—Buenos días, doctora— murmuró la mujer para retirarse los lentes de sol que cubrían sus ojos, está los colocó sobre sus cabellos con cierta delicadeza, la mujer de perfecta vestimenta desprendía un olor y vestía un corto vestido que dejaba al d*********o sus curvas pronunciadas.
—Adelante señora Rosales— la invitó a avanzar su médico de apoyo, ella no lo dudó, venía más preparada que de costumbre.—La estaba esperando, usted es mi última paciente del día, póngase cómoda, en un momento comenzamos— Nicole, lo hizo, ese era su bello nombre, un nombre que le sentaba bien.
—Es un alivio— Nicole tomó asiento donde siempre, tres sesiones anteriores la habían ayudado a despejar su temor y nerviosismo. —Son hermosas las vistas parisinas desde este edificio, la torre Eiffel le da un toque romántico— reconoció al llevar su vista tras los cristales del lugar, un lugar amplio, ese piso diez de un rascacielos había sido su refugio por tres semanas.
—¿Han decidido quedarse?— la doctora preguntó tomando aquella libreta en la cual escribía los sucesos y acciones de los pacientes.
—No— sentenció la mujer de cabellos negros para dejar su bolso aún lado. —mi esposo aún tiene algunos dilemas sobre el sitio, tal vez pronto regresemos a Londres— explicó con un gesto, aquello informó a la mujer con un título médico que se trataba de una persona con buena economía.
—¿Y eso le causa?— el gran dilema apareció.
Nicole suspiró antes de siquiera responder. —Angustia, aunque es tonto de mi parte pensar que a seis horas de distancia estoy a salvo— confesó con cierta burla en sus palabras. —podemos comenzar— anunció la mujer de cabellos negros.
—Bien— Nicole cerró los ojos, para intentar olvidarse de todo y responder con cierta seguridad. —¿De qué le gustaría hablar en esta ocasión?— ella pensó en cualquier tema con relación a sus pensamientos. —si se siente segura podemos dar inicio a lo que usted ha vivido, habló de los hechos, tal vez le ayude a reflexionar y a mí a saber como puedo ayudarla con mayor precisión, las pastillas no siempre son la solución, una charla puede ser más efectiva— esta accedió.
—Es hora de hacerlo— dijo para revivir aquella situación que la había dejado marcada.
—¿Cómo conoció a Desmond Ratcliffe?— formuló la psicóloga de apoyo.
—Yo— su pasado, aquello le aterraba, ya que no lo había conocido de la mejor manera. —No suelo hablar acerca de esa etapa en mi vida— intentó explicar con cierta dificultad en sus palabras.
—Lo entiendo, podemos comenzar a su manera— esta volvió a acceder para relajar sus hombros.
—Cuando estaba con él, pensaba que era feliz a su lado, tanto que no me importaba demasiado la situación a nuestro alrededor, con veinte años afirmaba... que era mi destino—
Desmond Ratcliffe, siempre fue ese empresario temido por los demás inversionistas de Londres, era imponente y tenía un vocabulario exquisito, el cual te hacía suspirar repetidas veces en una corta conversación.
Una mañana mientras ambos dormíamos después de tener una noche interesante en la habitación, lo desperté, como de costumbre.
—Des, debes levantarte, ya ha amanecido— anuncié para envolver mejor mi cuerpo entre las sábanas, gruñidos de su parte me indicaron que ya lo había hecho.
No bastaron minutos para que él se levantara sin antes dejar un corto beso en mi nuca, esa era nuestra rutina de todos los días o bueno, de los días en que este dormía junto a mí. Ya que nadie, absolutamente nadie sabía acerca de nuestra relación, siempre fue un secreto. Yo tenía dilemas y él demasiado drama en su vida, no necesitábamos de más.
Él siempre fue silencioso, calculador, elegante, misterioso, reservado... el hombre era perfecto para mí. Cuando lo conocí me cautivó su forma de ser y sabía que nunca haría algo para dañarme, al contrario, tenía esa costumbre de motivarme a seguir estudiando y ser alguien en la vida.
—Nicole— Me llamó con esa ronquera en su garganta, sin dudarlo tomé una prenda aleatoria y fui en busca de él.
—¿Qué sucede?— cuestioné adormilada. Al darme cuenta, este ya se encontraba preparado para partir, con esas prendas informales que rara vez me dejaba ver en él.
