Narra Meik
—Parece que hoy tendremos la casa solo para nosotros —dijo Artur sentándose en la mesa del comedor, asentí dándole un sorbo al café que me había servido una de las sirvientas.
—¿Qué te gustaría hacer? —se encogió de hombros—. Debe de haber algo que quieras hacer, pequeño.
—Solo quiero pasar tiempo contigo.
Un pequeño rubor apareció en sus mejillas. Sonreí notando lo lindo que se veía.
—Pasaremos el día juntos entonces.
Le revolví un poco el cabello, para luego seguir desayunando. Pronto ambos terminamos, así que decidí llevarlo a dar una vuelta por los alrededores; quería estar lejos de las chismosas de las criadas y no pasaríamos todo el día en adentro de la casa. Caminamos un rato por detrás de la propiedad, alejándonos lo más que podíamos. Llegamos al bosque que se encontraba detrás. Ya no podíamos escuchar el sonido de los autos de los soldados del campo dando su vuelta de patrullaje, realmente se podía estar tranquilo en este lugar. Caminamos un rato más, dando con un lago en medio del bosque, Artur rápidamente se acercó a la orilla y comenzó a juguetear con el agua como si fuera un niño pequeño, aunque no duró mucho, ya que se detuvo rápidamente, se puso de pie y volvió conmigo con un leve sonrojo en las mejillas.
—Es un bonito lago...
Solté una carcajada al ver como se comportaba de repente. Aún le gustaba jugar con el agua como a cualquier niño de su edad, pero intenta ser maduro cuando está conmigo.
—Te gusta jugar con el agua, ¿verdad? —desvió la mirada asintiendo—. Entonces la próxima vez vendremos a pasar el día aquí. Podremos jugar con el agua o hacer lo que quieras.
Revolví su cabello; aún parecía estar avergonzado por simplemente ser un niño. Noté que cerca de la orilla había un tronco caído, así que lo tomé de la cintura alzándolo, me senté en el tronco y lo senté en mis piernas, el sonrojo en sus mejillas se intensificó.
Pasamos un par de horas allí, tranquilos, juntos, sin nada más que los pájaros a nuestro alrededor. Parecía no haber ninguna guerra fuera de este pequeño oasis de tranquilidad. Abracé a Artur, colocando mi cabeza en su hombro, sentí como él me abrazaba. Respiré profundo llenando mis pulmones con su aroma.
—Meik, ¿qué hora es? Las sirvientas ya deben haber hecho el almuerzo.
Me separé de él, miré mi reloj y asentí. Nos levantamos, lo tomé de la mano y emprendimos camino de regreso.
—¿A dónde crees que se va tu hermano? Casi nunca vuelve a almorzar.
Artur solo se encogió de hombros.
—En Berlín tenía un escondite secreto donde se metía todo el día cuando algo le pasaba —se volvió hacia mí—. Tal vez encontró un lugar donde no ver a mi padre.
Asentí. Lo único que me importaba es que a ese niño no le pasara nada, o sería al primero que acribillaría Henlein.
Luego del almuerzo, me dirigí a la sala, me senté en el sofá y prendí un cigarrillo. No pasó mucho hasta que Artur se sentó a mi lado, colocó su cabeza en mi hombro abrazándose a mi brazo. Le dediqué una pequeña sonrisa, me llevé el cigarrillo a la boca, inhalé para luego soltar el humo. Apagué el cigarrillo en el cenicero que se encontraba en la mesa de centro, acto seguido, tomé de la cintura a Artur y lo senté en mi regazo, él, sonriéndome, cruzó sus brazos alrededor de mi cuello. Lo besé acercándolo más a mí cuerpo.
—Oigan...
Nos separamos al instante y desviamos la mirada hacia donde provenía la voz.
—N-Noah —habló Artur levantándose de mis piernas—. M-Meik... —aclaró su garganta—. E-el señor Fellner y yo...
Me miró esperando a que dijera algo, pero estaba completamente en blanco. Ni siquiera recordaba cómo se suponía que tenía que comportarme como soldado en una situación así.
—No importa, ya lo sabía, los he visto.
Miré rápidamente a Noah. Creí haber sido cuidadoso con lo que hacía cuando estaba con Artur; creí haberme cerciorado de que nadie nos veía.
—No le diré nada a papá así que no me miren así.
Tanto Artur como yo suspiramos aliviados. Creí, de repente, volver a sentir mi corazón latir.
—Gracias, Noah, de verdad.
Me levanté acercándome a ellos, el niño se encogió un poco en su lugar. Era evidente que su padre le había enseñado a no solo respetar a los soldados, sino a temerles bastante también.
—¿De verdad no dirá nada? —él asintió ante mi tono de voz firme y frío; parecía que, de repente, recordé como ser un soldado—. Espero no lo hagas —tomé a Artur de la cintura y lo acerqué a mí—. No quiero hacer algo para hacerlo callar.
—Meik, no digas eso, mi hermanito se asusta fácil —le revolvió el cabello nuevamente y me miró—. Mejor vamos a mi cuarto —me tomó de la mano llevándome prácticamente corriendo a su cuarto. Una vez allí, nos encerramos—. Me alegra que Noah no nos delate, siempre creí que sería el primero en contarle a mi padre si hacía algo.
Se sentó en la cama e hizo una seña para que yo también lo hiciera. Me senté a su lado, tomé su mano y entrelacé nuestros dedos sintiendo la pequeñez de su mano. Me sentía un poco más tranquilo, no confiaba del todo que se quedara callado sobre mi relación con Artur, pero mi cabeza iba a estar a salvo, al menos por ahora.
