Capítulo 17

2361 Words
Narra Meik Ni bien Henlein y yo regresamos, busqué a Amelie por toda la casa. Me tardé unos minutos hasta dar con la mujer que se encontraba en el altillo, donde revisaba algunas cajas, rápidamente me acerqué a ella, Amelie desvió la mirada hacia mí con lágrimas en los ojos y un cuadro entre las manos. Me senté junto a ella sin decir absolutamente nada, miré el cuadro que tenía entre las manos, pude reconocer tanto a Noah como a Artur en la fotografía, parecía ser de hace unos cuantos años, ya que ambos se veían mucho más pequeños. —Niklas no me deja poner estos cuadros en ningún lado, dice que no tenemos que decorar mucho esta casa —colocó el cuadro en su pecho, abrazándose a él—. Me gustaría mucho poder ver este cuadro siempre cada vez que estoy en mi cuarto, o cuando esté en la sala, o cuando baje por las escaleras. Soltó un suspiro pesado, coloqué mi mano en su hombro, intentando que sirviera de algo. —Son tres días de viaje hasta Ámsterdam, a estas horas ya deben estar en el tren —me miró nuevamente—. Sus abuelos llamarán cuando lleguen. asentí, ella guardó el cuadro en una caja. Nos quedamos allí en silencio, ella no dejaba de suspirar tristemente, mientras yo solo me dedicaba a mirarla intentando ser de alguna ayuda. —Bajemos, tengo que preparar la cena, mi esposo debe estar hambriento. Bajó del altillo. Por mi parte, simplemente me quedé allí parado pensando en Artur. De repente, escuché unos ruidos, rápidamente bajé del altillo y luego a la sala, escuché los gritos de Henlein hacia su esposa, reclamándole que sus hijos se habían ido a Holanda. Cuando llegué hasta la cocina, de donde provenían los gritos, rápidamente desenfundé mi pistola y le apunté a Henlein, dado que él se encontraba agarrándole del cuello a Amelie. —Suéltala, Henlein —le coloqué la pistola en la nuca logrando que la soltara, la mujer cayó al piso—. Váyase al campo de trabajo, no quiero verlo dar vueltas por esta casa hoy. Sorprendentemente, salió de la casa de manera sumisa, enfundé nuevamente la pistola y me acerqué a Amelie. —¿Se encuentra bien? —la ayudé a levantarse, ella asintió con cuidado sin alzar la vista hacia mí—. Henlein no vendrá ésta noche, de todas maneras me quedaré vigilando. —No le digas nada a Artur cuando nos llamen, o te escriba, no quiero que se enteren de cómo es su padre. Asentí, aunque los niños ya sabían quién y cómo era su padre, no veía la necesidad de ocultarles el hecho. —Está bien, señora, no le diré nada a los niños —levantó al fin la mirada para dedicarme una pequeña sonrisa—. Será mejor que vaya a descansar. Asintió retirándose. Por mi parte, me dirigí a la sala y me senté en el sillón. Pensé en comenzar a escribirle una carta a Artur diciéndole lo que había pasado, aunque aún le queden días de viaje. Me levanté y subí las escaleras con la idea de ir a mi habitación, pero me detuve justo en frente del cuarto de Artur, la puerta se encontraba abierta de par en par y podía ver las cosas que él no se había podido llevar. Pensé en meterme, pero la puerta del cuarto matrimonial se abrió, de allí salió una de las empleadas diciéndole quién sabe qué a Amelie. Cuando terminó de hablar con la señora, la criada se giró hacia mí, bajando la mirada al instante. Esperé a que la muchacha se fuera para entrar al cuarto de Artur, me senté en la que era su cama y me quedé mirando a nada concretamente. Recordando la primera vez que estuvimos juntos y el tiempo que pasamos en este cuarto. Me sentí como un niño cuando mis ojos se llenaron de lágrimas; se suponía que era un hombre hecho y derecho, no debería llorar por algo así, pero realmente me gustaría poder seguir viendo su rostro y escucharlo llamarme. Solté un suspiro pesado, me levanté y, luego de mirar el cuarto una última vez, salí para meterme en mi cuarto, me senté en mi escritorio, tomé una hoja y comencé a escribir unas pocas líneas sobre lo que había sucedido, pero pronto lo dejé, no era muy bueno escribiendo cartas que no fueran del trabajo. Miré por la ventana unos instantes, el día estaba cayendo lentamente, solo quedarán dos días para que pueda comunicarme con Artur. Los días pasaron lentamente, me preocupaba el no recibir ningún llamado de Holanda el día que se suponía que estarían los niños en la casa. Estaba sentado