Capitulo 2

1646 Words
Todos los viernes, mi familia organizaba una comida a la que no se podía faltar. Recuerdo que una vez con ocho años, fui aun con fiebre, ya que para mi abuela, esa comida era lo único y lo más importante. Y aunque ya no vivía con mis padres seguía yendo. Conduje hasta la casa de mis abuelos, era una granja alejada de la ciudad donde mi abuelo hacía vino exclusivo, el resto de nuestro vino se hacía en grandes campos de diferentes partes del mundo, ya que según mi abuelo, cada tierra daba algo a la uva. No podía decir nada, porque aunque me había criado en ello, aún no entendía del todo ese mundo. Tras una hora en la carretera, con mi Range Rover, llegué a la casa de mis abuelos donde ya estaban todos y mis hermanos con mis primos corrían por el terreno como animales, tirando se por el suelo sin importar que se mancharan. Sali del coche, tranquila y cuando me vieron, mi hermana pequeña Amelia se lanzo a mis brazos. —Amanda—me grito mientras yo la agarraba con fuerza y la levantaba. —¿Qué tal bichito?—le dije y ella me abrazo con fuerza. —Trés bien—me dijo. Me reí por su dulzura, mis abuelos eran franceses y por mucho que llevaran muchos años en California, les gustaba que habláramos francés, por lo que se implicaban mucho en enseñarnos el idioma, y ahora que mi hermana tenía cinco años, mi abuela se había puesto más seria con ello. —¿Por que vienes sola?—pregunto Aurora, mi otra hermana, que a sus catorce años, era demasiado inaguantable. Mis dos hermanas eran como yo, rubias de ojos azules, aunque físicamente eras casi una fotocopia una de la otra, en todos los demás aspectos, éramos demasiado diferentes, mientras que Amelia era hiperactiva y dulce, Aurora era sería y fría, y bueno yo era demasiado tranquila para mis dos hermanas. —Hola Aurora—le salude intentando ignorar sus comentario. El mellizo de Aurora, Antoni, se acerco a nosotras, como siempre iba bien vestido y haciendo que sus ojos azules destacaran, pero se había cortado el pelo, demasiado, pareciendo que era calvo, pero realmente tenía el pelo rubio. —Hola hermana—me dijo mi hermano y beso mi mejilla. Sonreí a mi hermano, que a pesar de sus catorce años, era casi tan alto como yo. —Hola Antoni—le dije y él me sonrío con gran encanto. —Amanda—me grito mi abuela desde la puerta de la casa. Deje a Amelia en el suelo y me acerce a mi abuela. —Hola abuela—la salude y bese su mejilla. Mi abuela analizo mi ropa, iba con un vestido corto azul, sin escote porque sabía la opinión de mi padre sobre ello, y no debía faltarle al respeto. —¿Ya tienes algún novio?—me pregunto. Me agarro del brazo para llevarme a la cocina. —Aún no—le dije y ella me miro. —Estás perdiendo tu tiempo—me aviso. Aunque amaba ir a casa de mi abuela, era el peor momento del día, entrar sola sin pareja, ya que ellos desde que tengo diecisiete años, ya me estaban presionando para casarme y si por ellos fuera, ya estaba casada y con tres hijos.  Pero yo no había encontrado a esa persona que me hiciera derretirme por dentro al verla. —Ya lo se abuela—le dije intentando mantener la calma. A los mayores hay que respetarles, siempre, aunque fuera algo en lo que no estuvieras nada de acuerdo. —Tengo una amiga, que tiene un nieto—me dijo y suspire. Siempre intentaba emparejarme con alguien, fuera quien fuera. —Abuela—le dije y ella me miro. —Deberías dar una oportunidad al chico—me dijo y la mire—Es maravilloso y tiene tu edad—me dijo y suspiré. —Y no lo dudo—le dije y ella me miro. —Hablare con Candy—me interrumpió y la mire—Le diré que organice una cita con su nieto y tú—me dijo y suspire. No quería hacerlo, no quería tener una cita a ciegas con alguien que seguramente no me iba gustar, no porque no confiara en el criterio de mi abuela, sino porque la mayoría de sus amigas, eran señoras de ciudad bastante derrochadoras y caprichosas, por lo que sus nietos, obviamente eran iguales. — Abuela—le intente llamar para que aceptara que no quería eso. Mi abuela no me hico caso y me llevo a la cocina donde mi madre y mis dos tías cocinaban. —Hola preciosa—me saludo mi madre y beso mi mejilla. Suspire y la mire, para pedirle ayuda, porque no quería aceptar esa cita, pero no podía ofender a mi abuela diciéndole directamente que no quería. —Mama—la llame y ella me miro—Necesito tu ayuda—le dije y ella se acerco a mi para colocarme bien el vestido. —¿Tienes una cita?