Desde entonces los Pittò, la mayoría de domingos y otros festivos, fueron acogidos en la mesa del doctor y su hijo. Poco a poco, más gracias al tiempo que a las visitas y los consuelos, el caballero fue recuperando los ánimos. A pesar de la animosidad que Bruno sentía hacia su tío, intentó ocultar el sentimiento negativo gracias al buen ejemplo que predicaba el padre ante el arruinado –¡piedad por los vencidos!–, mostrándose cordial y comprensivo. El joven consiguió profesarle al caballero palabras de consolación, aunque la expresión de su rostro siempre desentonó con las palabras. En una ocasión, Pittò le dijo con una sonrisa triste: Me odias, ¿verdad? Naturalmente Bruno lo negó. Mientras el espíritu baronte aún se desternillaba de su última jugarreta, el demonio príncipe, el de la fa