Conectados

1371 Words
“Ama como puedas, ama a quien puedas, ama todo lo que puedas. No te preocupes de la finalidad de tu amor” Amado Nervo El fin de semana terminó en un abrir y cerrar de ojos. Todas las tardes, luego de llegar a casa y preparar la cena, me ponía a leer el libro, Carlos suele ser bastante celoso con sus libros; él trabajaba por guardias. Este fin de semana regresaría. Yo debía haber terminado el libro para ese entonces. Sin desmerecer que era un portal de conocimiento que estaba abriendo en mí, nuevas perspectivas sobre el amor. Eso, me mantenía en constante reflexión y a la vez, en un estado de confrontación con mis emociones. Llegó el fin de semana, como un abrir y cerrar de ojos. Tocaron la puerta, era Alejandra. –Sra. Anne, ¿Katrina se encuentra? –Katrina–dije en voz alta–Alej te busca. Aproveche mientras mi hija venía, preguntar a Alejandra, si Carlos estaba em su casa: –Sí, llegó esta tarde. –Dile que al rato, le llevo el libro que me presto, por favor. –Mami, voy donde Alej. –OK mi amor. Yo voy en un rato. Me doy un baño y salgo para allá. Se acerca, me da un beso y sale. Yo regreso a mi cuarto. Me quito el uniforme del trabajo. Me meto en la ducha. Dejo que el agua se deslice por mi cuerpo y mis pezones. Mojo mis cabellos, me enjabono, acaricio mis senos, mi vientre, mi pelvis, se desatan mis manos por todo mi cuerpo, siento mi v****a contraerse y mi respiración agitarse. Me toco como pocas veces. Siento esa necesidad de hacerlo, para relajarme. Me coloco algo de crema perfumada, peino mi cabello. Y me visto. Un leggin, una blusa de tela suave. Camino hasta la casa de Alicia. Afuera veo que están Carlos y Luis. Me acerco, veo una tercera persona. Tal vez sea él. Me pongo nerviosa. –Hola Anne, ¿cómo estás?– me pregunta Carlos. –Bien– contestó, intentando reconocer a esa otra persona. –Hola, Luis– saludo cordialmente. No es él. No está allí. –Bien vecina. Acompáñanos un rato. –Tómate una, vecina– agrega Carlos. Luis destapa una cerveza y me la da. Me siento. Carlos me presenta a su otro colega de trabajo. –David, está es la vecina. El hombre se levanta, me saluda con una sonrisa. Tal vez han hablado de mí, digo por la referencia, de ésta y no de una vecina. Me siento oigo su platica, hablan de cosas poco comunes, de vida en otros planetas, de dioses perversos. En algunos momentos doy mi opinión. En otras, prefiero no decir nada. Lo cierto es que estoy un poco dispersa. Me había hecho tanta ilusión de que esa otra persona fuese él. Mas no fue así. Esperaré algunos minutos y me iré a dormir. Cuando ya estaba por despedirme, Luis hizo un comentario que aceleró mi corazón bruscamente: –¡Carajo! Esto si es un milagro, mira quien viene ahí y sin la tropa. Todos voltearon a ver, yo quise ser menos indiscreta. Y aunque no quería ver, sentía en mi corazón, que era él. Mejor dicho, ese era mi más grande deseo. –¡Buenas noches!– dijo con su voz grave y seductora –Epale compadre, eso sí es una cosa bien sorprendente, verte aquí y sólo. El rió como si fuese un gran cchiste. Alzé la mirada para verlo, él ya me miraba, como esperando para que lo viese. –¡Hola vecina!– dijo mientras estrechaba mi mano con delicadeza. –¡Hola!– contesté sonriendo, trataba de evitar que notase mis nervios. –¿Me brindas una cerveza compa?– pidió señalando la cava con las cervezas, a Luis. Este miró las botellas de todos. Y destapó las 5 cervezas. Ya habían puesto a hacer la carne asada. Luis se encargaba, Carlos buscaba las verduras; David, Ángel y yo, hablábamos de política. Discutíamos en realidad. A pesar de ser ingeniero, él defendía el gobierno socialista, en tanto David y yo vapuleábamos el sistema. Cuando David se retiró al baño, sentí su mirada fija, sobre mí. No quería encontrarme con su mirada. Si lo veía, se daría cuenta de lo perturbada que me sentía frente a él, de lo vulnerable que era. En un instante, no pude evitar más y me volví a verle. –¿Y que tal el libro?