¿Qué podían hacer? Nada de nada; inmediatamente después los otros les mandaron una carta muy seria del abogado que pedía sin dilación la penalización. El caballero acusó de forma refleja al doctor Fringuella por haber iniciado la producción sin su consentimiento: Debería reclamarle los daños a usted por la retención de la mercancía y por el material que no ha conseguido vender en las tiendas. ¡Es usted un imbécil! —soltó a modo de respuesta el enfurecido director administrativo, insultándole por primera y no última vez con el rostro a pocos centímetros del jefe, escupiéndole saliva y bilis. Intimidado, dio media vuelta y desapareció suspirando un «piojoso, piojoso» y picando de manos como solía, aunque no demasiado enérgicamente. En cuanto se fue por el pasillo más cercano el ruido de