Un mal endémico

1239 Words
En Campanario se había instalado un mal endémico, la responsable de ello, es Isabel. Siempre había existido la hechicería, sin embargo, nunca antes había sido tan atrevida ni tan malvada como lo realizado por Isabel. Detener el tiempo dejando a todo un pueblito viviendo en un determinado espacio en el tiempo, solo por castigar a quien la había traicionado, dejándola tan solo con promesas vacías. Ariel decidido a encontrar el punto débil del hechizo, se ha traslado nuevamente a Campanario, está vez lo hizo a solas. Rafael había regresado a España, para acompañar a su hija a sobrellevar todo lo que le estaba sucediendo. Caminó una hora hasta llegar al punto de entrada, lo hizo de forma silente, está vez iba expectante. Sentía en su interior que algo o alguien trataría de impedir su avance. Y no se equivocó—¿A que has vuelto?, —preguntó Isabel cortando su paso, mientras acaricia la cabeza del lobo n***o que estaba sentado al lado de ella. —Aquí nací, crecí, pertenezco a este lugar— dijo de forma desafiante —Tú ya no perteneces aquí, al marcharte años atrás, dejaste de pertenecer. —Sigo siendo parte de Campanario—respondió al tiempo que enderezaba su cuerpo adquiriendo una postura erguida y desafiante. A Campanario y a su familia, los había comenzado a mirar desde otra perspectiva. Por un lado debía salvar a Campanario, a su hermano y así mismo, enfrentando a su familia materna sin importar que suceda con ella. El lobo le mostró sus enormes y afilados dientes. Ariel lo miró directo a los ojos desafiando al enorme lobo. La mujer nuevamente le pidió que se retirara. Ariel continuó su camino haciéndole el quite a la mujer y a su lobo guardián. El lobo atacó saltando directo hacia la espalda de Ariel, pero este giró con tal rapidez que no le dio chance al lobo de tocarlo siquiera, le dio un golpe de puño tan fuerte que lo hizo estrellarse contra el árbol más grueso que había a su alcance. Isabel alzó la mano en señal de un alto hacia el lobo. Miró fijo a Ariel y a continuación le dijo. —Eres osado, fuerte, inteligente, eso no te salvará de lo que se aproxima, aquello que está a punto de suceder, es algo inherente a tu descendencia, puedes huir, pero al final, ello te alcanzará, y aunque lograras romperlo, una parte se quedará a ti como algo intrínseco, con lo cual deberás cargar por toda tu vida y luego lo harán tus hijos. Antes de que pudiese responder Ariel, la mujer se internó en el bosque detrás del lobo y desaparecieron. Al entrar a su casa, luego de un cruce de palabras, la frialdad que teñía aquel encuentro, comenzó a disiparse al momento que su madre le comenzó a relatar algunos acontecimientos de forma arrepentida. —Por ahora me enfrentaré a cada día, por separado, y no pensaré en el mañana— respondió Ariel, ignorando todo lo dicho por su madre, poco o nada creía en el arrepentimiento y las palabras de ella. Le angustia pensar en el mañana, porque no sabe con qué o quiénes se enfrentará. Por otro lado está obligado a sumergirse en el pasado, para encontrar la solución a su mal. El pasado le fue dulce por parte de su padre, y le fue carente por lado de su madre. Tendrá que aferrarse al lado más dulce de su pasado para ir allí, y regresar intacto. De pronto sintió que una mano helada le oprimía el corazón, la garganta le comenzó a doler por las emociones contenidas. —¿Que sucede?, — preguntó su madre un tanto alterada. —Nada, no sucede nada — las palabras explotaron mientras sujeta con firmeza el cuaderno de partitura de su padre, para que sus manos no temblaran. —No importa cuánto corras, no importa lo que hagas, no importa tus súplicas, ella tomara lo que necesita, asi como tu tiempo se aproxima, también el de ella agoniza, y está aquí para tomar lo que ha pactado. —¿De que hablas?, — preguntó molesto por la poca claridad de su madre. —Porqué crees que se ha mantenido más de un siglo con vida y joven— en las palabras y en la voz de la mujer, Ariel pudo leer, que ella sabía más de lo que decía. No importaba si ella se mantenía al margen, lo que importaba era lo que él podía encontrar. Al caer la noche, el pueblo oscureció, la tiniebla no dejaba que la luz lo alumbrara, para Ariel no era un problema la falta de luz. Caminó hasta la salida, deseando encontrar al lobo y a su bisabuela. Llevaba una linterna en su mano para alumbrar el camino una vez que se internara en el bosque. Sintió el aroma a perro que provenía de algún lado, agudizó su oído. Comenzó a observar a su alrededor, ahí estaba ella, parada junto al lobo, sus ojos brillaban, su ropa oscura se camuflaba con la noche. —Sabía que serías estúpido cuando llegaste aquí, pero estás haciendo apología a la estupidez con volver de nuevo. —Tal vez— fue la única respuesta que obtuvo de Ariel. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, aún así continuó avanzando, quería llegar a la cascada. Aquellos caminos le evocan el pasado, y el necesita sumergirse lo más profundo en el para encontrar lo que busca. No puede evitar sentir miedo, debe enfrentarse a un mundo totalmente desconocido, un mundo que solo existe en la imaginación y en algunos libros. Ariel estaba decidido a enfrentar a lo desconocido, necesita vivir como un hombre normal, ahora que pronto nacerá su hijo. Desde que conoció a Vivían y a Emilia, soñó con una familia, se permitió soñar con la felicidad y un amor imperecedero. Había tenido a soledad como su única compañía y hasta pensó que ella era su destino. Nunca se había permitido pensar en alguien para completar su vida. Estaba poco dispuesto a estudiar la posibilidades románticas que imaginaba. Había abandonado su ensueño melancólico el día que conoció a Vivían en aquella cafetería. Y ahora no solo tenía a Vivían, además tenía a Emilia y por si fuera poco, tendría un hijo, su hijo, aquel que siempre pensó que no tendría por su estado mental. Al llegar a la cascada, se quitó la ropa y se puso debajo del charco de agua que caía. La cascada era lo único puro que se mantenía en aquel lugar, el agua corría al exterior y así se mantenía limpia, sin contaminación. No le preocupaba si aparecía Isabel con su lobo guardián, de algo estaba seguro, y era que si demostraba temor, ellos no tendrían poder sobre él. De regreso en casa que una vez fue de él. Preguntó a su madre con educación pero con firmeza. —¿Por qué entregaste a mi hermano a un desconocido? —Inducida por el odio hacia los Canessa. —El pasado inoculó su veneno en ti, y no pusiste resistencia alguna. Ni siquiera el amor hacia Rafael logró derrotar aquel odio infundado, un odio basado en una mentira. —Tu no sabes nada. —Se más de lo que te imaginas. Aquella conversación finalizó ahí, la madre de Ariel se fue a su habitación y el se quedó de pie mirándola con compasión. Sin entender como se podía vivir odiando a alguien solo por capricho.
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