—Te he dejado una tarjeta en el librero— sin más se dirigió a la entrada principal del departamento, no se despidió de mí con un beso, simplemente se fue como si yo no le importase.
No todo era perfecto, él era casado y eso me convertía en su amante... su amante secreta. Los primeros doce meses llegué a sentirme una basura conmigo misma, quise dejarlo, pero fue imposible...
Sin darnos cuenta pronto cumpliríamos dos años juntos y para mí los mejores de mi apestosa vida.
Porque además de ser mi pareja, era mi guía y consejero en la vida. No me interesaba si legalmente era casado, si soy sincera eso era lo de menos interés.
Por lo último que me había comentado, sabía que ella, su esposa, era estéril y pronto sería padre, ya que estaba apuntó de adoptar junto a aquella rubia.
La situación no era fácil, ya que sabíamos que un futuro juntos sería imposible.
Ese día, horas después un mensaje causó una vibración en mi móvil; Te recogeré hoy, cancela planes.
Con aquellas cinco palabras pude estar ansiosa, ya que al llegar a mi instituto no era ese típico sujeto inmaduro recostado en su descapotable siendo observado por todos, no, él era aquel hombre cuidadoso en cualquier aspecto.
Su auto no llamaba la atención de nadie y si lo hacía era porque cargaba esa presencia ejecutiva, recuerdo dejar la clase, era la última del día.
Era mi último año y a lo largo de ese ciclo pude crear buenas amistades.
—¿Nicole vendrás con nosotros a los tragos?— negué a uno de mis allegados. Por más cercanos que llegamos hacer, nunca tuvieron idea de mi relación oculta, o de cómo estaba inscrita en una universidad costosa, todos apuntaban que era la hija única de un empresario extranjero, por mis rasgos latinos.
—No puedo— me excusé sin ni siquiera pensarlo. —me falta realizar una tarea de economía y pasar apuntes de ciencias sociales— Mentí con un puchero, los ojos de; Luc, Elián, Marc y Deyla me observaron, ellos eran mis allegados.
Técnicamente solo contaba con ellos.
—Está bien amiga termina el trabajo, la próxima vendrás con nosotros— espetó Deyla, mi única amiga, la cual era tan parecida a mí, que la conexión desde un instante fue genuina, y lo sigue siendo.
—Diviértanse por mí— murmuré sufrida, aunque en realidad, tal vez yo lo iba a pasar mejor que todos ellos.
—Nos vemos— se despidieron para ir por sus cosas.
Sin perder el tiempo salí antes a las puertas del instituto, no quería que me observasen subir a su auto. No tarde en encontrar el auto n***o.
Antes de dirigirme a él tomé aire, no tuve la necesidad de tocar la ventana, ya que la puerta fue abierta, al sentir mi presencia.
Al entrar me comporté completamente seria, ya que no se encontraba solo como de costumbre, su chófer lo asistía y eso solo significaba ser discretos.
Eso amaba de Desmond, saber que se preocupaba por mi. Él nunca me dio un beso en frente de una persona que conociera que estaba casado, nunca tocó mis piernas bajo mi falda para que su chófer conociera nuestra relación, nunca dijo algo provocador frente a otra persona.
—Dirígete a la zona rosa— ordenó sin chistar al instante después que cerré la puerta del vehículo, su chófer me observo antes de arrancar el auto; lo cual fue sospechoso.
—Buenas tardes, señor Ratcliffe— saludé a lo cual este no tardó en observarme sin ningún tipo de expresión.
No respondió de inmediato, ya que su vista estaba fija en aquella tableta con gráficas que no entendía.
—Buenas tardes, señorita Rosales— me derretía escuchar mi apellido en aquel acento Inglés, Era exquisito para mis oídos y suficiente para mantenernos en las nubes.
Eso fue lo único que se murmuró en el camino, recuerdo haber mantenido las ganas de mirarlo en todo el recorrido, como lo hacía cuando los dos disfrutábamos de un vehículo.
Sus suspiros eran cansados por el trabajo, sus actividades lo hacían añicos, Desmond pronto cumpliría treinta y cinco años, habíamos prometido pasarlo juntos en Cartagena, siendo honesta ese viaje me tenía más que soñadora, aunque sabía que en cualquier momento se podía posponer.
Al llegar al edificio, bajé al igual que él. Y ahí es donde empezaría el espectáculo para no dañar mi reputación.
