Solo un poco muertos

3159 Words
Siendo total y completamente honestos, la gran mayoría de las veces que uno despotrica contra los otros, realmente está haciéndolo contra sí mismo. Esa necesidad constante de herir a los demás no es más que un reflejo de lo que queremos hacer con nuestra persona; la razón por la que no lo hacemos, se escapa completamente de mi entendimiento. Llámenlo auto preservación si quieren, pero yo lo llamo cobardía. Cuando el individuo comienza a mirar hacia adentro es cuando realmente comprende lo que es. Algunas veces se descubre siendo una mejor persona, otras veces, es mucho peor de lo que su mente quiere admitir, pero siempre encuentra un tipo de paz que lo absuelve de sus errores. Yo sabía lo que era y hacia donde me dirigía, aunque tuviera que retroceder, parar e incluso mantenerme en silencio por horas, hacía lo que podía para procesar lo que estaba en mí. Muchos no lo sabían y honestamente, sentía lástima por ellos. Uno de esos era Ronnie. Lo supe cuando se tiró del jeep en movimiento con los ojos perdidos. Poco le importaba saber si los chicos a los que disponía a herir eran efectivamente los que habían maltratado a Liam. Creo que poco le importaba golpearme a mí si suponía que el causante había sido yo. Muy dentro de sí, solo se culpaba a él, y quería ser castigado por ello. El peor castigo que alguien puede sufrir es no recibir lo que merece. Vi que Alice se alejó del nosotros tan rápido como pude y me alegré por ello. Guardé mi teléfono delantero en el bolsillo de mi apretado pantalón y me dispuse a seguirle los pasos a Ronnie, quien caminaba dando largas y potentes zancadas sobre la hierba helada. No me hablaba, no me miraba, solo caminaba hacia ellos, y aunque sabía que mis trastornados ojos me engañaban de la más cruel forma, veía salir de su espalda aquellas alas negras que lo convertían en el demonio de mis pesadillas. Los desafortunados chicos esperaban a unos pocos metros de nosotros. Algunos de ellos pintaban sus rostros con retadoras sonrisas, y otros solo se retorcían al ver la figura de Ronnie acercándose a ellos. Yo figuraba solo con un chico pequeño y escuálido junto al rubio, quien media casi metro noventa y era puro músculo. Aún así, mi falta de amedrentamiento la compensaba con creces con una rabia inconmensurable hacia el universo en general y todos los que se aventuraban en mi camino con mal paso. –Creo que ellos tuvieron un tiempo bastante jodido para meterse con uno de mis amigos –murmuré entre dientes. –¿Quién de ustedes lo hizo –preguntó el rubio cuando estuvo lo suficientemente cerca de los desconocidos como para comenzar a reclamar–? ¿O tomaron partida todos? – –Tranquilo, tigre –intentó calmarlo uno de ellos; pero el fuego no se apaga echando un galón de gasolina a las llamas–. El chico estaba en el momento y lugar equivocado. Fue completamente su culpa… –decía caminando hacia nosotros con las manos en el aire y una botella de cerveza a medio tomar en una de ellas. Antes de que pudiera terminar su patética oración, Ronnie le dio un derechazo que lo hizo caer de bruces en el suelo. El resto de los muchachos se abalanzaron contra mí mientras el par de chicas que andaban con ellos se escondieron dentro de los autos y cerraron las puertas con seguros. En medio segundo todo se nos fue de las manos. No podía ver a Ronnie, no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo, solo sabía que tenía a alguien golpeándome las costillas y que otro me intentaba retener, sometiendo mis brazos en mi espalda. Si solo ellos supieran que de cosas peores me había zafado con bastante destreza. Ni siquiera nuestra desventaja numérica era suficiente para menguarnos y aunque yo me había ido a los golpes con dos de ellos, sabía que los podía manejar fácilmente, de hecho, disfrutaba un par de golpes de vez en cuando. Al primer puño en mi cara, me solté finalmente. Supongo que el subidón de adrenalina vino cuando recordé el rostro de Mike pegándome frente a mi hermana. Nuevamente apareció el dolor en mi espalda y sentía las extensiones de aquellas alas negras abriéndose paso entre mis huesos. Lo peor de mí iba a