La decisión del secuestro

3098 Words
Dos días atrás Flashback: Llegamos apenas en la madrugada de regreso a nuestra tierra, aquí vamos en camino al rancho de Atkins Thomson, no nos dimos tiempo a descansar del viaje, el compromiso que tenemos en ciernes no lo permitía, tampoco era la intención. Enterarnos de su muerte nos indignó de forma tal que, aunque intentamos distraernos en la celebración del cumpleaños de los gemelos no lo logramos. Esta noticia trastocó los planes que teníamos. No sé si esa noticia llegó en el momento ideal, si fue conveniente porque en realidad yo no me sentía tan a gusto en la isla. No para tomarla como asiento principal. Tan acostumbrado estoy a la forma de vida en mi país que el tiempo que estuvimos por fuera me permitió sopesar qué lugares son convenientes para yo vivir y cuáles no lo son sino para pasar un buen rato. Después de cuidar haber dejado a las mujeres y los niños debidamente custodiados en la casa de Aleskey, emprendimos el viaje por tierra hacia el interior del país. Las tres horas que duró el recorrido las hicimos absortos en nuestros pensamientos. Al ingresar a la primera parte del predio que comprende la propiedad de Atkins, rápidamente pudimos verificar que multiplicaron la seguridad. —Señores —Nos saludó uno de los escoltas de Atkins, el cual nos reconoció apenas Aleskey bajó el vidrio de la ventana del lado del conductor. —¡Qué hay! —Lo saludó de vuelta Ales. —Bienvenidos, el señor Gustavo los estaba esperando —Nos anunció el hombre—. Vayan con confianza, ya aviso para que no los detengan. Tal como lo advirtió el escolta, avanzamos hasta a casa los cinco kilómetros de recorrido sin inconveniente y por donde nos trasladamos fuimos consciente del calibre de las armas que portaban los escoltas en cada una de las alcabalas que tienen establecidas como anillo de seguridad para llegar a la casa principal. —Y pensar que toda esta vaina no le sirvió al hermano para escapar de la mala intención del peor de los cánceres —Comentó Aleskey serio. —Una mujer resentida, porque para esta vaina no se presta cualquier mujer sino una que esté resentida —Le siguió Anthoni que iba en el asiento de atrás en compañía de Malcolm, Gelys, Leonardo y Saúl. Para evitar levantar sospechas de los responsables del asesinato de Atkins, decidimos trasladarnos en dos camionetas Ford Expedition con espacio suficiente para ir todos juntos. Nos distribuimos nosotros en una, y en la otra los escoltas principales de cada uno de nosotros. Dado que nadie sabe de nuestro retorno al país, es la mejor forma que tenemos para pasar desapercibidos hasta tener certeza o una mínima sospecha de quién o quiénes están detrás de esta baja tan importante de uno de los nuestros, es lo mejor. —Gracias por venir —Fue lo primero que escuchamos de Gustavo Thomson al descender de la camioneta justo al pie de las escaleras de la entrada principal de la casa. Ya nos esperaba, pues al bordear la camioneta para rodear la fuente que está en la entrada de la casa lo hemos visto mirando en dirección donde debíamos aparecer. —Lamentamos la pérdida del hermano —Le contestó Aleskey parado en el primer escalón después de entregarle las llaves de la camioneta a uno de los hombres de seguridad de Atkins. —Suban —Nos alentó. Haciéndole caso lo seguimos al interior de la casa. Nos llevó a un salón enorme. —Tráiganle algo de tomar —Le ordenó Gustavo a una mujer mayor que estaba en la habitación, suponemos es su ama de llaves. —Bienvenidos, ¿Qué gustan los señores? —Nos preguntó la señora. —Lo que guste ofrecernos, mi señora —Le respondí para salir del paso, esto era lo de menos. La expresión de desolación del rostro de Gustavo era la señal de que no debíamos postergar más la discusión de lo que posiblemente nos llevaría de vuelta a nuestras andadas. Como si la vida no nos quiere sino en guerra constante, suspiré y miré cuando la señora se retiró y nos dejó solos. —Tomen asiento —Nos señaló los muebles. —A ver, viejo ¿Cuéntanos bien qué pasó? —Le pidió Gelys. —Nada, lo que le conté a Aleskey al teléfono —Respiró profundo—. Una maldita mujer, que