LA VERDAD Y LA VEROSIMILITUD Lucio estaba orgulloso de sí mismo: inteligente, intuitivo, brillante… Había fichado a Enrico desde el principio. ¡Era brillante! Exageras —le decía Piera—, a mi me parece una persona madura. Sí, claro, su mujer era demasiado buena, veía bondad por todas partes, pobre ingenua. Él supo enseguida que aquél hombre era un inmaduro pegado a las faldas de su madre. ¡Hasta Piera acabó confirmándoselo! Mejor tarde que nunca. Hacía años que no veía a Enrico. De vez en cuando, aquél bribón le telefoneaba o se pasaba por su casa. ¡Imagínate! Con todo lo que tenía que hacer y encima tener que recibirle con una sonrisa. Pero como él era todo un caballero no podía eximirse: no como ese paleto. Por supuesto, por lo que Lucio respectaba, aquél tío se podía ir a freír espár