Al mirar al alemán y mirar cómo se marchaba, suspiré. Quizás lo había juzgado demasiado pronto antes de conocerlo, pero no lo podía evitar. No me gustaban los jefes pero sabía que no podría montar alguna tienda y tener lo suficiente para sobrevivir junto a mi hijo, aunque nunca lo había probado…. Miré a mi pequeño y aquella pequeña sonrisa enseñando sus pequeños dientes, me encantaba. Y qué decir sobre sus hoyuelos… Me tragué todo mi orgullo y antes de que Stefan se alejara más, le dije: — Señor Schmidt, ¿le apetecería cenar con nosotros? El alemán, que no se esperaba aquello, se detuvo, como si sus pies se hubieran quedado pegados en el suelo. ¿En verdad estaba siendo amable con él? Se giró un poco extrañado pero, para no mostrarlo ni hacérmelo saber, me mostró una sonrisa. T