Antes de salir de la casa, su ama de llaves lo detuvo. —¿Qué pasa? — preguntó él con cariño y poniendo sus maletas en el suelo. —¿Puedo irme usted? Sabe que yo no me llevo con la señora y al no estar usted, seguro me despedirán como a querido hacerlo desde hace tiempo. — Milo le sonrió. —Por supuesto, ve por tus cosas — en ese momento bajaba el padre de Sabira — te espero aquí. —Milo, quiero disculparme, se que eres un gran hombre, espero que esto haga a Sabira abrir los ojos y ver el hombre que está perdiendo. — Milo se llevó las manos a los bolsillos mirando al hombre que había sido un gran suegro y era un gran hombre. —El problema no es que ella abra los ojos y vea lo que perdió, el problema es que el que haya matado a mis hijos no se lo voy a perdonar nunca — el hombre tambi