comenzar a salir otra vez mientras Jaime me observaba con una entretenida sonrisa sentado en uno de los autos que iluminaban toda la pelea con sus opacos focos amarillos. Mi rabia cobraba vida propia y se descargaba sobre aquellos dos pobres diablos por lo que incluso llegué a sentir lástima. Aquello era lo que yo era capaz de hacer con mis propias manos, pensé. No paré hasta que vi la sangre de uno en mis puños y en el momento en el que rojo baño mis dedos, fue que comencé a escuchar los gritos de terror de una de las chicas que observaba la terrible imagen con lágrimas en sus ojos. No era solo mis brazos, era mi camisa blanca y mi rostro los que también goteaban la sangre de aquel muchacho. De mi mano izquierda cayó una piedra ensangrentada que no supe en qué momento tomé del suelo y al ver el desastre que había provocado, terminé vomitando a un costado de mis propias piernas. ¿Estaba muerto? ¿Lo había matado yo? –Yo lo veo bastante muerto, V –me dijo Jaime asomando su rostro sobre mi hombro derecho–. Ni siquiera solo un poco muerto, sino que muy muy muerto – Me volteé a mirarlo para decirle que me dejara en paz, pero su rostro desapareció como si nunca hubiera estado allí. Al mirar al chico muerto, lo vi retorcerse del dolor y el desastre había desaparecido. Solo tenía unos rojos moretones en sus pómulos y en su mandíbula. No había una gota de su sangre sobre mí. Me tomó un momento caer en la realidad y lo hice cortándome la palma de la mano con una piedra. Sabía que sola una cosa podía ser real y confié en ella: únicamente mi propio dolor físico me hacía ver lo que verdaderamente estaba delante de mis ojos y era nublado por las indeseables imágenes que mi perturbada mente se empeñaba en poner frente a mí. Miré al chico tumbado en el suelo con toda la esperanza de encontrarlo vivo y tragué en seco cuando lo vi respirar trabajosamente. Me puse de pie como pude y caminé hacia el carro donde estaba la chica que había visto. A través de la ventana le dije que recogiera a su amigo y que salieran de allí hacia un hospital lo más rápido que pudieran. Ella se bajó por la puerta contraria a donde yo estaba y con ayuda del otro muchacho que intentaba sostenerme a principio de la pelea, logró meter en el carro al estropeado chico. Salieron de allí en una santiamén. Ronnie continuaba en su tarea y no se iba a detener aunque tuviera a uno pegado al cuello y a otro intentando pegar por la espalda, Su atención estaba centrada en el que estaba bajo su cuerpo y al que iba a llegar a matar si yo no lo detenía. Me deshice de los otros dos debiluchos en un santiamén y les grité que se alejaran hasta que yo pudiera hacer caer a Ronnie en sus cabales, pero aquello era mucho más fácil decirlo que lograrlo. Ni siquiera aguantando sus puños podía pararlo, y no había forma de sacar a su desafortunada victima de la lluvia de golpes, pues el rubia estaba sentado de lleno sombre el abdomen del chico. –¡Ronald, por favor detente –le gritaba yo, pero parecía que no escuchaba una sola palabra a su alrededor–! ¡Vas a matarlo!– –Yo creo que quiere matarlo, Vince –habló Jaime nuevamente apareciendo sobre mis hombros–. Por mí, que lo haga. Lo merece. Él fue quien golpeó a Liam… quizás… – –¡Demonios, Jaime, desaparece de una puta vez! –grité yo con una desesperación que era incluso palpable. Ateniéndome a las consecuencias de meterme en el camino de Ronnie, lo agarré por la cintura y lo saqué de arriba de aquel muchacho. Por supuesto, sabía de antemano lo que caería sobre mí. El chico rubio se volvió en mi contra con la facilidad con la que se voltea la marea. Recibí el primer golpe en la mandíbula y sentí todo su peso sobre mí en cada puñetazo. Mis costillas dolían tanto que creía que iban a comenzar a craquearse en cualquier segundo y en mi pecho sentía una presión enorme. Sus dos manos caían sobre mi esternón con toda la fuerza requerida para romperlo en unos cuantos golpes. Ahora era yo el que estaba debajo de él recibiendo toda su ira y ni siquiera la sangre que expulsaba mi boca y bañaba su cara era suficiente para que se diera cuenta de lo que realmente estaba haciendo. No había nadie