desde la mañana al lado del teléfono, pero no había noticias de los niños aún. —¿Café, señor Fellner? —preguntó Amelie desde el comedor. —Llámeme Meik —respondí, ella abrió la boca para decir algo—. Sí, por favor, me gustaría un poco de café. La mujer sonrió dándose media vuelta, pero en el instante que lo hizo, el teléfono comenzó a sonar. Tuve el impulso de tomar el tubo, pero dejé que lo hiciera Amelie. La mujer contestó rápidamente y, por su expresión, me di cuenta que era de Holanda. Estuvo hablando unos largos minutos sobre los niños y si necesitaban algo. Preguntó cómo había sido el viaje, por lo cual, intuí que estaba hablando con uno de sus hijos. —Señor Meik —me llamó la atención—, Artur quiere hablarle. Me dio el teléfono, para luego irse a la cocina. —¿Cómo te encuentras, pequeño? —Bien, algo cansado, no es fácil dormir en un tren —sonreí, no por lo que me estuviera diciendo, sino por, simplemente, escuchar su voz—. ¿Cómo has estado? —Bien, te he extrañado estos días. —También te he extrañado estos días —sonreí—. Mañana llamaré en cuanto pueda. Escuché unas voces de fondo y a Artur contestar. —Podré tener el teléfono en mi cuarto, así que podremos hablar un rato más largo —volví a escuchar las voces de fondo—. Tengo que irme, Meik. Mi abuela me dice que quiere hablar con mi madre. Me encantaría hablar un poco más con él, pero debe de estar cansado. —Está bien, hablaremos mañana, estaré esperando tu llamada. Nos despedimos una última vez, dejé el tubo del teléfono en la mesita y llamé a Amelie, quien tenía el café en las manos para mí, ella rápidamente se dirigió a la sala, me quedé en la cocina tomándome el café. Una vez que terminé, subí a mi habitación. Seguramente se pasará horas al teléfono con la abuela de los niños. Tomé algo de ropa y me dirigí al baño, puse a llenar la bañera, para luego meterme. Solté un suspiro pesado, sintiéndome vacío, pero aliviado. No estaremos juntos, pero realmente me siento tranquilo sabiendo que ya está en un lugar más seguro y lejos de su padre, del campo y de mis colegas. Recordé, de repente, la carta que le había comenzado a escribir a Artur; no borraré lo que había escrito, seguía creyendo que debían saber lo que sucedía entre sus padres. Cuando volví a mi cuarto, le escribí un par de líneas más de cosas banales, repitiéndole una y otra vez cuanto lo extrañaba. Me sentía realmente como un niño escribiendo cosas así, Artur hacía que volviera a tener diecisiete años cada vez que pensaba en él. Dirigí la mirada hacia la ventana, fijando mi vista hacia el bosque que se extendía detrás de la casa. Recordé el lago donde nos sentamos más de una vez a pasar tiempo juntos, lejos de todo lo que nos podía dañar en esta casa. ------------------------------------------------------------------------------ Los meses pasaron bastante lentos, pronto los días fríos llegaron y los "cargamentos" humanos eran más frecuentes, por lo que me tocaba más trabajo. La mayoría del tiempo me dedicaba a hacer los papeleos en las oficinas del campo, por esto, casi no me encontraba en la casa y no podía contestar las llamadas de Artur y apenas tenía algo de tiempo como para escribirle algunas cartas. —¿Cansado, Fellner? —la voz fría de Kaiser sonó de repente en la oficina que había ocupado—. Ese trabajo deberían hacerlo estas mierdas que trajeron, los soldados no estamos para esto. Opté por ignorarlo, nunca me había caído demasiado bien. —¿Te comieron la lengua los ratones? —dijo con el tono burlón y asqueroso que solía poner, se acercó a mi escritorio tomando una de las hojas que había apilado para ingresar—. Henlein me ha dicho que de repente te rondas muy cerca de su esposa —le dirigí una mirada rápida notando esa sonrisa asquerosa que acompañaba a su tono burlón—. Dime, entre nosotros, ¿te estas acostando con ella? Para tener dos hijos no está nada mal, solo nos detienen los altos mandos, pero a ti no parece molestarte demasiado. Dejé bruscamente lo que estaba haciendo, me levanté y me coloqué justo frente a él notando la diferencia mínima de altura. —¿Por qué no me dejas terminar mi trabajo en paz? Vete a ser inhumano al campo como te gusta, escoria —lo tomé del brazo bruscamente, pero él se soltó—. Vete de una puta vez y déjame tranquilo, o te dispararé. Kaiser me miró unos