nunca faltan, lo estuvo llamando por horas hasta que logró sacarlo de la casa. —¿Cómo sabes que estuvo insistiéndole? —Preguntó Leonardo. —Jorge, el escolta de Atkins, que afortunadamente tiene las claves de sus teléfonos, pudo detectar que tenía muchas llamadas pérdidas de un mismo número, el cual coincidió con el último que fue desde donde se comunicaron con él para concertar la cita en el hotel adonde Jorge lo llevó —Relató el hombre haciendo un esfuerzo para hablar con normalidad—. Son tan brutos, o ya ni sé si lo hicieron con toda intención, pero no se llevaron nada de lo que él tenía encima, tenía sus teléfonos, su arma, el reloj y los dos únicos anillos que siempre llevaba puestos, además de una cantidad importante de dinero —Agregó con amargura. —Sí tienes los móviles a la mano me los puedes facilitar y comenzamos a rastrear la información para dar con el o los responsables —Propuso Anthoni. —Te adelantaste, hombre —Comentó Gustavo forzando una sonrisa—. Precisamente esa es una de las razones por la que les hice venir. Disculpen haberlos hecho movilizarse desde tan lejos. No sabía que se habían ido del país. —Nos tocó, aunque si me pregunta, ya extrañaba el aroma de mi tierra —Le dije—. Aquí me muevo como pez en el agua. —Ja, ja —Medio se sonrió el hombre, carraspeó la garganta—. No sé si te moverás como pez en el agua, pero si tengo referencia que todos ustedes son arriesgados, se le miden a todas las pruebas que les propongan y son capaces de saltarse todos los obstáculos lo que se les presenten. —Tanto como así, no sé, pero si somos responsables —Comentó Malcolm, el más formal de todos los del grupo. —Responsables con los nuestros, si se trata de cobrarnos una falta, una traición, ahí estamos nosotros —Intervino Saúl. —De verdad que son bien unidos. Atkins me había hablado de ustedes. He seguido de cerca las últimas noticias que se han filtrado de ustedes, sobre todo con la guerra que se armó con la hija de Gerónimo —Adujo Gustavo. —¿A cuál de las dos se refiere? —Le pregunté—. ¿A la pequeña o a la representación femenina del demonio vestido de mujer? —¿De qué hablas? —Cuestionó confundido. —Viejo, digo es que no sé si sabías que Gerónimo tuvo dos hijas, una que es casi un ángel y la otra el verdadero demonio —Le expliqué. —¿Cómo que casi ángel? —Preguntó Aleskey confundido. —Bueno, no hay que ser muy inteligente para darte cuenta que la pequeña no es la mujer más dócil que hay en esta vida, tiene un carácter bien atravesado, es buena gente y hacedora de milagros —Le respondí. —No se distraigan —Gelys nos llamó la atención. En ese momento apareció la señora con una empleada de servicio trayendo consigo unas bandejas con unos tragos y algunos aperitivos. Este espacio de tiempo le dio oportunidad a Gustavo para ausentarse por un rato, tiempo durante el cual Jorge el escolta de Atkins se nos acercó. Otrora, tiempo atrás, en la época en la que él era soltero y andábamos entre las mujeres de la agencia, fiestas interminables y metido en una que otra contienda por defender el territorio, compartimos con Atkins y él. —¡Qué hay, Leroy! —Me saludó Jorge. —Hermano ¡Qué vaina con lo que le sucedió al hermanito Thomson! —Nos quedamos fríos, yo estaba afuera en la camioneta esperándolo como siempre había hecho las veces que se encontraba con las amiguitas de la vida alegre. Ni vi por donde se fue la desgraciada, ni una referencia tenemos de su rostro porque cuando consultamos con las personas que tuvieron guardia ese día, que casualidad que nadie sabe, ninguno nos supo dar detalles de la mujer que supuestamente se registró en la habitación —Tragó grueso, se notaba que estaba sufriendo la muerte del hermanito Atkins—. Cuando el patrón llegó ella ya estaba esperándolo —Al decir esto, Jorge se dio dos golpes seguidos en la cabeza. —¡Hey! no te des tan duro, es rudo decirlo y más reconocerlo —Hice una pausa—, pero estas cosas pasan, cualquiera de nosotros pudiera estar ahí en el lugar de Atkins. Lamentándonos no lo vamos a revivir, ahora nos toca honrar su muerte —Le di dos palmadas en la espalda—. Ahora debemos