– me preguntó. Me puse tan nerviosa, que casi lo dejo caer, él maniobró para evitar que cayera al piso. Lo tomó y colocó sobre mis manos y sentí las suyas brevemente quemando las mías. –Muy bueno– contesté parcamente–Realmente develador– añadí. Él sonrió. Mas tanto él como yo, estábamos algo torpes en él hablar. El reía por todo y yo, movía incesantemente mi pierna. Mientras servían la comida, él se levantó y fue al baño, oportunidad que aprovechó David para sentarse a mi lado. Me entregó el plato con la comida, destapó dos cervezas y comenzó a platicar. Yo no recuerdo que decía, sólo asentía con mi cabeza y aprovechaba cada bocado para no hablar. Ángel regresó, noté su desconcierto al ver a David a mi lado. Se sentó un poco más distante. Cuando Luis llamó a David, este se levantó; hábilmente él ocupo su puesto. Ambos comimos en silencio aunque sentía su mirada clavada en mí. Voltié para sonreír y él me mostró su teléfono. En la pantalla, había un número. Apenas pude verlo. Aún así, lo anoté en mi celular. Carlos se acercaba y decidí aprovechar para levantarme, botar en el cesto de basura el plato desechable e ir al baño para lavar mis manos. Cuando entre al baño, verifique que estuviesen los números completos y lo guardé en mis contactos. Al regresar todos estaban sentados y me veían como una manada de leones ven a un venado acercarse. Me sentí acechada. Tal vez sería bueno irme. No era muy cómodo estar rodeada de tantos hombres, menos de uno de ellos, quien tenía la habilidad de trastornarme de esa manera. Me senté y vi que Katrina, se aproximaba con Alejandra. Esa sería una excelente excusa para irme. Las chicas llegaron. Mi hija se colocó detrás de mi silla, me abrazó, y susurró al oído: “tengo hambre” –Bueno, yo me tengo que retirar, el deber de madre me llama. Como dicen por ahí: mujer con hijo no puede luchar por la justicia. –La del estribo vecina– dijo Carlos con el destapador en la mano y una cerveza en la otra. Realmente no me quería ir. Había sido demasiado casual que él, a quien no esperaban, estuviera allí esa noche, y más aún sin su familia. Tomé un par de cervezas. Alejandra sirvió comida para ella y Katrina. Se sentaron en el computador como todo adolescente, mientras cenaban. Ya era cerca de las once de la noche. Llamé a Katrina para irnos. Me despedí de cada uno de ellos, le entregué el libro a Carlos y me vine a casa. Mientras caminaba sentía como sus miradas me seguían hasta que entré a mi casa. Estaba tan feliz, lo había visto por un rato, había conversado con él y ahora podría contactarlo. Me senté en mi cama, comencé a desvestirme, me recosté y decidí enviar un mensaje: –¿Eres tú?– pregunté. Aún me sonrió con ese recuerdo. ¿Y si había anotado el número mal? Alguien tal vez respondería que estaba equivocada o loca tal vez. Tardó en responder por lo que asumí que debía haber copiado mal el número. Me sentí consternada. Tomé la cobija y me arropé, coloqué el teléfono sobre la mesita de noche. Ya estaba casi dormida, cuando oi la vibración del teléfono en la mesa. Como pude tomé el móvil. Un mensaje. –Sí, soy yo, vecina. Espero que descanses. Me encantó verla esta noche. Mis latidos se hicieron más galopantes. Sonreí de emoción. Suspiré y le respondí: –Gracias, igualmente Ángel. Feliz noche para ti. Esa noche fue emocionante de principio a fin. Estábamos sintiendo lo mismo. Vibrábamos en la misma frecuencia. No había duda de ello.
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