—Gracias por el viaje señor Ratcliffe, oh... casi se me olvida, mi padre me pidió que lo invitara a comer con nosotros esta mañana— expulsé, fingiendo ser una vecina de apartamento, este accedió para quedarse con su chófer mientras yo me adelantaba al apartamento.
[...]
—Nicole— giré a verlo, aquel traje n***o le quedaba perfecto: fue imposible dejar de observarlo sabiendo que tenía ese permiso de tocarlo y tomarlo cuando yo quisiese.
Dejé aún lado las flores de un jarrón para ir a él, fue gratificante saber que había cancelado sus planes... por mí.
—Buena elección de traje "amor mío"— Sabía que le gustaba oírme hablar en español, él me había pedido en ocasiones que no me contuviera y gimiera en cualquier idioma. El inglés nunca fue mi lengua materna, nací en Colombia, pero tuve suerte de poder tener cierta nacionalidad gracias a mi padre.
—Nicole— insistió dejándome confusa, dejé de alisar su traje para alzar la vista y así poder conectar miradas. —tu brazalete— informó con cierta molestia.
Desmond siempre fue estricto con ese brazalete y no porque fuera costoso sino porque... era el símbolo de nuestra relación. Él al igual que yo era el propietario de uno, el cual no tenía permitido quitarse, algo cursi; siendo sincera.
—Oh, lo tengo en mi cabello— indiqué para tirarlo de ahí y colocarlo en mi pequeña muñeca. —Listo— Nuestra relación nunca fue perfecta...
—Ven aquí "Amor mío"—
Sin más me acerqué a él para besarlo, sonreí al sentir como sus manos sostuvieron mis piernas, la altura siempre fue un problema, aunque no muy importante .
Desmond media uno con ochenta y seis centímetros era gigante para mí, mi estatura apenas llegaba al metro sesenta.
—Me ha llegado tu cuenta bancaria—
Murmuró al bajarme, rompiendo ese momento especial, y entonces comenzaría el problema.
—¡He cargado tres libros!— Protesté antes de que este formulara otra palabra reprochándome la poca actividad en la semana, sorprendido me miró.
—No hay necesidad de levantar la voz, aunque es un avance— serio murmuró, sin más que hacer accedí con cierta vergüenza...
Los ingresos siempre estuvieron en la mesa, para mí era generoso de su parte el querer contribuir con mi educación, y bienestar básico, aunque su insistencia por verme con las mejores prendas nunca me pareció correcta.
Sin perder el tiempo se dirigió a su portafolio, el cual había dejado la noche anterior, de este tomó algunas hojas blancas para examinarlas una por una; empezaría a trabajar— como de costumbre.
Al principio fue complicado el estar a su lado, ya que no podía tratar sus cambios de actitud, sus verdaderas palabras e intenciones. Llegué a pensar que la diferencia de edades tenía cierta culpa, pero no era así, Desmond era alguien de cortas palabras y eso volvía todo demasiado confuso.
Aunque con dos años juntos aprendí a conocer e interpretar cómo se sentía, que quería dar a conocer en realidad, o a que se refería... con solo gestos.
Amaba que me contara sus aventuras, sus experiencias las cuales eran increíbles en todas las formas. Mientras que yo, no tenía mucho que contar. Éramos el dúo perfecto -Juventud y experiencia-.
—Puedo darte un masaje— pronuncié con un gesto sensual, al acercarme a él e intentar relajarlo un momento, este me miró por segundos en los cuales negó.
—No todo es sexo, Nicole— habló sin quitar su vista del portátil frente a él, su área de trabajo, el cual se instalaba en el comedor principal. Aquel comentario me hizo recostarme en aquella mesa amplia junto a su trabajo.
Sexo... él no le decía sexo al "hacerlo", con esas pequeñas palabras, podía darme cuenta de que entrábamos a un problema o malestar.
—Des— amenacé para sentarme frente a él, él siguió escribiendo ignorándome, algo que le debo reconocer, es la responsabilidad y perseverancia, aunque era el mejor en la zona, mencionaba que la cumbre aún se encontraba lejos de él y de su exitosa organización.
—Es viernes pudiste salir a divertirte con tus allegados— soltó sin importancia.
