No podía adivinar su edad. Llevaba el pelo plateado bien recogido y recogido en una larga coleta. Seguía mostrando un brillo del que carecían los cabellos de la mayoría de las personas mayores. Su piel parecía lechosa, suave. Los ojos azules eran brillantes, vivos, pero también nítidos y fríos. Sus labios seguían siendo carnosos, de color rosa rojizo. No eran finos y de color carne, como los de su madre. Antes de que ella se sentara detrás del escritorio, él había notado unas piernas largas y tonificadas, una cintura estrecha, un vientre plano y unos pechos amplios. No le parecía exacto llamarla guapa, porque debía de ser al menos veinte o treinta años mayor que él. Llamarla menos guapa sería insultante. mayoría Lo miró y sonrió. —Sólo un momento más —le dijo ella. —Por supuesto, gober