Sangre, sudor y lágrimas

1510 Words
Alice se despidió temprano del trabajo y, explicándole las particularidades de mis amigos, nos dirigimos al viejo club donde marcamos nuestro punto de encuentro con los chicos. Solo se necesitaba un viaje en metro y uno en autobús para llegar a aquel lugar que encontramos por casualidad una noche en la que tomamos demasiado y nos dedicamos a dar vueltas por las periferias de la Gran Manzana en la camioneta de Jaime. Greenville era el nombre del lugar y ondeaba en el cartel oxidado afuera de la puerta que declaraba aquel lugar como propiedad privada. –No puedo creer que vayamos a cometer allanamiento –me dijo Alice nerviosa aferrándose a mi mano. Su inocencia era incluso más delicada que su piel, y en la más retorcida de las formas, adoraba ser el culpable de sus miedos. No se sentía como si estuviera ensuciando su alma, sino que era como si la estuviera ayudando a descubrir otra parte completamente nueva de su persona, o al menos eso me decía para mis adentros en un intento de mitigar un poco mi culpa si alguna vez aquella angelical chica de ojos turquesa se alejaba de sí misma. Pasamos debajo del herrumbroso cartel, yo con una adquirida agilidad y ella con una adorable torpeza. En la distancia, unos chicos gritaban y reían mientras regresaban a la carretera y se quedaban junto a unos autos, al otro lado de la vía. –¿No son aquellos tus amigos? –me preguntó Alice queriendo alejarse de lo que le parecía una terrible idea. –No –respondí poniéndome de rodillas frente a ella para llevarla en mi espalda, como tanto le gustaba–. Nos encanta pensar que descubrimos este lugar, pero la realidad es que Greenville no es exclusivo para La Hermandad de los Forajidos. – No habían sido pocas las veces que habíamos encontrado otra fiesta en aquel club abandonado cuando llegábamos allá, pero casi siempre se trataba del mismo grupo de muchachos que se reunían a tomar cerveza bebidas baratas y pasar tiempo a solas con sus chicas. Mis amigos y yo solamente saludábamos, nos recluíamos en nuestro pequeño espacio dentro de la piscina vacía y dejábamos a los otros vagar entre los edificios que aún tenían algo de atractivo. –Hoy Ronnie va a hacer una parrillada –le dije a Alice mientras veíamos las escasas luces de las farolas que aún continuaban en pie en los alrededores de lo que alguna vez fue un prestigioso club de campo de la élite de Manhattan. –¿Quién hace una parrillada de noche, Vince? –preguntó ella divertida mientras corría a mi alrededor mirando todos los edificios abandonados con sumo interés. –Supongo que los mismos que se esconden en este club –respondí atrapándola por una mano y aprisionándola contra una pared con toda la intensión de sumirla en un beso, pero se zafó de mí y escapó hacia donde estaba la piscina. Al parecer estábamos solos. El fuego en nuestro rincón regular estaba encendido, pero no había rastros de Ronnie o Liam en todo el lugar. Solo unas ramas y medio paquete de malvaviscos nos esperaban junto al fuego, lo que me dejaba entender que los chicos de antes nos habían preparado el terreno. –Bueno –dije mostrándole a Alice el medio paquete de nubes de azúcar –,, gracias a los desconocidos por los bocadillos mientras esperamos. Ella, con ambas manos en su cintura y una pose autoritaria, continuó mi broma. –¡Qué maleducados de su parte el no traer galletas para los s´more! – Su humor complementaba al mío y estaba inmensamente agradecido por eso. Tal y como ella había prometido, quizás no podía comprenderme, pero sí apoyarme. Luego de quince minutos y demasiada azúcar, Ronnie apareció en su jeep con la parrilla hecha a mano que había prometido. –¿Llevan mucho tiempo esperando –preguntó intentando arreglar su desaliñado cabello antes de darle la mano a Alice –¿ Un placer –se presentó –, Ronald Hastings, pero este desastre y todos los demás me llaman Ronnie. – –Alice Maxwell. Ya veo –sonrió ella con su singularidad a flor de piel –, ¿Pistorious? –preguntó, por lo que los tres comenzamos a reír. –¡Es increíble que hable nuestro idioma! –bromeó Ronnie. –Lo sé –respondió ella de inmediato –.Mi plan siempre fue llegar a usted a través de Vince –sonrió –. ¿Y dónde están los otros? – –Liam –aclaró el chico de inmediato –. Solo Liam. – –¿Dónde está el mocoso? –pregunté yo preparando la improvisada barbacoa. Eran cerca de las ocho de la noche y una fina capa de nieve cubría el suelo, pero nos parecía sumamente genial asar hot dogs en una plancha y tomar cerveza como si se tratara de la más calurosa tarde de agosto. –Ni idea –respondió el rubio sacando de la nevera plástica las primeras salchichas–. Estaba a cargo de las bebidas. – –Seguro se entretuvo o perdió el metro –especuló Alice, y tratándose de Liam, no era de extrañar que realmente algo de eso hubiera sucedido, por lo que no le dimos mucha importancia al asunto. Media hora más tarde y luego de que se nos agotaran todas las pequeñas platicas, Ronnie decidió llamar a Liam por teléfono. –No responde… –dijo molesto el rubio. –¿Ustedes no escuchan un teléfono sonando? –apuntó Alice y efectivamente, parecía que el móvil de Liam estaba dando incesantes timbres en algún lugar cercano a nosotros. –No puedo creer que lo haya dejado en el jeep –rezongaba Ronnie mientras se hundía de cabeza en el auto para hallarlo. En mi objetivo de ayudarlo a encontrar más rápido el móvil, llamé al número del chico y dejé que timbrara tanto como pudiera, sin embargo el sonido no venía del carro, sino que nos remitía fuera de él. –¡Viene de acá –gritó Alice siguiendo el rastro auditivo hasta un lado de la oscura alameda que bordeaba la piscina –! ¡Oh ¡, Dios mío! ¡Vince! –exclamó. Ante sus gritos, Ronnie y yo corrimos hacia ella solo para encontrar a Liam cubierto de golpes entre la hierba y la nieve del suelo. Su frente tenía una herida tan profunda que seguramente llevaría puntadas. Sus pómulos y ojos comenzaban dejar ver la sangre molida bajo los golpes y por la posición fetal en la que se encontraba, seguro tenía alguna costilla rota o le habían hecho daño en el estómago. –¡¿Qué mierda te pasó, Liam –le preguntaba Ronnie intentando hacer que el chico abriera los ojos con unas pequeñas cachetadas–?! ¿Quién te hizo esto? – –Estoy despierto, Ron –habló el muchacho sin poder abrir los ojos–, pero me duele mucho la cabeza. Déjame dormir un rato acá –pedía él. Entre los dos y con ayuda de Alice, quien se cercioraba de que no lastimáramos más al chico. Logramos moverlo al jeep, y aunque yo estaba más preocupado por llevarlo a un hospital, Ronnie todo lo que quería saber era quiénes habían sido los causantes de aquella paliza. –¿Fueron esos idiotas que estaban al otro lado de la calle? ¿Los de los carros de lujo? ¿Fueron ellos, Liam? –preguntaba desesperado Ronnie con los ojos infectados en rabia. Sabía lo que iba a pasar a continuación y no quería que Alice estuviera cerca de eso. –¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Cómo no lo vimos antes, por Dios? –hablaba ella en un temblor mientras se llevaba las manos a la cabeza y se mordía los labios para no pensar en lo que pudo haber pasado, en el peor de los casos. Liam se desvanecía en nuestros brazos como si no pudiese sostenerse por él solo y terminaba escupiendo sangre sobre su regazo, aún sin poder abrir los ojos. –¡Necesitamos ir a un hospital, ya mismo! –exclamé quitándole las llaves a Ronnie y obligándolo a montar en el jeep. Nada importaba más que el pobre chico mal herido en los brazos de Alice. Tenía sangre en uno de sus ojos y yo sabía que podía perderlo si no lo trataban con urgencia, pero Ronnie no pudo mantener a raya sus más oscuros demonios. Lo vi transformarse en un monstruo en cuestiones de segundos. Tan pronto pasamos por el lado de los muchachos que festejaban al otro lado de la calle, el de los cabellos rubios saltó del jeep con toda la intención de hacerles pagar por la condición de Liam. Ni siquiera sabía si habían sido ellos los que habían golpeado al niño, pero suponerlo era suficiente para él. Paré el carro en seco y le pedí a Alice que condujera hacia el hospital más cercano lo más rápido que pudiera. Ronnie y yo teníamos asuntos pendientes.
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