allí para hacerlo parar. Todos habían desaparecido tan pronto la pelea fue entre nosotros dos y era completamente entendible. Yo también le tenía miedo a Ronnie y hubiera huido de él si hubiera podido, pero incluso si era aquello lo que mi mente me decía que era lo más sensato, una parte de mí ya se había dado por vencida. Supongo que todo lo hice a posta. Que mi objetivo siempre fue hacerlo enojar porque, de alguna forma, era yo quien me merecía cada uno de esos golpes y él lo sabía. Muy dentro de mí, yo estaba consciente de que Ronnie sabía lo que estaba haciendo. No era su demonio quien no lo dejaba ver que yo era el que estaba entre sus brazos, sino que lo sabía y lo hacía de igual forma. Levanté mis manos y lejos de querer estrangular su cuello, solo pasé mis dedos por su ensangrentada cara, haciendo que él comenzara a llorar y se detuviera dándome un puñetazo en el pecho. –Sabías que era yo –hablé como pude. Tenía los ojos cerrados pues no me quedaban fuerzas para abrirlos. Tampoco quería mirarle a la cara. –Siempre has sido tú –respondió y el enojo traspasaba sus palabras–. Tú provocaste todo esto y lo sabes. ¡Es tu puta culpa que Jaime se matara! ¡Tú pusiste esa idea en su cabeza! – –Sabía que esto iba a pasar –exhalé con calma. Sentía los copos de nieve cayendo sobre mi cuerpo–. Solo me preguntaba cuando sucedería. Supongo que esta noche era tan buen momento como cualquier otro. – –¡¿Sabes lo difícil que es estar cerca de ti y no sentir lo que tú sientes?! ¡Es agotador ser tu amigo! –se dejó soltar finalmente. –¿Y te crees que no sé todo lo que me quieres decir? ¡¿Crees que no sé perfectamente que es por mí culpa que él está muerto?! ¡Sí, yo puse esa idea en él, no por haberle dicho que tenía que hacerlo, sino por insinuar todos los días que yo era el que debería hacerlo! ¿Crees que no sé eso? ¿Crees que no estoy esperando escuchar esto de ti desde la madrugada en la que recibí la noticia? ¡Lo sé! ¡Y desearía no saberlo! ¡Lo siento todo! ¡Y juro que desearía no sentir nada! –gritaba yo intentando ponerme en pie. –No puedo hacer esto por más tiempo, Vincent –me confesó pasando sus manos por su cabeza como para intentar recuperar la compostura–. Esto va a terminar por volverme loco. – –Necesitas irte –respondí asintiendo y mi mirada se tornó cruda–. Y no quiero volver a verte otra vez en mi vida, Ronald Hastings –sentencié. Ronnie no quería mirarme a la cara y yo quería decir cada una de las palabras que pronunciaba sin saber lo mucho que me arrepentiría de ellas–. Deberías continuar huyendo de todo el mundo, incluyendo al propio Liam o a ti mismo. – –Ahórrame el discurso de psicología barata que te enseñé yo –me riñó igualando mi tono molesto. –Sí, barata sí era –arremetí de inmediato–. Justo como tus trucos de auto aceptación, pues bien claro está que no has dejado de ser el mismo que puede llegar a matar a alguien con sus manos. – Las palabras que salían de mi estaban infestadas de veneno. Era pura ponzoña lo que estaba lanzando contra él muy a pesar de que una parte de mi quería únicamente aceptar lo que decía y dejarlo ir sin una pelea. Cada frase que salía de su boca dolía mucho más que un swing de sus manos y yo hacía lo propio como un estúpido mecanismo de defensa. –¡Porque tú eres mucho mejor que eso! –exclamó caminando hacia mí y arrugando con sus puños mi pullover. Quizás volveríamos a los puñetazos y sería mejor resolver todo de esa forma. –¡No! ¡Yo soy igual, y lo sé! ¡Pero yo me hago cargo de mi mierda y no huyo de ella! –respondí de inmediato. Ese era yo manejando mi propia mierda y apestaba en ello. –Tú solo arrastras a la gente… –me soltó con desdén y se separó de mí. –Exactamente, así que vete mientras puedas – El rubio me dio la espalda y mientras se alejaba con un caminar lento, yo me senté en el suelo para recuperar el aliento y las fuerzas. Sentía que el mundo entero dejaba caer todo su peso sobre mí y era una sensación horrible de procesar. Antes de tocar la carretera, Ronnie se volteó y me habló en la distancia. –En un punto de todo esto, yo realmente te veía como un hermano pequeño –confesó–. Todos sentíamos lástima por