Ida permaneció en las sombras y se concentró en su respiración. Respiraba entrecortada y superficialmente. La capucha de su capa le cubría el rostro. Estaba oculta por la oscuridad, pero a la vista de todos en un rincón de la cama. Con las cortinas bien echadas, no entraba la luz del sol en la habitación. La reina Corazín dormía silenciosamente en la cama. Sus ronquidos eran espesos y retumbantes. Sonaban como truenos que brotaban de su garganta y de sus fosas nasales. La reina babeaba sobre su almohada cubierta de satén. A Ida le daba igual la reina. Lo que la desanimaba era la petición del rey. ¿Cómo podía llamarse a sí mismo hombre? No debería estar en condiciones de gobernar su reino, y mucho menos de convertirse en emperador de todos los reinos. El hombre débil podría tener la ambic