CASSANDRA
—Cuéntame que pasó anoche, Kendra
Miro a mi paciente directamente a los ojos.
Estamos a un par de metros de distancia, nos separa una pequeña mesa donde reposa un bonsái y en recipientes más pequeños algunos cactus de colores que me obsequió Isabella. Mi escritorio es n***o, los sillones blanco hueso y las lámparas colgantes que varían la intensidad de acuerdo al clima, centellean tonos dorados. Observo a la chica sobre las gafas hípster rojas que traigo puestas y escribo a bolígrafo n***o lo que observo de la rumana de veinticuatro años, no la presiono porque después de todo siento empatía por ella.
Hace un par de semanas, Kendra Harkusha llegó a la sala de emergencias con moretones en todo el cuerpo y fuertes contusiones cerebrales; aunque su estado de shock no le permitió
