Introducción

1664 Words
Ivoh observa los alrededores desde la colina más alta, la brisa fresca mese con calma su abrigo mientras su cabello se alborota ligeramente, sus ojos se deslizan barriendo toda la extensión que se alza frente a él mientras se asegura de que no haya problemas en la Ciudad; desde donde se encuentra puede ver claramente a los lobos hacer su recorrido habitual, entrenar a los nuevos reclutas que parecen estar dándoles problemas, las nuevas generaciones son algo impetuosas y difíciles de llevar pero Sam se las arregla bastante bien siendo el alfa. ― ¿Soñando despierto? ― Evelyn cubre sus ojos sacándole una sonrisa. ― No es necesario, te tengo aquí conmigo ― responde volteando con rapidez. ― Entonces, ¿Qué es lo que tanto observas? ― ladea la cabeza. ― Me aseguro de que todo esté bien ― se encoge de hombros. ― Pues me complace anunciarte que lo está, el Consejo va de maravilla y la Ciudad Paria parece un sueño ahora que la veo tan resplandeciente ― suspira encantada. ― Me alegra y no sabes cuánto, solo no quiero que nos sorprendan, quiero estar preparado para todo ― besa su frente con cariño. ― Bueno, deberías prepararte para festejar el cumpleaños de nuestros hijos ― ríe. ― No te imaginas lo mucho que me encanta que digas “nuestros” ― le sonríe ― Una vez dijiste que eran tuyos, solo tuyos. ― Estaba destrozada por lo que había sucedido, me sentía sola y haber tenido que enfrentarlo todo, sola, dejó un resentimiento hacia ti, aunque te amara. ― suspira observando la jauría de lobos correr a la distancia. ― Créeme que, si pudiera volver atrás y cambiar eso lo haría, Ev, te juro que lo haría ― toma su mano viéndola con dolor. ― Lo sé, no te preocupes, me protegiste sin que yo lo supiera ― le sonríe ― Además, no estuve sola, Sam me acompañó en todo; fue, como un esposo para mí. ― Me hieres con eso ― suelta el inmortal algo molesto. ― ¿Nunca vas a dejar esos celos? ― niega divertida. ― No ― responde tajante. A la distancia, Sam logra olfatearlos para voltear a ver sobre la colina, su forma lobuna resalta en comparación a sus hermanos debido a la blancura de su pelaje, a los destellos platinados que lo hacen ver llamativo; Evelyn y Samuel encuentran sus miradas, el lobo se adelanta algunos pasos sin quitarle la vista de encima mientras que la pelinegra le sonríe y lo saluda con un cariñoso movimiento de mano, un gesto particular que Ivoh lleva tiempo notando que usa solo con él; a esto, el animal responde con un aullido suave para regresar a sus tareas. La pelinegra da media vuelta y se encamina a su hogar, debe regresar a la villa cuanto antes para poder preparar un pequeño festejo a sus hijos, pensar que tan solo hace un par de años eran unos niños que luchaban a su lado contra Bram… Verlos comenzar su adolescencia la llena de orgullo y de miedos naturales de toda madre, especialmente recordando que Victoria le ha hablado de particularidades de los Parias que ella desconocía y que no está segura de poder sobrellevar, esa etapa ella la saltó, no tuvo que pasar por ella y eso es una gran desventaja. El menor de los varones Coll observa a su esposa alejarse para voltear a ver al alfa de la jauría, saberlo imprimado de Evelyn le causa molestia y entiende que es una situación difícil pero no puede evitar quererlo lejos de su familia especialmente porque sus hijos lo adoran, casi como a un padre y siente que hay algo en lo que él no puede superarlo; el tiempo que ha perdido. La casa donde Ev reside con su familia se encuentra en el centro de la villa Paria, es bastante grande ya que toda la familia Coll se aloja allí y los mellizos son quienes se encargan de recorrer toda la estructura con sus retos y juegos, o al menos, era lo que hacían hasta hace poco. ― ¡Despierta, Vladimir! ― la muchachita golpea a su hermano con una almohada mientras recibe un par de quejas provenientes del chico. ― Vamos, es nuestro cumpleaños, debes despertar, ¡Ya! ― ¡Oh, vamos! ― se queja empujándola con fuerza y quitándola de su cama ― No me dejarás en paz ni siquiera en mi cumpleaños, Gaia. ― También es mi cumpleaños, genio ― rueda los ojos metiéndose entre las cobijas. ― ¿No quieres ver el regalo que te preparé? Vladimir asoma la cabeza de entre una almohada y la cobija, sus ojos cansados y adormilados la observan unos momentos dubitativo para pasar su mano por la cabeza mientras termina de revolver aún más su cabello alborotado, suspira, de verdad que quiere saber qué trama su hermana por lo que se incorpora y voltea a verla rodando los ojos y notando el intento de disimulo que su hermana quiere emplear para que no note su regocijo al ser complacida. ― De acuerdo, dime, ¿Cuál es mi regalo? ― sonríe