—Le debemos una a tu hermano. Que no le diga nada a tu padre es un gran favor —asintió mirándome—. Ahora tendremos que ser más cuidadosos con lo que hacemos.
—Mis padres volverán pronto, ¿verdad? —asentí—. Supongo que ya no podré quedarme a dormir en tu cuarto, ni podré pasar el día contigo.
Me quedé unos segundos mirándolo. Tenía razón, si pasábamos tanto tiempo juntos cómo ahora, sus padres podrían empezar a sospechar lo que había entre nosotros. Miré mi reloj de pulsera, este marcaba las tres de la tarde, en dos horas Henlein y su mujer estarán de vuelta. Volvía mirar a Artur y, sin mediar palabra, lo besé.
Estuvimos el rato en su cuarto intentando pasar el mayor tiempo posible juntos. Cuando casi era hora de que, supuestamente, llegaran los padres de Artur, decidí bajar a la sala, encendí la radio y me puse a fumar. Pocos minutos después, la pareja llegó a la casa, ambos me saludaron al entrar, Amelie rápidamente subió las escaleras, seguramente para saludar a sus hijos. En cuanto a mi general, él se sentó junto a mí y me sacó la cajetilla de cigarrillos. Miró un par de veces hacia la escalera, para luego mirarme con una sonrisa fría. No me emocionaba mucho esa sonrisa, sabía que cuando la hacía, algo iba a venir detrás que me repugnaría.
—Traeré al juguete a casa —tragué saliva nervioso. Esperaba que no me pidiera que lo ayudara, realmente no me apetecía hacerle daño a los prisioneros—. Lo traeré mañana por la noche, lo haré pasar por un sirviente para Noah.
—¿Dónde lo esconderá? —pregunté intentando sonar lo más frío posible.
—Durante el día estoy seguro que estará pegado a Noah. Por la noche, supongo que lo llevaré al sótano. Tú también podrás usarlo en ese momento, o por la mañana, antes de que todos se levanten.
Mi estómago se revolvió del solo hecho de pensar en lastimar así a un niño.
—Ya lo pensaré —me levanté—. Con su permiso, iré a mi cuarto.
Hizo un ademán con la mano, hice un gesto con la cabeza a modo de disculpa, para luego subir las escaleras. Me encerré en mi cuarto. Por hoy ya no podría pasar rato con Artur, tampoco tenía muchas ganas de estar con él, no me sentía bien después de aquella conversación.
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Casi no había podido dormir, me carcomía la culpa que debería afectarle a Henlein. Unos toques en la puerta me sacaron de mis pensamientos, no respondí consiguiendo que volvieran a tocar, solté un pequeño suspiro sin mucho interés en saber quién se encontraba del otro lado de la puerta. De repente esta se abrió, me tapé un poco más intentando ocultar mi rostro cansado.
—Meik —escuché la puerta cerrarse—. ¿Te sientes bien? Mi padre me ha pedido que te traiga un poco de café.
Los pasos de Artur se acercaron a mí, haciendo que instantáneamente cerrara los ojos. Sentí su mano posarse en mi frente. Seguramente estaba preocupado.
—No tengo fiebre —musité aún con los ojos cerrados—. ¿Le avisas a tu padre que no me siento del todo bien?
No recibí respuesta, solo escuché un sonido en la mesa de luz y luego sentí como se sentaba a mi lado.
—Está bien, se lo diré —acarició mi cabello—. ¿Puedo quedarme contigo? —lo miré.
—Sí, me gustaría que te quedes conmigo.
Sonrió. Se descalzó rápidamente y se metió en la cama conmigo. Besé su frente recibiendo otra sonrisa por su parte. Sentía envidia de su ignorancia en todo esto.
—¿Me pasas el café? —dije sentándome contra el respaldo de mi cama, él se sentó también, tomó la taza y me la dio. Tomé un sorbo.
—Te ves cansado, ¿no has podido dormir? —negué con la cabeza, Artur acarició mi mejilla—. Iré a decirle a mi padre que te encuentras mal, así podrás descansar.
Se levantó y comenzó a calzarse.
—Vuelve luego, aún quiero estar contigo —no contestó—. Y pídele una cajetilla de cigarrillos a tu padre.
Se levantó, me dirigió una mirada rápida y salió de la habitación. Terminé el café y dejé la taza en la mesa de luz. Pronto, Artur volvió conmigo y me dio la caja de cigarrillos acostándose a mi lado nuevamente. Pasamos la mañana juntos hasta que se hizo la hora del almuerzo, él bajó al comedor, mientras yo almorzaba en la cama. Aunque casi no comí, dejé poco más de la mitad de la comida en el plato, dado que seguía con el estómago algo revuelto por culpa de Henlein. Después del almuerzo, Artur vino a pasar algo de tiempo conmigo.
—Estás algo serio, Artur —dije cuando se acostó a mi lado.
—Lo siento, solo... —se acomodó en mi pecho—. No aguanto al judío asqueroso. No entiendo por qué Noah está tan pegado a esa porquería —escupió cada palabra con odio—. Mi madre lo ha hecho un inútil, ahora trata a todas esas mierdas como si fueran personas.
Lo miré unos instantes. Su padre lo ha moldeado a su imagen a la perfección, pero aun así, se puede corregir. Lo tomé de la barbilla cuando noté que iba a hablar de nuevo, me acerqué a su rostro y lo besé. Aún me gustaba este niño, realmente me encantaba, pero no creía poder lidiar con ese odio que le había impuesto su propio padre. Intentaré cambiar esa forma absurda de pensar que tenía, ahora que no era demasiado tarde.