—me pregunto mi madre y suspiré. —¿Quién es?—pregunto mi tía, Beatrice, la hermana pequeña de mi padre. —Le voy a organizar una cita con el nieto de una amiga—aviso mi abuela tranquilamente. Suspire, las caras de mi madre y mis tías eran todo lo que  quería ver, alegría, felicidad e ilusión porque tuviera una cita. No es que nunca hubiera tenido una cita, había tenido varias, algunas solo para callar a mi familia y que me dejarán tranquila y otras porque me apetecía pero siempre salía mal, porque los chicos querían algo que yo no quería en ese momento, o yo me ilusionaba demasiado fácil. Me pasa mucho, siempre me ilusiono con todo, en ocasiones el simple hecho de que hiciera sol, me alegraba todo el día, y cuando alguien se centraba mucho en mi, me alagaba y así, siempre creía que iba ser algo para siempre, eterno y que iba durar, pero ellos solo me calentaban la oreja para conseguir algo. —Esto es genial—comento mi madre y la mire—Es hora de que te comprometas—me dijo y la mire. —Solo tengo 21 años—le dije, intente que no sonara una queja, porque una queja podría ser mortal en este momento. —A esa edad yo ya tenía dos hijos—me dijo mi abuela y la mire—Y tus padres estaban apunto de casarse, vas tarde—me remarco y asentí. Quería ser buena para mi familia, era la mayor y la heredera del imperio Bernad, por lo que debía ser lo que todos querían, y si lo que ellos querían era que me casara, eso haría, aunque no amara a la persona, cuando encontrara a alguien que mi familia amara, ese iba ser el indicado. —Tu prima Diana, ya tiene novio—me conto mi tía Eva, la mujer de mi tío Esteban, el más pequeño de los hermanos. Mi prima Diana, tenía quince años, era realmente preciosa con sus pecas y ojos verdes, no me extrañaba que tuviera pareja pero si mi tía ya le conocía, la cosa iba enserio, mi familia tenía una norma no escrita, cuando presentabas a alguien, esa persona iba ser siempre parte de tu vida, quisieras o no. —Tenéis razón—dije y mi abuela me sonrío. —Voy a llamarla—dijo mi abuela y se fue de la cocina. Mire a mis tías que cocinaban el pollo y sus condimentos tranquilos. —Pon la mesa—me dijo mi madre. Sin quejas, salí de la cocina y fui al patio donde íbamos a comer. La mesa estaba colocada, y tenía mantel puesto, solo le faltaba la vajilla. A lo lejos, vi a mi abuelo con mis tíos y mi padre, con unos barriles, quizás sería una nueva mezcla que había ideado, porque mi abuelo siempre se estaba inventando nuevos vinos, para que todos disfrutaran de la bebida, sea cual fuera su gusto. Coloque las cosas, y al terminar, me acerque a ellos. —Deberíamos venderlo como algo único—comento mi abuelo. Estaban probando un vino blanco que olía fuerte y muy bien. —Mi niña—comento mi abuelo nada más verme, y sin dudarlo me acerque y beso mi mejilla para después pasar sus manos por mi hombro para acercarme a él. —Hola abuelo—le dije feliz y él me sonrió. —¿Tú abuela ya te ha dicho lo de la cita con el nieto de Candy?—me pregunto mi abuelo y le mire impresionada. —¿Lo sabías?—le pregunte impresionada. —Llevan un mes organizándolo—me conto. Suspiré, sabía que mi abuela estaba bastante obsesionada con casarme antes de que terminara la carrera pero nunca pensé que me hubiera preparado una encerrona, una trampa para que hiciera lo que ella quisiera, pero no me extrañaba, esa mujer conseguía lo que quisiera, le costara mucho o no, pero casi nunca le costaba mucho. —¿Y has aceptado?—me pregunto mi padre. —Si—le dije. Los cuatro hombres rieron, estaban bastante sorprendidos, porque era la primera cita que mi abuela me organizaba que aceptaba, porque si mal no recuerdo era la decima que me organizaba, pero no solía aceptar por la simple razón, de que siempre tenía otros pretendientes, pero esta vez no había nada, por lo que negarme solo me haría aguantar tonterías y sufrir su ira, esa mujer era la persona con mayor temperamento y la mejor torturadora del mundo. Me esperaba una comida, alagando a un chico que no me interesaba y una cita que no quería, nunca me había lamentado tanto de venir a una comida.
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