El técnico llegó a las diez y veinte. Enrico le comentó lo que quería y en nada le instaló el contestador como quería, perfectamente invisible. Agujereó el fondo del mueble para permitir el paso del cable del aparato que conectaba con el contestador y el hilo que iba de ésta a la pared. Era uno de los mejores modelos de la época, engorroso pero adecuado para estar siempre en funcionamiento: no impedía las llamadas salientes y cuando uno estaba en casa podía responder personalmente sin tener que colgar. La voz grabada de Enrico solo se activaba si se pasaba del séptimo pitido. Sin embargo, había un inconveniente: el contestador lo grababa todo, incluso cuando se telefoneaba o se respondía a una llamada. Cuando el técnico se marchó, el dueño dejó el aparato encendido y salió corriendo porqu