instantes en silencio, para luego retirarse de la oficina, volví a sentarme frente al escritorio, pero ya no volví a mi trabajo, simplemente saqué una hoja y comencé a redactar mi carta de renuncia. No creía que a Henlein le agradara que me vaya, básicamente porque hago todo el trabajo por él y los demás idiotas. Redacté rápidamente la carta, pero no la firmé, simplemente la doblé y la guardé en mi bolcillo; si me iba, Amelie se quedará sola con el idiota de su marido. Solté un suspiro pesado, sabiendo que tendré que esperar para poder ir con Artur. Cuando el sol se ocultó, tomé mis cosas, mi abrigo y salí en dirección a la casa. Al entrar, noté que la señora Amelie se encontraba hablando por teléfono, seguramente con la abuela de los niños, o con sus hijos. Ella me saludó cuando entré, pero no me hizo ninguna seña, así que, asumí que no estaba hablando con Artur. Me encerré en mi cuarto, dejé los papeles en el escritorio y me desplomé en la cama. Estaba agobiado, me quería ir lo más rápido posible, pero estaba seguro que Amelie no querrá irse y no podía dejarla sola en esta casa. Solté un suspiro pesado, cerré los ojos. Al instante, la imagen del rostro de Artur apareció en mi mente, sonreí como idiota recordando cada una de sus facciones, su sonrisa, sus ojos oscuros, pero tan brillantes. Recordé su voz al hablar, al reírse, al pronunciar mi nombre. No recuerdo en qué momento me quedé dormido, solo recuerdo haber escuchado unos golpes como si provinieran del fondo del agua, me acomodé intentando volver a dormir, pero los toques sonaron nuevamente. Me levanté rápidamente posando mi vista al reloj despertador; dos de la mañana, sí que me había dormido temprano. Abrí la puerta encontrándome con una sirvienta nerviosa. —¿Qué sucede, muchacha? —El señor está golpeando a la señora de nuevo, no pudimos separarlos, por favor venga. Mi cerebro reaccionó al instante, tomé mi pistola y bajé sin perder ni un segundo más. Escuché los gritos de Henlein provenientes del despacho, la otra mujer, la que ordenaba a las demás sirvientas, se encontraba intentando apartar al general. —Muy hombre para pegarle a una mujer? —le coloqué nuevamente la pistola en la nuca, él la soltó levantando las manos. —Se ha llevado a mis hijos a otro país sin decirme una mierda —dijo haciendo énfasis en el "mis". —¿Ahora te preocupas? Tus hijos están mejor lejos de ti —le hice una seña a la sirvienta para que se llevase a Amelie a su cuarto—. Cualquier persona está mejor lejos de ti, Henlein. Eso es lo mejor para los niños, sobre todo para Isaac. Se formó un silencio que rápidamente se disipó por las risas asquerosamente cínicas de mi superior. —Debería fusilarte por ayudar a que un prisionero escape. —Tal vez, pero el que está siendo encañonado eres tú, no yo. Además, estoy más que seguro de que terminarás pudriéndote en la cárcel —martillé—. Eso si no se me da por matarte si vuelves a acercarte a Amelie. Ahora vete, no quiero ver tu asquerosa cara —lo empujé hacia afuera de la oficina. Cuando mi superior salió de la casa, subí rápidamente y me dirigí al cuarto principal, toqué la puerta, pero nadie contestó, volví a tocar, escuché unos pasos y, luego, la puerta se abrió mostrándome el rostro de Amelie. Sin decir nada, se apartó dejándome pasar, cerré la puerta tras mi espalda mientras se sentaba en la cama, me senté junto a ella, la miré unos instantes sin saber cómo comenzar a hablar. —G-gracias por ayudarme —dijo con la voz entrecortada—. Y-ya me hubiera matado de no ser por usted —se secó las lágrimas que estaban resbalando por sus mejillas. —No agradezca, señora, pero tiene que pensar seriamente en irse de aquí. —No dejará que me vaya—soltó un suspiro—. No tiene que preocuparte por mí. —Entonces me quedaré un tiempo más —me levanté—. Si necesita algo, sabe que estoy en mi cuarto, o puede llamarme a la oficina del campo. Asintió, me retiré del cuarto, para volver a encerrarme en el mío. Me senté en mi escritorio y comencé a escribir otra carta para Artur, omití completamente lo que acababa de suceder, solo le prometía una y otra vez que iría con él, que ya tenía mi carta de renuncia escrita, que solo estaba esperando a su madre para no dejarla sola y que puedan volver a verla.
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