Octavio no dejaba de besarla, no podía resistirlo.
Una voz aclarándose los hizo volver a la realidad, se sintieron como dos adolescentes descubiertos, y se levantaron avergonzados.
Octavio estaba rojo hasta las raíces, humedeciendo sus labios, aún con el sabor de Virginia que revolvía sus emociones.
—Es la llave de la cabaña, felicidades.
Ambos agradecieron.
Más tarde, antes del atardecer, se reunieron para la competencia de los gemelos.
Ellos eran buenos con el tiro de flecha.
Octavio estaba muy impresionado.
—¡Ni siquiera sabía que eran tan buenos! —exclamó—. Yo también soy bueno en lanzar flechas, pero dejé de practicar hace tiempo.
—Bueno, supongo que lo es, tan bueno como para lanzar indirectas —dijo Virginia burlona.
—No sé de qué hablas.
—Bueno, no fui yo quien lanzó una