buscar hasta debajo de las piedras a esa desgraciada y a las personas que están detrás de todo esto. —Solo díganme qué hay que hacer, cuenten conmigo y el resto de los hombres, el patrón era gente, como dicen ustedes, de la buena —Me dijo Jorge. De una puerta distinta por la que se fue, apareció Gustavo con un sobre entre las manos. —Disculpen haberlos hecho esperar —Gustavo advirtió su presencia a los que no se habían dado cuenta de ello—. Verán hombres, tal vez pensaran que es una pendejada la razón por la que les hice venir. —A ver, díganos y que seamos nosotros los que valoremos si es una pendejada o no —le pidió Aleskey. —No creo que sea una pendejada si nos hizo movernos desde tan lejos —Le dije concluyendo que habría de ser algo que era realmente importante para él, y más si acaba de perder a su mano derecha. —Así es, Leroy —Admitió Gustavo con cierta congoja en el tono de su voz—. No sabemos quien acabó con la vida de mi muchacho, y necesito tener al único bastón que me queda.. —¿Cuál bastón? No me diga que le pasó algo —Aduje confundido. —Hermano —Malcolm llamó mi atención—. El señor Gustavo está hablando metafóricamente, hermanito. —Ya, entiendo —Acepté mirando a Malcolm—. ¿A qué o quién se refiere? —Le pregunté a Gustavo. —A Akais —Expresó en voz baja y luego se sentó. —¿Quién es? —Preguntó Anthoni. —¿Es tu hija? —Preguntó Aleskey. —La misma —Admitió Gustavo—. Por ella es que me tomé el atrevimiento de molestarlos, no puedo confiarle su seguridad a nadie más que a ustedes. Ya no confío en nadie. Atkins veía por los ojos de ustedes, y en esta oportunidad me toca imitarlo. Veré por sus ojos. —Ajá Thomson, ¿Dónde se supone está tu hija? ¿Qué edad tiene? ¿No me digas que es una adolescente complicada? —Pregunté curioso. —Nada de niña ni adolescente, Akais es toda una mujer, para mi aún mi niña, pero complicada —Respondió mirándonos a todos con cierto pesar. —Cuéntanos ¿Qué tan complicada puede ser una mujer como para que tú con tanto poder no la puedas controlar? Si nosotros —Detuve las palabras para voltear a ver a Aleskey y a Anthoni—, bueno, quiero decir, esos dos —Los señalé—, lograron domar a dos pequeñas fierecillas. —Akais es totalmente distinta de sus mujeres, eso sí se los aseguro —Nos dijo con cierto misterio en el tono de su voz. —Ah no, Gustavo, no hable a medias, digamos que tan indomable es su muñequita —Le pidió Anthoni. —¿No me diga que está con un enemigo? —Le preguntó Leroy en tono de broma. —Lo preguntarás en juego, pero sí. La niña se me fue con el hombre de hombres —Respondió serio. —¿Como así? —Cuestionó Leonardo—. Ahora si que nos despertó la curiosidad. A menos que se haya ido con uno de los rusos no veo quién más pudiera creerse tener poder para enfrentarte. —Ja, ja —Gustavo sonrió en un tono de voz sarcástico—. A ella nadie la obligó, ella por voluntad propia decidió abandonarnos y meterse en ese lugar raro. Todos nos miramos extrañados por sus palabras. —Akais, después que asesinaron a mi mujer, culpó a Atkins y a mí por eso, le dio duro, la entiendo; no fue la única a la que le afectó la ausencia de Nora, solo que nosotros tuvimos como pasar el guayabo de la perdida y el odio porque la mujer se me fue no por causas naturales sino por la vida que llevamos, por venganza. La pobre Akais encerrada en casa, sin amigas, rodeada solo de los empleados, supongo yo que desesperada le dio por irse a meter en ese lugar —Suspiró—, ¿Pueden creer que le dio por dizque irse a meter en un convento? —Ajá, tremendo golpe para un mafioso ¿No? —Comentó Anthoni. —Así es, no creo en nada de eso, pero ella no acepta razones —Adujo Gustavo—. La cosa está en que la necesito aquí para el sepelio de su hermano, ella no va a aceptar asistir y menos si se entera de las condiciones en las que falleció Atkins, cuando se fue renegó de nosotros y de lo que hacemos —Guardó silencio por unos segundos—. No la he llamado para notificarle lo sucedido porque sé bien cuál será su respuesta, aquí es donde está la razón por la que les hice venir. —Díganos maestro —Le pidió Leonardo. —¿Quiero saber si puedo contar con ustedes