—Los viernes son de nosotros— recordé para levantarme e ir por él cerrando el portátil con cierta brusquedad. —En los cuales tenemos un buen sexo— murmuré vulgarmente, sus ojos no dudaron en observarme, al escuchar la palabra "sexo" se había ofendido y eso lo sabía por el gesto realizado en su rostro.
—¿Sexo?— en voz alta preguntó y era ahí donde esa brusquedad aparecía, con rapidez y seguridad este movió el portátil, y tomó mi cintura sin ser alguien delicado. —¿Tenemos sexo Nicole?— repitió con esa presencia al colocarme mejor en sus piernas, accedí sin pensarlo.
—Tú lo acabas de mencionar "no todo se arregla con sexo Nicole"— contradije seria en sus piernas resistiéndome a sus caricias, las cuales habían comenzado con besos húmedos en mi cuello y clavícula.
Follar con él, era sentirse en el cielo, y no lo menciono en un término literal, lo era.
—Yo no tengo sexo contigo Nicole, yo te hago el amor— divulgó obligándome a mirarlo, sus ojos me observaron con aquella chispa lujuriosa, sus manos recorrieron cada parte de mis muslos, tenía al hombre más apuesto de todo Londres debajo de mí.
Me recostó en aquella mesa amplia, la madera helada erizo mi espina dorsal, aquello causó que soltara ciertos jadeos, causando satisfacción en él. —Entiéndelo— atajó para besarme y convertir una de sus manos en un intruso en mi blusa de rayas.
—¿Qué soy para ti?— insistí en sus labios para después desabrochar su camisa, el aire nos faltó y nos obligó a alejarnos. Pero entonces aquella agresividad disminuyó y no por mi pregunta sino por los rastros que podían aparecer en mi cuerpo.
Este beso mi cuerpo, sin dejar ninguna marca.
—Eres mi vida— mojó mis bragas sin permiso, sonreí para volverlo a besar, aunque amaba al agresivo Desmond que parecía ser una máquina... imparable, mi corazón lo tenía el Desmond que era lento.
—También es mi vida señor Ratcliffe— susurré en sus labios, estaba dispuesta a empezar aquel vaivén en él...
En el cuál el tenía el control absoluto. —Tómeme— pedí en un gemido.
Aquello terminó cuando el sonido de su móvil fue captado, este no dejó mi cuerpo, ni de repartir ciertos besos.
—Un momento— dijo al tomar su móvil de uno de sus bolsillos, las caricias siguieron sin importar que él estuviera en el teléfono. —Manifiéstame— ordenó recuperando aquella voz no tan ronca. —¿Qué es eso tan importante?— insistió serio, sin pensarlo demasiado me deshice de aquella blusa dejando ver mi bello s****n. —j***r— exclamó al alejarse de mí, confundida lo observé.
Sus gestos habían cambiado, estaba furioso. —¡Voy en seguida!— ordenó con cierta autoridad. —¡Becca detente en este instante!— Aquel grito me hizo despertar, era ella... su linda y perfecta esposa. —Si quieres morir, hazlo, exterminate, hazlo... si eso es lo que quieres por mí no hay problema— sentenció, aquello había anunciado que nuestro juego había llegado a su fin, este no tardó en conectar nuestras miradas, de mi parte tomé de nuevo aquella blusa de rayas. —Haz lo que quieras— después de eso, colgó.
—Des— lo llamé después de segundos, en silencio se dirigió a mí y al estar frente a mí; en el hueco que formaban mis piernas solo exclamó.
—Te veré después— repartió un beso en mi frente y labios, para abrocharse de nuevo aquella camisa.
[...]
—Vivió emociones fuertes con ese hombre— la voz de la psicóloga hizo que Nicole accediera dejando aquellos eventos en su mente, los cuales debía dejar ir para siempre. En su relato las escenas calientes y privadas únicamente fueron para ella.
La mujer elegante, con lentes de sol sobre sus cabellos no mostró ninguna expresión de arrepentimiento, en cada instante su expresión fue seria.
—Las que una amante de un hombre adinerado, en un apartamento alejado de la ciudad con comodidades por doquier puede vivir— bufó para sonreírle fingiendo cierta armonía. —Recuerdo ese día a la Perfección porque fue el inicio del caos que nos envolvió, porque aquel evento con su... esposa, trajo a Londres al otro hombre que marcó mi vida— confesó informándole a la psicóloga de los grandes secretos que escondía entre aquellas prendas costosas y ese buen aspecto. —Ese hombre era su sobrino—