La trampa

2034 Words
—¿Qué desea señor? Es de noche, temprano para mí, y por lo visto, casi medianoche para estas personas que van envueltos en unos vestidos extremadamente largos, y que apenas dejan ver los dedos de sus manos, los labios y los ojos. Una mujer un tanto regordeta y un hombre delgado, acudieron a nuestro llamado después de haber tocado por espacio de media hora en forma incesante la enorme puerta que cubre la entrada del convento Santo Domingo en Buenos Aires, Argentina. Por todo el tiempo que llevábamos intentando que alguien se dignara a abrirnos la puerta, ya tengo los huesos tiesos del condenado frío que hace a esta hora en este lugar . Me habían advertido que esta misión no sería fácil, pero como no soy de ponerme obstáculos, menos si son mentales, no le di importancia cuando Gustavo Thomson me advirtió que no sería sencillo ingresar a esta fortaleza. La fortaleza. Claro que lo es. Un edificio de vieja data, cálculo yo de comienzos del siglo por lo desgastadas que se ven sus estructuras, las paredes son bastante gruesas y rústicas. Es el típico diseño arquitectónico de los recintos dedicados a honrar a los representantes místicos de la ideología que se tenga, en la antigüedad todos eran así. Tan imponente es el edificio que podría producir miedo, se ve tenebroso. —Buenas noches —Saludé—, sé que es muy tarde, pero necesitamos que nos den posada por esta noche, por favor, nuestro automóvil se nos averió, no quiere encender —Les expliqué señalándole un Mustang del año estacionado al otro lado de la calle. —Buenas noches —Nos saludo de vuelta el hombre—. No podemos dejarlos pasar, por normas del clero está prohibido permitir a esta hora el ingreso a los feligreses o desconocidos —Nos informó. —Es que con este frío corremos el riesgo de morir congelados afuera, el carro no enciende y, por lo tanto, no tenemos calefacción —Les explicó Malcolm. Para este viaje, procuré venir con él y Leonardo, los más letrados y conocedores de diversos temas culturales. Yo, en mi renuencia a estudiar y agarrar un libro siquiera para documentarme y hablar con propiedad de ciertos temas, desconozco muchos que son fundamentales en la vida, pero no por eso soy ignorante. Me defiendo al hablar, y más si voy bien vestido. Estoy vistiendo un traje de marca que ronda entre los cuarenta y cincuenta mil dólares, reloj bastante ostentoso de oro blanco, me vi obligado a incluir gemelos en mi vestimenta para realzar la elegancia de la camisa de seda pura color blanco y del traje color azul rey que llevo puesto, jamás en la vida me había visto tan impecablemente vestido; igual sucedió con Leonardo y Malcolm. Parecemos como si realmente perteneciéramos a la alta sociedad de Buenos Aires. El fin era aparentar ser hombres honorables. —Acabamos de salir de una reunión de negocios y no conocemos el lugar, tememos que nos asalten o nos suceda algo peor —Les dije con la intención de manipularlos. Me removí del escalofrío que sentí. Este traje puede ser muy elegante, pero no es apropiados para cubrir el frio de la noche, y eso que he pasado bastantes noches frías a la intemperie, pero ninguna como esta condenada frialdad que pareciera estarse comiendo mis huesos, ya ni los siento. Al escuchar estas razones, las mismas parecieron surtir el efecto esperado. Tanto la mujer como el hombre guardaron silencio por unos segundos, pensativos, se vieron a los ojos, como si tuvieran un dialogo mental, por telepatía y se respondieran con la mirada, tanto que al unísono nos respondieron. —Está bien, pasen —Accedieron mientras el hombre se hizo a un lado para dejarnos pasar. Los chicos y yo nos dimos una mirada fugaz en celebración por haber pasado sin contratiempo esta primera