2. La inversionista

1738 Words
[Fecha de estreno: 01 de abril de 2022] —Lo haré —dijo él, parándose firme, como si fuera un militar, presentando saludo a su oficial superior y levantó su cabeza—. ¿Qué necesitan? Haarón creyó que ya se había solucionado el inconveniente, pero no era así. —¿Qué me recomiendas? —preguntó la rubia e inclinó su cabeza hacia atrás. Los ojos de ella se quedaron detallándolo. Lo observaba atento. Haarón se dio cuenta de inmediato; lo estaba poniendo a prueba. ¿Cómo es qué una pregunta tan casual se había convertido en auténtico dilema? ¿Por qué dos mujeres que aparecieron de la nada amenazaban con destruir el negocio en el que ya llevaba un par de años trabajando? No sabía las identidades de ellas, pero eran de tener cuidado, más de la rubia, que, sin ninguna objeción, era la que estaba al mando. Inhaló aire por la nariz y lo dejó escapar de manea sutil por la boca. Había dicho; “¿Qué me recomiendas?”, por lo que las compras serían para ella y no para la castaña. Tenía que centrarse nada más en la rubia, en nadie más. Algunas personas nacían con talentos innatos y otras tenía que obtenerlas mediante la práctica; esa última, eran las habilidades adquiridas. Pero él había nacido con un don, que también había estado perfeccionando; podía estudiar a los demás, pero no el comportamiento humano producto del psicoanálisis, sino por medio de la psicología de los colores, dando como resultado que tipo de ropa iba mejor con cada quien. Empezó a examinarla desde de arriba hacia abajo; no había más nada que decir del rostro, era preciosa y con facciones asimétricas. Era de figura delgada, un poco alta, de hombros pequeños, cintura angosta, caderas anchas y los senos se encontraban separados con ligereza. Veía que el color dominante que utilizaba era el blanco, acompañado de un beige. Sin mencionar que, se notaba a leguas que era muy seria, por lo que las tonalidades que formaban parte del segmento de luz natural y que hacían parte de círculo cromático, quedaban descartados de la ecuación. Si le gustaba el blanco, era más probable que le atrajera el n***o. En sus pensamientos empezó mostrarse una hoja de papel, en la cual estaba dibujada la rubia, y entonces, varios conjuntos de ropas se combinaban en su boceto, para descubrir el atuendo óptimo para ella. Similar a un juego de celular, quitaba y ponía prendas a una muñeca virtual, como una aplicación creada para móviles. Nada más tardó algunos segundo y ya lo tenía, había terminado de recrear las mezclas que le quedarían mejor. —Síganme, le mostraré mis recomendaciones. Haarón comenzó a caminar. Las dos compradoras se vieron la una a la otra, mientras que el vendedor parecía haberse quedado pasmado, por pocos segundos, y después, les había hablado como si nada. Pero lo siguieron, querían ver que era lo que tenía por ofrecerles. La misteriosa mujer, de cabello rubio ondulado, y vista avellana, frunció el ceño al ver caminar de un lado para otro al vendedor. Él era raro, pero al estar sumergida en el mundo de los negocios; tenía un buen ojo para distinguir a las personas con talentos potenciales; y él era especial. Además, se notaba que la había analizado, ni siquiera se había tomado la molestia de disimularlo, aunque sea un poco. Se sintió extraño, porque ella era la que acostumbraba a estudiar a las otras personas. Nada más quedaba a la expectativa de lo que pudiera hacer el vendedor. Haarón buscaba las piezas que necesitaba. Palpaba con la yema de sus dedos la suavidad y la calidad de la tela de las diversas prendas. La ropa era su debilidad, pero no comprarlas, ni tampoco venderlas, si no, hacerlas desde cero, confeccionarlas, moldearlas, darles vida, como un diseñador de modas; ese era su sueño frustrado. Era feliz vistiendo a cualquiera que lo necesitara, pero solo se limitaba como vendedor, y por eso, Oliver, su amigo, siendo conocedor de la habilidad que él tenía, lo había contratado en la tienda principal. Era el mejor, pero era claro que no podía gritarlo a los cuatro vientos, y tampoco le gustaba llamar la atención, nada más hacia lo que más le apasionaba: la moda. Primero desocupó un mostrador de crista, para tener más espacio. Luego, iba colocando y organizando los atuendos, con base en lo que había imaginado. Después de un par de minutos, les avisó a las dos damas, que ya había terminado, y en consecuencia, se había formado una preciosa exhibición de quince vestimentas distintas, ordenadas sobre la superficie cristalina de la vitrina. La mujer rubia daba pequeños pasos, detallando con expresión seria las mezclas que había hecho Haarón en el exhibidor. No demostraba ni gusto, ni tampoco desconcierto; era complicado saber en qué estaba reflexionando, o, si le había agradado. Empezó a caminar y la castaña le siguió el paso, por lo que ambas le daban la espalda a él. Pero esta vez en