para que me ayuden a hacerla venir? —Nos inquirió adoptando una actitud más seria. —¿Cómo así? Si usted no pudo con ella ¿Cree que a nosotros si nos va a escuchar? —Cuestionó Malcolm. —A veces las palabras sobran —Intervine—. Le tengo la solución, nada de palabrerío, si como él lo dijo ella no lo escuchó, a nosotros que somos unos aparecidos menos lo hará, vamos por lo que sabemos —Propuse sentándome en el borde del sillón—. Atkins merece tener en su despedida a todos los que lo queríamos y lo queremos aún, aunque reniegue, si es su hermana ella no es la excepción. —Lamentablemente para ella, habrá que secuestrarla del hueco ese donde decidió meterse como si fuera una rata —Resolvió Gustavo con amargura—. Una hija mía no va a terminar sus días como borrego practicando mañas que ni ella sabe si le sirven para salvarla de algún peligro. De todos ustedes ¿Cuál es el más arriesgado? —Preguntó mirándonos a todos. —La verdad todos nos medimos al tamaño del problema —Manifestó Aleskey. —Pregunto porque el convento no está en el país, a Akais hace un año la trasladaron para Argentina, supuestamente porque allí dizque la preparación para ser monja es la mejor, supuestamente completa, pendejadas para pedir donativos más onerosos —Bufó. —¡Ah bueno! —Exclamó Aleskey con titubeo—, la verdad es que si vuelvo a viajar a otro país, me van a poner la ropa en la puerta, no puedo arriesgarme a que esa mujer saque a relucir su orgullo nuevamente, aunque lleve a cuesta la responsabilidad de tres niños, uno más rebelde que el otro. No sé los demás, cuenta conmigo para buscar aquí a los responsables, no para ir a buscar a la monjita —Le dijo Aleskey en forma tajante. Anthoni adujo prácticamente lo mismo, se negó; sobre todo cuando Gustavo nos explicó lo difícil que sería ingresar a ese lugar. Comprobamos lo que nos dijo cuando Anthoni buscó en su móvil imágenes de las estructuras del edificio. Lo que nos dio la idea de que en caso que no nos permitieran el acceso en forma pacífica, nos tocaría violar el recinto y tal vez sacar a su hija con algo de violencia. Ese escenario no les gustó a Ales y a Anthoni porque no vamos a buscar a un delincuente o a cobrarnos un ajuste de cuenta. —Esto es algo más doméstico —Adujo Aleskey—. Que vaya Leroy —Propuso—. Vaya usted hermano, así conoce otros horizontes. De todos nosotros usted es el más arriesgado. El que está más capacitado para llevar esto. Use su sexapil. —Déjate de pendejadas, Gustavo quiere que la saque de allí no que la seduzca —Lo contradije. —Bueno, para que te den acceso sin recurrir a la violencia, el físico te servirá —Comentó Anthoni. —Está bien, ya organizaré la forma —Me quedé callado un momento—. Leo, Malcolm espero que no tengan excusas, quiero que me acompañen, ustedes me servirán; de todos, nosotros tres somos los que tenemos mejor presencia. —Ja, ja, miren a este —Comentó Aleskey. —Aquí están varias fotografías de mi niña, se la tomó uno de mis hombres desde la distancia, lamentablemente no tengo fotos anteriores, desde antes de usar esa ropa que ahora lleva, lamento no darles más elementos para identificarla —Me dijo mientras me entregó un sobre. Saqué las fotografías y en todas aparece con la vestimenta propia de las monjas, solo dos de ellas muestra el rostro, como si hubieran acercado el zoom de la cámara al tomarla. —No te preocupes, creo que con estas dos es suficiente. Solo toca reproducirla para entregársela a los hombres que me acompañen. Necesitaré a varios de los tuyos. —Yo te acompaño —Se ofreció Jorge. —Te necesito aquí —Le dijo Gustavo. —Tranquilo, ahí veremos, no creo que esto sea complicado —Le dije a Jorge. —¿Cuándo estarías dispuesto a hacer esto? —Preguntó Gustavo. —No tengo a quien rendirle cuentas, mañana si es posible, el cuerpo de Atkins no espera —Manifesté. —No te preocupes por eso, lo mandé a preparar a la espera de mi niña, no puede irse del todo sin que todos nos despidamos de él —Adujo Gustavo. —Listo entonces, ya está decidido, mañana al mediodía salimos a buscar a tu monjita —Le prometí.
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