen ningún valor monetario, pero ahora tendrán un valor de una sortija costosa.
La vendedora quedó paralizada como una estatua, sin ser capaz de emitir ni una sola palabra más. Eran treinta billetes de cien dólares, para un total de tres mil; eso no lo ganaba ni en un año laboral, y lo había conseguido con una sola sortija de fantasía. Levantó la mirada, para ver a la rubia que le había dejado semejante cantidad de dinero.
—Señora, no puedo aceptar… —dijo la vendedora, pero Honey ya no estaba a su vista.
Haarón miraba hacia el techo. Pasaron pocos segundos y luego ella volvió. ¿Por qué se había detenido?
—¿Sucedió algo? —preguntó él, cuando Honey se sentó a su lado.
—Dame tu mano derecha. —Haarón la miró y le extendió el brazo sin hacerla esperar. Entonces percibió una vez más la suavidad en el palmar de Honey; era liso y agradable al tacto. Ella le puso el mismo anillo anaranjado en el anular derecho—. Yo soy la que te he pedido matrimonio, ahora estamos a la par.
—Hay algo que quisiera decirte —dijo él. Luego inhaló aire por la nariz y exhaló por la boca—. La manera en que le hablaste a mis padres. Podrías ser más considerada la próxima vez.
—Entiendo —dijo Honey. Inclinó su cabeza hacia atrás y encogió los hombros—. Me molestó un poco lo que dijo tu madre. Yo no soy la amante de nadie.
—Cierto. Me disculpo por ella, pero es que esto ha tomado por sorpresa a todos —comentó él con voz apacible.
—Está bien, yo también lo siento —comentó ella y observó el móvil en el bolsillo de él—. ¿Puedes prestarme tu celular?
Haarón se sacó el aparato tecnológico, pero cuando se lo iba a dar, se acordó de las fotos que se había sacado con antigua prometida. Además, que, el protector de pantalla y la imagen de inicio era un con la que estaba abrazado y besándose con Jessica. Se detuvo de inmediato y observó como ella había arrugado el entrecejo. Era mejor eso, nadie le gustaría ver a su futuro esposa o esposa, mostrándose cariño con la ex.
—Espera un momento. —Haarón se dio vuelta, para evitar que Honey lo viera y empezó a enviar a la papelería los archivos de imagen relacionada con Jessica y también para cambiar los salvapantallas. Se aseguró de quitarlos todos, por lo que ya era prudente entregárselo—. Aquí tienes. El patrón es una “H”.
Honey agarró el celular, era de gama aceptable y deslizó la yema de su pulgar sobre el monitor táctil. Marcó un número y lo guardó en los contactos. Entonces se lo devolvió a Haarón. Luego sacó el suyo, que era un costoso y poderoso smartphone último modelo.
—Marca al número que he registrado en el tuyo, ese es mi contacto —dijo ella de manera tranquila—. Así sabré el tuyo.
—Está bien.
Haarón manipuló su móvil y se quedó perplejo al ver cómo se había colocado: “Esposa”; Jessica no lo había dejado inscribirla con ese apodo, nada más después de que se casaran, pero Honey lo había de forma voluntaria sin presentar impedimento alguno. Lo mantuvo en sus manos, mientras timbraba y en un par de segundos, comenzó a sonar el celular de la rubia.
Honey canceló la llamada y salvó el número en su teléfono.
—Ya te he guardado —dio ella como si nada. Luego presionó la pantalla, para llamar a su secretaria.
Haarón sintió curiosidad por cómo lo había agendado. Pero resultaría algo incensario en esos momentos; lo importante era que tuvieran el contacto registrado.