—¿Virgen…? ¿Eres Virgen? —balbuceó como si estuviera asustado. Ella asintió, en ese instante, sintió frío. Él bajó la mirada, estaba descolocado, ella pudo notarlo. «No puedo hacer esto, ella no es como Frida, o como ninguna de esas mujeres de una sola noche, después de esto, no podría volver atrás, debo escapar», pensó atormentado. —Debemos dejarlo aquí, es mejor que yo vaya a la casa de campaña a dormir. Ella no esperaba semejantes palabras, lo vio con ojos severos, casi con dolor. Se sintió rota, tonta, como si no fuera una mujer suficiente. —¿Qué? ¿Esto es todo? Bien, váyase, estoy segura de que, en lecciones de amor, el señor Sergio será mejor que usted, él sabrá enseñarme, me tendrá paciencia —dijo para hacerlo reaccionar, estaba desesperada y fue su mejor arma. Los ojos de