Narra Meik
Desde que Artur me dijo que se iría a Holanda, decidí que dormiríamos juntos todos los días hasta que se fuera. Solo nos quedaba una semana para que se vayan, pero casi no podía pasar tiempo con él, su padre me traía de un lado al otro con el trabajo. Solté un suspiro pesado y miré por la ventana intentando distraerme un poco. De repente, unos toques en la puerta hicieron que me sobresaltara, me levanté rápidamente y abrí, del otro lado se encontraba una de las sirvientas con la vista clavada en el suelo.
—¿Qué precisas? —dije olvidando completamente el tono de soldado; ya casi no me importaba sostener la apariencia de frialdad, pronto renunciaría a todo esto.
—Vengo a cambiar las sábanas.
Asentí dejándola pasar y volviendo a mi escritorio. La muchacha comenzó a sacar las sábanas de mi cama, las suelo amontonó en una esquina en el suelo. Me le quedé mirando distraídamente.
—¿Precisa algo, señor? —preguntó la muchacha cuando notó mi mirada fija en ella.
—Cuando termines, dile a Artur que venga conmigo, lo preciso para algo.
La sirvienta asintió, me volví a mi trabajo e hice el papeleo lo más rápido que podía mientras la sirvienta se encargaba de hacer mi cama nuevamente, para luego ir a buscar a Artur. Unos minutos después, escuché la puerta abrirse dejándome saber que ya estaba en mi cuarto, dejé el bolígrafo que tenía en la mano y me giré hacia él, cerró la puerta para acercarse a mí, rápidamente lo tomé de la cintura y lo senté en mis piernas, me sonrió rodeando mi cuello.
—¿Qué necesitas? —preguntó girándose hacia mi escritorio, cerré la carpeta donde se encontraban los papeles.
—Pasar tiempo contigo —su sonrisa se amplió—. Queda poco para que te vayas y quiero estar contigo todo el tiempo que pueda.
—Me parece bien —acarició mi mejilla—. Comenzaba a extrañarte, y a molestar a mi padre, así que, en cualquier momento me enviarían contigo.
Colocó su cabeza en mi pecho acurrucándose, lo abracé rápidamente con algo de fuerza como si nunca más fuera a verlo; aunque se siente así sabiendo que en unos días se alejará completamente de mí. Nos pasamos el rato, sentados ahí, él acurrucado contra mi pecho, mientras yo solo me dedicaba a abrazarlo y acariciar su cabello. Respiré profundo sintiendo su perfume, llenando mis pulmones de él.
—Meik —dijo de repente rompiendo nuestro pequeño silencio—. ¿Me escribirás cuando esté allá?
—Supongo que comenzaré ni bien te vayas —contesté apartándome un poco de él para mirarlo—, no te las podré enviar porque estarás unos días en el tren, pero las enviaré todas juntas cuando tú me envíes la primera —me mostró una pequeña sonrisa, la cual se desvaneció al instante—. ¿Qué sucede? —él desvió la mirada.
—No quiero irme. No quiero alejarme de ti —suspiró—. ¿Puedes hablar con mi madre para que deje que me quede? Luego renunciarás y te irás con tu familia a Berlín —negué rápidamente con la cabeza.
—Tienes que irte, es peligroso y no es algo bonito para que tu veas, tu madre me ha dicho que puedo alcanzarlos en Holanda luego —acaricié su mejilla—. Cuando renuncie, intentaré buscar la manera de ir contigo y que vivamos juntos en Berlín —sonrió, pero sus ojos se veían vidriosos—. No vayas a llorar, Artur, aún nos queda una semana juntos.
Acaricié su mejilla intentando calmarlo, pero no logré hacerlo, sus ojos se llenaron de lágrimas, las cuales rápidamente comenzaron a resbalar por sus mejillas.
—Artur... —suspiré y lo abracé nuevamente.