ti. Jaime, Ed y yo sabíamos lo de tu madre y muy en el fondo también sabíamos que tú no estás bien, Vince. ¿Crees que no escuché como le gritabas a Jamie que desapareciera cuando te ibas a los golpes con ese idiota –continuaba desde lejos–? ¿Por cuánto tiempo has estado viéndolo? ¿Cuánto más lo vas a ignorar? – –Yo no ignoro nada, Ronnie –dije de inmediato–. Creí que para estas alturas ya sabías eso. No estoy ajeno a nada de lo que sucede, solo que si algo aprendí de estos últimos meses es a no agobiar a las personas con mis propios problemas –la contundencia en mis palabras era realmente cruda, pero sentí que nunca había dicho tantas verdades como en aquel momento–. ¿Sabes toda la mierda que hay adentro de mi cabeza? Es tanta que dudo que alguien más pueda procesarla. Ustedes siguen creyendo que mi depresión hizo que Jaime se suicidara. Que fui yo, con mi desmotivación diaria y mis gritadas ganas de matarme, lo que hizo que él decidiera tirarse al mar… tú dices que fue mi virulenta negatividad y posiblemente me acuses de lo mismo con Sean. Mis palabras los mataron, ¿no? Pues tengo noticias para ti: lo que no digo es mucho peor. No durarías dos días en mi piel. – –No intentes voltear nada de esto en mí, Vince… –me amenazó levantando su índice hacia mí. –No lo hago –levanté mis manos en el aire–. Pero estoy jodidamente cansado de que todo siempre sea mi culpa. ¡Y no soy culpable de nada! La patética decisión de Jaime fue la de un niño cobarde que quería llamar la atención. Lo que hizo Sean, fue la excusa de una persona que no sabe estar sola. – Fue ahí cuando lo perdí todo. Esas palabras exactas fueron las que me costaron no volver a ver a Ronnie en mi vida. Me arrepiento hasta el día de hoy. Incluso si había algo de realidad en lo que decía, habías cosas que no debían ser lanzadas al aire tan descuidadamente como yo lo había hecho. Había estado caminando en una fina línea con mis amigos por un buen rato y aquello fue lo que terminó por derrumbar todo ápice de confianza en mí. El chico de cabello rubio asintió con los ojos cerrados y se marchó sin decir nada más. Yo solamente me quedé allí mirando las estrellas y los diminutos copos de nieve que caían en mi rostro. –Ahora sí lo jodiste todo de verdad –me dijo Jaime acostado a mi lado. Su piel tenía un tono azul y sus labios estaban morados. –Necesito que te vayas –le dije volviendo mi mirada al cielo–. Quiero estar solo aunque sea solo por un momento –pedí. –¿Es que no lo ves, V? –dijo él y pasó su congelada mano por mi rostro. Quizás había perdido todo ápice de cordura o tal vez tenía algún tipo de contusión, pero su toque se sintió endemoniadamente real para mí–. Si no estoy yo, es el otro monstruo al que tanto temes, pero nunca vas a estar completamente solo. – Luego de unos minutos en total silencio, finalmente abrí los ojos. Tomé el teléfono en mi bolsillo y marqué el número de Alice. Tres largos timbres se escucharon antes de que ella contestara con una terrible ansiedad en su voz. –¿Dónde estás, Vince –me preguntó mi novia de inmediato–¿ Estoy sola con Liam en la sala de Emergencia del Grace desde hace una hora y no sé qué hacer… – –Ronnie ya va en camino –le dije en un intento de tranquilizarla–. Él debe llegar en unos pocos minutos. Yo voy a demorar un poco más, pero no iré al hospital. Ve a casa y allá te veo, Liz, ¿ok? – –Dime al menos que estás bien, Vincent. – Era preocupación lo que escuchaba en su voz y me daba algo de tranquilidad saber que alguien se preocupaba por mí. El hecho de que fuera ella, me mantenía estático. Incluso si era en lo más mínimo o no por las razones correctas, yo estaba feliz de que ella tuviera su pensamiento en mí. –Te prometo que estoy bien –le aseguré, y mientras un pequeño hilillo de sangre se escapaba por mi boca y tocaba el suelo, todo cubierto de nieve, continué–. Y, Alice Maxwell –la llamé por su nombre completo solo para que escuchara todos y cada uno de los sentimientos que iban inmersos en las dos palabras que diría sin ningún tipo de remordimiento o precipitación a continuación–, recuerda que te amo. –
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