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Dulce Sugar Daddy

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Blurb

Dulce Fernanda es aspirante a modelo y ella necesita con urgencia que su situación financiera mejore, porque está desempleada, hasta que conoce al enigmático empresario Mágnus Rivers, un hombre atractivo, poderoso y con mucho dinero que le propone ayudarla con su situación a cambio de que complazca todos sus deseos, él solo le pide algo a cambio:

No preguntes, solo obedece.

Dulce Fernanda intenta obedecerlo pero lentamente descubrirá qué oculta Mágnus bajo su profundo corazón de hielo.

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Prólogo
Prólogo Los tacones me estaban matando los pies, me cubrí un poco más con mi chaqueta al darme cuenta de que estaba por llover, el trafico estaba pesado, así que prefería caminar así fuera una hora, tenía demasiada hambre, tampoco era como si tuviera para un taxi, ni siquiera para el autobús, desgraciadamente. Estaba en una mala racha, creo que la peor de mi vida. Este era mi primer día de trabajo, casi 12 horas de pie con altos tacones, para luego tener que aceptar que mi paga sería dentro de 15 días, mi nevera estaba vacía solo con hielo, mi único consuelo eran las latas de atún que había comprado hacía dos años para “mi gato” pero la verdad era que no tenía gato y las tenía de reserva en casos como este, que estuviera recién empezando un trabajo como promotora y tuviera que esperar a cobrar como todas las personas normales. 15 días más. 15 días más para poder hacer mercado, mi cerebro podía entenderlo, mi barriga no. Al menos tenía un trabajo, me costó mucho conseguir algo parecido al modelaje, era muy rudo conseguir algo de modelaje a pesar de que pensé que mudarme a Francia sería color de rosas, todo era muy complicado y duro, casi todas las agencias y grandes industrias estaban al tope y no me llamaban. Crucé la calle y continué caminando cuando de repente escuché: —¡OYE! ¿Sería conmigo? No presté atención y seguí caminando. —¡OYE TÚ! ¡LA DE CAMISA ROJA! Bajé la cabeza, yo tenía la camisa roja, voltee a ver quién me llamaba, y me sorprendí al ver que era un hombre que estaba atrapado en el trafico montado en su auto, se quitó los lentes oscuros y me hizo señas de que me acercara, dudé porque eso de acercarme a desconocidos era lo primero que me enseñaron a no hacer en un país extranjero, pero me daba curiosidad saber por qué un hombre en una deslumbrante camioneta me estaba llamando. Me acerqué algo dudosa, él me mantuvo la mirada, sus ojos de un profundo gris, su rostro serio, casi como si estuviera molesto o puede que fuera por la forma desafiante de sus cejas, el sujeto era muy atractivo con el pelo rubio y la ligera barba, se notaba un hombre de 30 y tantos muy guapo; una belleza madura, me debió haber dado mala espina, pero ahí estaba yo, frente a la puerta del auto curiosa de lo que me fuera a preguntar esta persona, de hecho parecía un empresario exitoso, ¿acaso era un productor? —¿Quieres que te lleve? —preguntó. —¿Disculpe? —dije, creo que desde que llegué nadie había sido tan amable como él. —Que si quieres un aventón —repitió señalando su auto. —No, gracias —dije—, menos con este trafico. Esta cola de autos no parecía moverse. —Vi que andabas caminando desde hace varias cuadras atrás y... —bajó la vista a mis pies— esos tacones no se te ven muy cómodos. Sentí mis mejillas sonrojarse un poco. —No lo están —admití con una ligera sonrisa. —Ven, sube, te llevo —dijo y me sonrió un poco, parecía tener lastima de mí. Noté que la cola empezó a avanzar y la lluvia a empeorar, mi estómago gruñendo, todo un conjunto de cosas que me indicaban que iba a llegar desmayada a mi casa. Así que no iba a ser estúpida, solo afirmé con la cabeza di la vuelta y me subí a su auto en el puesto de copiloto, él subió el vidrio para que el frio de acondicionador de aire no escapara, y cerré los ojos en completo agradecimiento cuando por fin pude descansar. Joder, me dolían demasiado los pies, me pulsaban. —¿Estás bien? —preguntó el sujeto que acababa de conocer. Abrí los ojos y lo miré, sus ojos grises me observaban con atención y cambió la mirada al frente para avanzar en la cola, uhm, sí tenía buen perfil, sus brazos estaban bien formados, de hecho, estaba bien guapo. —Sí, muchas gracias por su amabilidad —murmuré y mis ojos se cristalizaron un poco. —Oye —dijo aun sin dejar de mirar al frente—, ¿por qué vas a llorar? Me quedé perpleja, ¿como me había visto si seguía mirando al frente? De seguro se te quebró la voz. —Imagínate qué tan mal deba de estar para montarme en una camioneta con un desconocido —comenté con una leve sonrisa. —Pues no estas mal —dijo y sonrió un poco—, soy guapo y la camioneta no es fea con acondicionador de aire incluido, serías tonta si no lo hicieras. Al parecer este hombre no tenía la palabra “humildad” en su lenguaje. —Así empiezan los asesinos, te seducen con palabras dulces y una cara guapa —bromee, pero después me di cuenta de que de hecho le había dicho que era guapo. ¿Le estaba coqueteando? Creo que sí, aunque solo fui sincera. Él sonrió, se le marcaban unos lindo hoyuelos en las mejillas. —Matarte no fue precisamente lo que me cruzó por la cabeza —comentó. Lo miré, él seguía observando al frente, al menos la cola estaba avanzando. —¿Y qué cruzó por tu cabeza? —pregunté, no sabía por qué de repente esto se sentía como un coqueteo. Mi estomago gruñó y sentí mi rostro sonrojarse con fuerza por la vergüenza. —Tienes hambre —comentó con una ligera sonrisa. —Un poco —afirmé, no había comido nada más que un pan que me dieron en la mañana en el trabajo. Estaba hambrienta. —¿Vamos a comer...? —comentó él. Lo miré, él estaba serio, sus palabras sonaban con doble sentido y sin saber por qué me estremeció el cuerpo, sentía una extraña atracción hacia este hombre, como si de él desprendiera sensualidad de sus poros, tenía mucha presencia. —No quiero deberte nada, ni abusar de tu hospitalidad —dije, no quería que pensar que con esto podía pasarse de la raya y llevarme a la cama. —No, no he cenado tampoco —comentó—, y sé de un buen restaurante que queda cerca. Quise negarme, pero es decir no había comido nada y mi estomago gruñía intensamente, entonces dándome por vencida ante mi desesperación dije: —Vale, está bien. Tampoco era como si supiera cuando volvería a comer... —¿Como te llamas, por cierto? —preguntó él. —Soy Dulce Fernanda —dije—, ¿y tú? Él sonrió ladeadamente y dijo: —Mágnum Rivers, para servirte. Sonreí en respuesta, sin saber que este no era un encuentro casual, sino que sería el inicio de mi adictiva perdición.

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