fase. Para este entonces, según el plan que habíamos repasado una y otra vez, los hombres que nos acompañaron y que permanecían escondidos entre la maleza que por lo oscura que estaba esa noche, no se ven, estaban alerta a nuestra señal. Todos visten de n***o para confundirse con la noche y las características del lugar. Al avanzar detrás del hombre y la mujer mayor, en nuestra acostumbrada inspección del espacio para familiarizarnos y poder grabar en la mente los detalles en caso de necesitar huir antes de tiempo y para efectos de la retirada con el objetivo en nuestras manos, comprobé que pese a ser un lugar de Dios, parece más la entrada al infierno por la oscuridad que impera en sus espacios, la iluminación es pobre. Caminamos por largos pasillos, que parecían interminables, todos iguales, hasta que la mujer abrió una enorme y pesada puerta. —Entren. Nos invitó a pasar a un espacio un tanto tenebroso, tan frío como la entrada, y al encender las luces no solo cambió el aspecto frente a nuestros ojos, sino que también la sensación de frialdad se esfumó de un momento a otro. «Parece brujería», Pensé. Malcolm pareció interpretar mis gestos, pues se sonrió sutilmente. —Pasaran la noche aquí —Nos informó la mujer regordeta—. No podemos ofrecerles nada más. Está contraindicado hacer esto, pero como es un acto noble y bien visto a los ojos del señor socorrer al prójimo cuando más lo necesite, le ofrecemos este humilde espacio, pueden acomodarse como puedan en esos bancos —Los señaló. Los tres giramos para mirar el lugar y frente a los bancos estaban las esfinges de varias deidades religiosas. —Gracias por tendernos la mano, seguro Dios se lo recompensará —Le dijo Leonardo siguiendo la misma línea argumental. —Ustedes se ven que son hombres de buena posición, por eso le dimos acceso, no se puede confiar en todo el mundo hoy en día —Opinó la mujer mirándonos de arriba a abajo. —Tiene razón hermana, no se puede confiar ni en nuestra sombra —Afirmé con sarcasmo—, mañana antes de irnos le dejaremos un pequeño donativo en agradecimiento por este gesto tan noble —Le advertí, lo que cambió el semblante de su rostro. «Condenada vieja hipócrita» Reclamé en mi mente. —Los dejo, no salgan de aquí, es contraproducente pasearse por los espacios —Nos advirtió—. Feliz noche. Los tres asentimos en un movimiento de cabeza en respuesta, pero como sabíamos que teníamos el tiempo contado para hacer lo que nos llevó a ese horrendo lugar, quedarnos encerrados esperando el amanecer de los muertos, perdón, del día, no era una opción. Esperamos a que la mujer y el hombre finalmente se fueran. —Contraproducente sería quedarse aquí —Respondí negado a pasar la noche entera en este espacio—. A lo que vinimos hermanitos. Cada uno tiene una foto de la monjita. Al ingresar vimos tres pasillos, cada uno tomará uno y revisará puerta por puerta. Lleven el líquido para dormirla a ella y a quien se atraviese. No queremos asesinar a ninguno y llevar ese peso en la conciencia, y peor aún, que nos manden al infierno por cargarnos a una monjita —Me sonreí—. Quien la encuentre primero debe avisar y rápido salimos a la entrada. Ya aviso a los hombres para que estén alerta en la puerta. —Las vainas que nos pone a pasar Thomson, después de muerto sigue jodiendo —Adujo Leonardo. —¿Qué le puedo decir? Nos vemos en un rato. Así nos dispersamos por los pasillos. Revisé puerta a puerta y de todas las mujeres que encontramos dormidas y otras despiertas que me vi obligado a dormir, no la encontré. Llevaba media hora haciendo el recorrido cuando Malcolm me llamó a través del intercomunicador. —Hermanito, el objetivo está en la capilla —Anunció. —¿Qué hace esa mujer a esta hora metida en ese lugar? —Pregunté