Capitulo I

929 Words
El reloj marcó las diez de la noche, cuando  la tormenta  estaba llegando a su esplendor, un fuerte rayo iluminó  la habitación para luego cegarla por la oscuridad, el Conde de Lambert tendido en cama estaba agonizando. Se podía sentir en el aire como la muerte estaba esperando pacientemente a su presa; con el último atisbo de vida que le quedaba,  miró fijamente  a su hija y murió. Ana, observó a su padre desesperada, la angustia y la desolación se apoderaron de ella, había quedado huérfana. Tenía solo diecisiete años, y le tocaba afrontar lo que nunca se había planteado hasta entonces... erigir su camino. Ana, salió de la habitación tan rápido como le daban los pies, no podía creer que la vida fuera tan efímera, que se terminaba de un día para el otro. Llegó a la sala donde estaba el piano, lo acarició, como si aquel instrumento supiera la desesperanza que traía en su corazón. Se apoyo en aquel instrumento y lloró como nunca lo había hecho. Trató de calmarse un poco, pero los ojos no se lo permitían, tenía que sacar todas las lágrimas que albergaba en su interior,  rompiendo una promesa. No podía, no debía llorar por su padre. —¡Padre!—grito y su voz se mezcló con el sonido del trueno, y la habitación quedó nuevamente en silencio. La palabra PROMESA retumbaba en sus oídos, pero la había roto, que más daba, él ya no vivía. Se quedó hasta la madrugada en esa habitación, Dios sabe cuanto sufría, los recuerdos, los olores, los cariños todo desapareció. Primero su madre y luego su padre, que más  podía esperar. Trató de dormir pero el cuerpo no le respondía, el dolor  no se apaciguaría con un sueño. Su institutriz Lucrecia la buscó por todos lados hasta encontrarla apoyada. —Niña, debes levantarte, el sufrimiento y el dolor pasará, ahora te toca elegir tu destino. Ana, subió la mirada. —¿Estarás conmigo? —Sí junto con Ágata—la felina entró a la habitación y busco caricias de su ama. Ana la levantó, y comenzó a serenarse, pero la claridad no era una virtud en esos momentos. El entierro pasó cómo si fuera un sueño, Ana, estaba totalmente desarmada,  su actitud se asemejaba a una anciana: encorvada y derrotada. Sin duda, todo le parecía vano, no quería levantarse  de la cama, pero debía hacerlo,  y así lo hizo bajó las escaleras lentamente y  cuando se encontraba al pie del salón, visualizo la figura de Lucrecia su institutriz, y por detrás Ágata, quien jugaba con las faldas de ésta última. — Buenos días, Ani ¿Pudiste descansar? Ana hizo una mueca y elevó la cabeza, respondiendo con un acento agrio y seco. ---Lo intenté pero los sueños pronto se convirtieron en pesadillas y a su vez en realidad. No queda nada estamos solas... sí mi padre no me hubiera recluido en esta finca, mi verdad sería distinta, hubiera conocido lo que está afuera. Lucrecia observó y se mantuvo en silencio por unos breves minutos –– Que son esas palabras, el tiempo sigue, lo que hoy te genera dolor pronto se volverá un recuerdo...no grato pero al final un recuerdo— encogiendo los hombros—Ahora por favor come algo, porque no quiero otro enfermo en esta casa. — Esta bien, comeré, reuniré fortaleza, no seré débil de carácter. Aunque por mis actos ya lo soy — suspirando Días antes... — Essex, recibí tu nota, lo siento mucho, no pensé que tú situación fuera tan desesperada--- tomó aire — ¿Hay algo que se pueda hacer?. — Lamentablemente, no. Sin embargo, debo partir hacía Hampshire lo mas rápido que pueda, el Conde de Lambert esta muriendo. — Ya veo, cuídate querido amigo y encuentra lo que buscas... Presente... Lucrecia y Ana se encontraban en  el comedor, el día transcurría de forma tranquila, hasta que Lucrecia mencionó un hecho importante, que concernía a Ana y su futuro. — Cómo sabes, tu padre dispuso el enlace entre tú y el Duque de Essex, quien casualmente llegó hoy para quedarse en su residencia campestre que está muy cerca de aquí. — Lo sé, pero no tengo cabeza para esto, además que llevo luto, un cortejo o un matrimonio no sería nada conveniente — con tono pesimista — Ani, no seas insensata, no lo conoces, los rumores señalan que es un hombre buen mozo y bastante educado. —  Vaya uno a saber si es cierto--- levantando las manos — creo que es lo de menos en estas circunstancias, no me interesa, no soy refinada y la verdad no podría desenvolverme en sociedad — continúo  — Así que dudo mucho despertar algún tipo de pasión en aquel hombre. Es más jamás querré a nadie, ese sentimiento trae desdicha y desesperanza — sollozó. — Bah, son patrañas, verás que te tragaras tus palabras — aseveró con confianza. Ana, se levantó de la mesa, y se retiró al salón donde estaba su instrumento favorito, lo admiró presionando una tecla y luego otra hasta que se fundió en la melodía, tocarlo aliviaba el dolor que traía en su alma. Su pecho no podía contenerlo más, comenzó a sollozar, no escuchó que fuera de esa sala alguien llamaba a la puerta. Lucrecia, se percató e inmediatamente mandó a un sirviente a la puerta, quien abrió y allí parado sobre el umbral, se hallaba el Duque de Essex , el prometido de Ana, quien era un hombre alto, esbelto, de tez blanca y unos ojos azules irresistibles. Definitivamente todo lo que decían de él era cierto. Casi tartamudeando  Lucrecia emano unas palabras. — Bu bu ee nos nos di di diias su excelencia. —  Buenos días — replicó este  — Vengo a ver a lady Ana, por favor anuncié mi llegada — sonriendo.
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