—N-no quiero irme y dejarlos aquí con mi padre —acaricié su cabello—. M-mi padre es un asesino, n-no quiero que les haga algo.
—Él no nos hará nada, soy un soldado entrenado, sé defenderme y puedo defender a tu madre, puedes estar tranquilo —lo alcé levantándome de la silla para luego dirigirme a la cama—. Tranquilízate, ¿sí? No pienses en esas cosas, quiero que disfrutes este tiempo que estamos juntos-dije mientras me sentaba en el borde de la cama para acostarlo—. No quiero que llores ahora —le saqué los zapatos.
—¿Te acostarás conmigo?
Asentí, me saqué el saco, la camisa y las botas, luego me acosté junto a él, no tardó ni dos segundos en ponerse sobre mi sentándose en mis caderas, se acercó a mi rostro y me miró fijamente a los ojos.
—¿Qué sucede? —pregunté tomando su cintura con suavidad.
—Solo quiero guardarme en la memoria tus hermosos ojos claros.
Sonreí como un completo idiota; ¿éste niño me estaba haciendo cumplidos de ese tipo? Ahora sabía lo que sentía él cuando le hacía un cumplido y no sabía que contestar concretamente.
—Te extrañaré mucho cuando me vaya —colocó su mentón en mi pecho—. Tendré que aguantar a Isaac y Noah jugueteando de ésta manera y yo solo tendré tus cartas para saber de ti —solté un pequeño suspiro.
—Podemos usar las cartas para que te desquites —lo miré—. No te preocupes por eso, cuando volvamos a vernos recuperaremos todo el tiempo que estuvimos separados. —lo tomé del mentón—. Y podemos hacer recuerdos antes de que te vayas.
Le sonreí acercándome a su rostro para darle un pequeño beso. Nos pasamos lo que quedaba de día allí acostados sin hacer absolutamente nada, disfrutando de la tranquilidad inusual que estábamos teniendo. Cerré los ojos abrazando un poco más a Artur, que se encontraba aún acostado sobre mi pecho. Sentí como él se aferraba levemente de mi remera; desde que nos acostamos, para lo único que se había movido fue para acomodar sus piernas entre las mías. Me giré hacia mi mesa de luz, donde se encontraba mi reloj despertador, éste marcaba las siete de la tarde, nos habíamos pasado toda la tarde así.
—Artur —lo nombré acariciando un poco su cabello—, ¿te quedaste dormido? —negó con la cabeza casi imperceptiblemente, sonreí como idiota al ver que si estaba adormilado—. Ven, dame un beso, Artur.
No se movió ni un centímetro, sonreí nuevamente bajando mi mano hacia su mejilla para acariciarla. De repente, posó su mano sobre la mía delicadamente, para luego apartarla lentamente de su rostro, me miró totalmente adormilado, le sonreí recibiendo como respuesta un corto beso en los labios.
—¿Qué hora es? —preguntó desviando la mirada de mi rostro a la mesa de luz—. A estas horas mi madre prepara galletas —comentó incorporándose—. ¿Terminarás tu trabajo?
Miré mi escritorio, nuevamente tenía que ingresar los datos de las nuevas personas que trajeron al campo de trabajo estos días.
—Sí, lo haré mientras comes.
Asintió, se levantó de la cama y salió rápidamente de la habitación. Solté un pequeño suspiro resignado a tener que volver a mi trabajo. Me levanté para luego sentarme frente a mi escritorio, abrí la carpeta en la que se encontraban los papeles. Pronto Artur volvió conmigo con un plato lleno de galletas, el cual colocó en el escritorio junto a mis papeles, me volví hacia él notando que traía un vaso con leche en la mano.
—¿Quieres? —me extendió su vaso, simplemente negué con la cabeza con una pequeña sonrisa—. ¿Y galletas? —tomó una acercándola a mi boca, mi sonrisa se amplió un poco más.
—Eres realmente lindo.