en voz baja. —Si estuviera un hombre aquí lo justificaría —Respondió Malcolm en broma—, pero no, solo está arrodillada con una cosa de esas con las que rezan algunas mujeres entre las manos. —¿Ella sabe que el hermano murió? —Preguntó Leonardo al otro lado en el mismo tono de voz bajo. —Ni idea —Respondí y salí del área donde venia buscando—. ¿Dónde estás? —Le pregunté a Malcolm. —Al final del pasillo, la única puerta enorme que vas a ver allí, ahí está ella, las luces están encendidas, yo estoy afuera, escondido detrás de un matero, ella no me ha visto —Aclaró Malcolm. —Pero a mí sí me va a ver, por culpa de ella es que estoy sufriendo con este condenado frío —Aduje fastidiado. En silencio y con sigilo me fui al pendiente hasta el pasillo por donde agarró Malcolm. La oscuridad de los pasillos nos favorece. Son las dos de la madrugada, por lo que es la mejor hora. Es esa donde supuestamente el sueño de las personas es más profundo. Pero a esta mujer le dio por hablar con el señor. > Pensé quejumbroso, mientras resoplaba en mi andar. Ahora por culpa de su deseo repentino de hablar con quien sea a esta hora, me tendrá que ver la cara. Sin cuidarme a ser visto ingresé a la capilla, la puerta al ser abierta a mi paso hizo ruido, lo que la alertó de mi presencia. La vi en seguida repunté en la entrada, ella pareció asustarse, y apenas me vio iba a gritar. En reaccion desenfundé mi arma y le apunté. Con los ojos entrecerrados la observé desde mi distancia, parece una mujer simple, vestida con el mismo vestido de los otros dos, una capa extraña cubre su cuerpo y parte de su rostro, ni las orejas se le ven. «Eso si ha de cubrir este mendigo frío» Pensé al verla tan arropada. —¿Quién es usted? —Preguntó seria, aunque en el temblor de su quijada vi el temor, sus ojos no mostraban inseguridad, lo que tendió a confundirme, igual no intentó moverse del espacio. —Guarde silencio, aquí quien hace las preguntas, soy yo —Le ordené mientras caminaba hacia ella Al quedar parado a pocos centímetros de ella, quien ya se encontraba de pie, pues al verme mover, como si estuviera arrodillada sobre un resorte se puso de pie como impulsada. —¿Akais Thomson? —Le pregunté después de ver la fotografía que llevaba guardada en la solapa de mi traje. —¿Qué quiere usted? —Preguntó en respuesta. Intentó alejarse de mí, pero tropezó y cayó sentada sobre uno de los bancos, lo que traía en su mano resbaló. Sin dejar de apuntarle, caminé hasta ella, me agaché para recogerlo y comprobé que era un rosario con incrustaciones de oro, se lo entregué. —Tenga —Se lo extendí—. Lo va a necesitar en el lugar al que va —Le advertí. —¿El lugar al que voy? —Preguntó ella—. De aquí solo iré a dormir. —Eso debió haber hecho antes, ahora le tocará desvelarse hasta que lleguemos a nuestro destino —Le informé en tranquilidad y con la mano disponible de la contracara del traje saqué un pequeño frasco con atomizador. —Yo con usted no voy a ningún lugar —Me respondió desafiante. —No debería hablarle de esa manera a un hombre armado —Le advertí abanicando el arma—. Podría despertar a una bestia —Me sonreí con picardía al verla abrir los ojos del susto—. Y claro que va a salir de aquí, de mi mano, por cierto —Le dije y me le acerqué, comprobé cuán rosáceos son sus labios y el brillo de sus ojos color miel—. Bellos ojos, lastima que tendrá que apagarlos por un rato, hermana ¿Así es que les dicen a ustedes aquí adentro? ¿No?—Pregunté con sarcasmo y le rocié el atomizador. En segundos cayó dormida, tuve que moverme enseguida para evitar que se golpeara la cabeza con el banco de madera. —Listo hermanitos, ya vamos de salida —Les avisé a Malcolm y Leonardo.
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