De camino a Campanario, aprovechan el momento a solas para conocerse un poco más. Rafael le cuenta algunas cosas de su vida y de cómo había conocido a su madre.
Al llegar dejaron el auto estacionado en el camino que lleva a Cabrero, deben bajar por una pendiente, luego atravesar un pequeño valle e internarse en un bosque que llega a un acantilado, allí se debe dar un paso al vacío en el lugar preciso, para no caer por el acantilado y poder entrar en la puerta invisible que da a un puente colgante que conduce hasta el pueblo. Nunca nadie se puede imaginar que exista un pueblo luego del acantilado. La gente que suele llegar hasta allí, solo ve un extenso valle un tanto silencioso en lugar de Campanario y el bosque que lo rodea.
Iban a ciegas, no sabían con que se encontrarían. Hace muchos años que Ariel no va por esos lugares. Al poner un pies en el puente, ya estaban dentro de Campanario, sintieron el aire denso, un olor nauseabundo llegó hasta su nariz. Rafael que nunca había estado ahí, comenzó a estremecerse, sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo una y otra vez. Ariel sintiendo el temor de su padre lo tranquilizó.
—Cálmate, no sucederá nada, soy parte de este pueblo, y ellos me deben recordar. Recuerda que nací y me crie aquí.
Sin embargo, Rafael seguía inquieto, sentía la presencia de dos extraños ojos que los observan mientras ponen los pies en el poblado, después de cruzar el puente, atravesar un bosque de árboles nativos, propios de la zona.
Se dirigieron a la casa donde creció Ariel. A el nunca le pareció extraño el lugar, después de todo, creció viendo todo a su alrededor. Nunca se cuestionó ni preguntó, como es que la gente más anciana no moría, y si lo hizo su padre, su abuelo y su tía. Ahora mientras camina atravesando el pueblito, se lo va preguntando.
Al entrar en lo que un día fue su casa, sintió una gran nostalgia, el lugar le recuerda a su padre, a quien le debía lo que era, a quien amó, su padre lo protegió y lo trató con amor.
El saludo con su madre fue frío, desinteresado, su hermana apenas lanzó un “hola” entre dientes. La casa era lúgubre, triste, sin mucha luz, el pueblito en general era lúgubre, sombrío. La oscuridad mantenía a Campanario de forma silente, el único ruido procedía de una hermosa cascada donde Ariel solía jugar cuando era pequeño. Era un pueblo muerto, no se escuchaba a las aves, era como si no existieran allí, no se sentía la brisa, era un pueblo fantasma detenido en el tiempo, en una dimensión apartada de la realidad.
Antes de que Ariel dijera algo, su madre se adelantó al decir.
—No puedo ayudarte, no intervendré.
Rafael se adelantó para hablar y ella respondió sin dejarle lugar a que el abriera la boca siquiera.
—No sé quién sea usted, lo único que le pido, es que no se meta en un asunto que no le corresponde.
—Me corresponde, Ariel es mi hijo y no lo dejaré de nuevo solo—aseguró con firmeza y un poco de molestia.
María Isabel se paralizó al escuchar a Rafael, no por la forma en la que él le habló, sino por ser a quien una vez ella quiso y que no había vuelto a saber de el por 33 años. No lo hubiese reconocido si él no hubiese dicho ser padre de Ariel.
—Antes del anocher, deberán marcharse—dijo María Isabel preocupada.
Era como si le temiese a algo o a alguien.
—Solo vinimos por unas partituras que dejó papá para mi— mintió Ariel.
No podía sincerarse con su madre, ella forma parte de la maldad que reina en aquel lugar. Ella sabe de la oscura magia que mantiene viva a su abuela, así como sabe del hechizo lanzado y que ha recaído sobre los gemelos que son sus propios hijos.
Ariel necesitaba tantas respuestas, pero sabía que su madre no las daría, por lo que solo se dirigió a un baúl de madera y cuero, que se encontraba a un lado del piano, allí guardaba su padre las partituras y su diario, el baúl tenía un compartimento secreto, que solo Ariel lo sabía abrir. Abrió la mochila que cargaba y echo todos los papeles incluido unos apuntes en una vieja agenda. Sacó un libro del compartimento secreto y lo puso rápidamente en su mochila, mientras Rafael distraía a María Isabel y a su hija.
Una vez listo, Ariel se despidió y luego dijo a su padre.
—Es hora de irnos.
Caminaron de regreso al bosque y luego al puente. Al llegar al auto respiraron aliviados.
—¿Viste el lobo que nos vigiló todo el tiempo que estuvimos en Campanario?, es el mismo lobo que vi de pequeño, pero que mi madre y mi abuela se empeñaron en negarlo haciéndome creer que era producto de mi imaginación.
—¿Que ha sucedido en este pueblo?, — quiso saber Rafael.
—Llegando a Concepción lo sabremos, en los diarios de mi padre debe haber algo que nos ayude a descubrir, no solo lo sucedido con Campanario, sino que también con el hechizo de mi bisabuela.
—Eso esperemos, sino estarán condenados a una vida lobil— dijo Rafael. Ariel sintió quebrarse la voz de su padre. Puso su mano en el hombro de Rafael para calmarlo y alentarlo.
—Debe haber una solución, nada puede ser absoluto.
De regreso a Concepción, hablaron de muchas cosas, a ambos les gusta el arte y la literatura, Ariel va entendiendo de donde heredó ciertas cosas. Existe un parecido entre los tres. Aunque Ariel no ha conocido a su hermano como humano, Rafael se ha encargado de hablarle de él.
Lo único que diferencia a Benjamín y a Ariel, es su cerebro, Ariel es más analítico y Benjamín es más impulsivo. Ambos fueron criados por grandes hombres que le enseñaron los más valiosos principios y valores, y por ello, Rafael estaba muy agradecido, por hacer de sus hijos, unos hombres empáticos, maravillosos y extraordinarios seres humanos.
Al llegar al departamento de Vivían, comenzaron a leer todos los papeles que habían tomado del padre de Ariel.
Ariel comenzó leyendo el diario de León; como él le llamaba. Enorme fue su sorpresa al enterarse de cómo fue separado de su hermano y que hace que su bisabuela continúe con vida y manteniéndose de 40 años aún. Era como estar leyendo una novela de ficción.