Lo tomé de la cintura sentándolo en mi regazo, acercó un poco más la galleta a mi boca, la mordí, recibiendo una sonrisa por parte de Artur. Pasaron horas, mientras yo hacía mi trabajo, Artur se dedicaba a distraerse con lo que podía. Intenté terminar mi trabajo lo más rápido que pude, pero me llevó todo el día haciendo esto, me robó bastante tiempo de estar con él.
—Ya es tarde, Meik.
Escuché la voz de Artur desde la cama, asentí sin mirarlo transcribiendo los datos de uno de los prisioneros, lo escuché levantarse de la cama y acercarse a mí.
—Descansa, mañana podrás continuar.
Sentí sus pequeñas manos intentando hacerme un masaje en los hombros y en el cuello, tomé sus manos para luego besar una de sus palmas.
—Te prestaré atención —me giré hacia él notando que ya llevaba su pijama; ni siquiera me había dado cuenta de cuando se cambió. Solté un pequeño suspiro—. ¿Qué hora es?
Desvió la mirada hacia la mesa de luz, pero, por la distancia, terminó acercándose a esta.
—Es media noche.
Se sentó en la cama, miré su rostro, se veía cansado. Me levanté y me cambié rápidamente. Cuando me volví hacia él nuevamente, noté que apenas se podía mantener despierto. Apagué la luz, me acerqué a él y, colocando mis manos en sus hombros, lo acosté. Mis ojos tardaron un poco en acostumbrarse a la oscuridad, pero al final logré ver su rostro, sonreí mientras me perdía viendo sus ojos, sus facciones, guardando en mi memoria cada detalle de su rostro.
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Los días pasaron tan rápido que parecía que solo habían durado un par de minutos. Mañana los niños se irán a Holanda por quien sabe cuánto tiempo y ya no podré estar con Artur; no tenía que decir mucho para dar a entender que no me entusiasmaba. Eran apenas las cinco de la mañana y no quería que pase el día, no quería que hoy terminara. Si de mi dependiera detendría el tiempo en este preciso momento, no dejaría que se fuera nunca. Pasé el dorso de la mano lentamente por su mejilla, luego pasé mi pulgar por sus labios igual de lento; él se encontraba plácidamente dormido.
—Eres realmente lindo, mi Artur —susurré casi inaudible.
Solo quedaban veinticuatro horas para que ya no pudiera verlo de nuevo por quien sabe cuántos años. Sin poder evitarlo, lo tomé de las mejillas y comencé a besar sus mejillas, sus parpados, su frente, su mentón y su nariz. Escuché un quejido por su parte, mientras se movía un poco, tomó mis manos haciendo que me separe de él, lo miré con una sonrisa en el rostro.
—¿Qué hora es? —dijo adormilado—. Aún tengo sueño —se quejó mirándome unos segundos para luego cerrar los ojos nuevamente.
—Eres tan lindo...
Sonreí como un idiota, él no contestó por lo que decidí volver a besarle el rostro recibiendo la misma respuesta por su parte.
—Meik, déjame, quier...
No lo dejé terminar de hablar, simplemente lo besé, tardó unos instantes para corresponderme. Lo tomé de las muñecas, colocándome sobre él sin separarme de su boca, intensifiqué el beso metiendo mi lengua.
—E-espera —dijo cuando al fin nos separamos.
—Eres demasiado lindo —lo abracé.
—Meik, tranquilo... —soltó un pequeño suspiro correspondiendo a mi abrazo—. Sé que quieres aprovechar el tiempo, pero aún nos queda todo el día por delante —se separó de mí y me miró—. También quiero aprovechar el tiempo.
Me dio un corto beso en los labios. Me le quedé viendo unos segundos; de nuevo estaba grabando en mi mente cada una de sus facciones. Volví a abrazarlo, ésta vez dejando que colocase su cabeza en mi pecho. No quería que el día pasara, ni que se vaya, pero tampoco quería que viviera en este asqueroso lugar.