de lado. ― Sabía que podía convencerte ― aplaude emocionada ― Cumplimos quince años, técnicamente hablando ― se encoge de hombros, para ellos la edad es algo extraña ― Quería darte algo especial, algo que no fuera material puesto que tienes lo que te gusta, asique estuve practicando algún tiempo y por fin puedo decir que lo que te daré es meramente mental. ― Me aburres con tanta explicación ― ríe. ― Entonces, deja que te enseñe ― lleva sus manos a cada lado de la cabeza de Vlad, justo sobre sus sienes para que sus ojos verdes se enciendan mientras las imágenes se trasladan de su mente a la de su mellizo dándole como obsequio un sinfín de imágenes y recuerdos de lo que ha sido su niñez y su vida hasta ese momento y en los que puede verse en todos a su madre y su padre. ― Ahora vas a poder verlos tanto como quieras, sin que se te olvide nada… ― Gracias, son hermosos… ― sonríe encantado, después de todo lo que vivieron con Bram y todo lo que ello destapó, poder tener recuerdos de sus padres fuera de una batalla es realmente especial para ellos. ― Yo no tengo un obsequio para ti. ― No importa, no tienes por qué tenerlo ― resta importancia con un gesto de su mano. ― Pero quiero darte algo ― frunce el ceño. ― No creo que puedas comprar algo ahora ― ríe. ― No, porque quiero que sea especial, como lo has hecho tú para mí ― medita un poco. ― No te preocupes, Vlad ― sonríe de lado. El muchacho la observa unos segundos, dirige su mirada hacia la ventana mientras piensa en un regalo especial para su hermana, de pronto algo llega a su mente para finalmente volver a verla, los verdes ojos de ambos se encuentran, la sonrisa de la pelinegra le provoca algún cosquilleo oculto en su pecho  de pronto se ve acercándose a ella, acorta la distancia entre ambos para tomar con cuidado el mentón de su hermana y cerrando los ojos deposita un dulce beso sobre sus labios, un beso suave y parsimonioso; para cuando se separa de ella puede ver el asombro marcado en sus ojos, ambos se sostienen la mirada nerviosos y sin saber qué decir exactamente. Si bien siempre han tenido una conexión especial desde el momento en que llegaron al mundo, el paso del tiempo ha hecho que se convierta en algo un poco más confuso, las hormonas y lo que conlleva ser Parias vuelven aún más complicado poder sobrellevar aquello que los une y que no saben bien qué es. ― Ese fue… ― susurra la chica sin dejar de verlo. ― Mi primer beso. ― Oh ― la ve algo nervioso por la situación. Gaia baja la mirada, sus mejillas pueden verse algo sonrojadas y es que hay algo en Vladimir que la atrae y no es precisamente un cariño fraternal pero se sienten cuestionados debido a su naturaleza y a la forma de haber sido criados. Si fueran completamente humanos solo serían hermanos, ni siquiera se verían en esa situación y no tendrían los impulsos que los dominan pero siendo Parias, las cosas son muy distintas, las relaciones familiares entre su especie desaparecen al llegar a cierta edad, dejan de verse como hermanos, primos y demás; la única autoridad familiar que reconocen es a sus progenitores y de cierta manera un tanto formal; el hecho de que puedan sentir algo por el otro, como atracción, es debido a que sus instintos feroces y naturales comienzan a desarrollarse pero su madre no ha podido explicarles aún ese detalle puesto que haber sido una mortal durante gran parte de su vida le ha dejado algunas incomodidades a la hora de entender tales cosas. ― Perdóname ― susurra. ― No, no hay nada que perdonar ― sonríe de lado ― Me… gustó. ― ¿De verdad? ― abre los ojos asombrado. Gaia asiente algo avergonzada, esto provoca que Vlad sonría a sus anchas y se tome la libertad de robarle otro beso, inocente, corto, temeroso en cierta forma. ― Feliz cumpleaños, Gaia ― sonríe al fin para ponerse de pie y encaminarse a la salida de su cuarto. Apenas sale al corredor cierra con fuerza la puerta, deja que su espalda deje caer su peso en la misma para que su cabeza se apoye y con algo de frustración y confusión suspire sonoramente, abre los ojos, observa fijamente el techo para que miles de preguntas lo invadan, las dudas lo carcomen y no hacen más que ponerlo de mal humor para que sus ojos se tornen rojizos en señal de sed. Por su parte, la muchacha se deja caer entre las almohadas y sábanas de la cama de su hermano, se acurruca entre ellas y aspira el aroma perfumado que caracteriza a su mellizo, cierra los ojos sonriendo mientras revive en su mente lo que podría ser para ella el mejor de los regalos. ― ¿Qué voy a hacer? ― susurran los dos al mismo tiempo y sin saber que tienen la misma incertidumbre marcada en la mente.
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