dirección a la salida. Haarón estaba a la expectativa, era muy difícil leer a alguien que no expresaba nada. Luego bajó su cabeza en señal de derrota, al verlas marchar sin emitir ni una sola palabra. —Me lo llevaré —dijo la rubia con voz neutra. Haarón levantó la cara y sus ojos se iluminaron de felicidad, al menos le había gustado una combinación de las quince que había realizado. Considerando que hace poco había dicho que iba a destruir la tienda, y ahora se lleva una pieza, era un gran resultado. —¿Cuál desea llevar? —preguntó él, tratando de contener la alegría que nacía en su pecho. La desconocida que lo había puesto a prueba, giró su cuello, mirándolo por encima del hombro. —Me los llevaré todos. Haarón estaba en la oficina de su amigo y jefe, Oliver; lo había mandado a llamar, luego de que hubiera finalizado de atender a las dos extrañas. —¿Sabes quién era esa mujer a la que atendiste? —dijo Oliver. Se encontraba de pie, con su portátil abierto. Había visto todo lo que había sucedido, por medio de las cámaras de video. —No la conozco, pero sé que no es alguien común. Pagó una gran suma de dinero por toda esa ropa. —Ella es una inversionista y una de las personas más ricas de este país. Ni siquiera me explico cómo es qué ha terminado en esta tienda, cuando hay muchas más prestigiosas que la mía —dijo Oliver, nervioso—. Gracias por lo que hiciste, pudiste controlar la situación. —Solo hice mi trabajo —respondió él con modestia—. Pero dime, ¿cómo se llama esa inversionista? —El nombre de ella es… —comentó Oliver. —Honey Hawley —dijo Haarón, saliendo del recuerdo. Era cierto, ya se habían conocido, pero el dolor que le había provocado el abandono de su prometida, había hecho que no pensar con claridad. Ya se había relajado un poco, y por eso, sus recientes vivencias, regresaban de forma nítida. —Lo ves —respondió Honey de manera tranquila—. Ya nos habíamos conocido antes. —Nada más nos hemos visto una vez —dijo Haarón, asimilando la verdadera identidad de la extraña mujer; era una inversionista multimillonaria y poderosa. Por lo que quedaba aún más confundido, ella era inalcanzable para él y jamás había llegado a imaginar en conquistar a una mujer de un estado social mucho más alto. Eran como una reina y un plebeyo, o, en este caso, un vendedor y una inversionista adinerada—. No es tiempo suficiente para casarnos. —Eso es relativo —respondió Honey Hawley, haciendo alarde de su inteligencia; no solo por ser bella se lograba crear y mantener una fortuna, además de hacer estudio de los negocios más prometedores del mercado de la elite nacional e internacional. Era diestra con las matemáticas y la estadística, portando un grado en economía, una maestría en contabilidad, análisis y auditoría, y, por último, un doctorado—. La distancia y el tiempo no son absolutos, sino que dependen del observador. ¿Sabes que significa? —Haarón no tenía nada para objetar, quería oír lo que ella tenía por decir—. Una pareja podría demorar varios años, algunos meses, un par de días, y algunas personas nada más les ha tomado horas en casarse. ¿Cuál es la diferencia? Eso depende de cada quien, y para mí, el tiempo es valioso y no lo pierdo en cosas superfluas. Soy una mujer de negocios. Así, que, déjame proponerte uno. —¿Por qué? —preguntó él, viéndola fijo. Esto cada vez se tornaba más increíble, ya hasta estaba nervioso—. ¿Por qué alguien, cómo tú, se querría casar conmigo? Digo, tú lo tienes todo y yo no puedo ofrecerte algo que no puedas obtener con tu dinero. —Asómate por la puerta —dijo Honey con semblante astuto y arrogante. Haarón arrugó el entrecejo y se asomó con cuidado—. ¿Qué es lo que vez? Haarón bajó la cabeza y un par de lágrimas volvieron a emerger de sus ojos. Pero a la vez también se enojó. Honey detalló como Haarón volvía a llorar, pero esta vez notó un a expresión diferente. Lograría convencerlo pronto. No era de su estilo los eventos inesperados, pero quería ayudarlo. Además, también lo hacía por su propio beneficio, para cumplir un deseo. —Veo a mis padres llorando y a los invitados murmurando entre ellos —respondió Haarón, con el corazón roto y dolido. —¿Y qué es lo que han venido a ver? —preguntó ella. —Una boda —respondió él y las palabras por poco y se le quedan atrapadas en la garganta. —Aún puedes darles una —dijo Honey de manera sugestiva. Sabía que cedería en cuestión de segundos—. Tú no tienes la culpa. Ella es la que ha abandonado, y, mientras tú sufres, tu novia ha de estar divirtiéndose con otro. Eso significa que no te ama, porque si alguien te quiere, jamás te dejaría plantando en el día más importante de sus vidas. No padezcas por una mujer así. La vida es corta —comentó ella con melancolía—. ¿Deseas quedarte atrapado en tu dolor o te lanzarás a la nueva oportunidad que te estoy proponiendo?
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