La mujer sacudió la cabeza. Tenía los labios agrietados, estaba deshidratada. Se preguntó si ofrecer agua a cambio de obediencia funcionaría mejor, pero enterró la idea. ¿Qué gracia tendría?
El rey sonrió y se inclinó hacia ella. Tenía la cara justo delante de la de ella. La miró fijamente a los ojos por un momento, hasta que su visión se nubló, y luego retrocedió unos centímetros.
—Estoy seguro de que lo harás. Estoy seguro de que harás todo lo que te pida. —Levantó la pera de hierro. Ella no sabía que él no usaría el dispositivo. La quería mentalmente destrozada, no físicamente destruida. Mantenerla de alguna manera intacta era una parte esencial del plan—. ¿Qué clase de daño puede hacer un rey con un juguete como este?
Se rió mientras la maga sujeta tiraba y tiraba de sus cadenas, retorciéndose y gimiendo, desesperada por liberarse.
La oscuridad no era nada que temer. El rey Hermón se rió.
* * *
Acurrucado en un ovillo, Mykal se estremeció. Cuando abrió los ojos, vio que estaba tumbado sobre nieve recién caída. Los copos cubrían su cuerpo como una manta cruel. Se sacudió la nieve y se la quitó de los hombros y las piernas mientras se incorporaba. Se abrazó a sí mismo, acercando las rodillas al pecho, y siguió temblando. El fuego se había apagado. La leña de la pequeña hoguera parecía congelada, la corteza marrón quemada estaba cubierta por una fina capa de hielo. Recordó que el viento había aullado durante la noche, aunque en aquel momento habría jurado que formaba parte de una pesadilla en la que era perseguido por hombres lobo. Afortunadamente, el viento, y no los hombres lobo, tenía mucho más sentido.
no Su querido amigo Blodwyn y su tío Quill dormían profundamente. Vio cómo sus pechos subían y bajaban. Los tres envolvían la hoguera, y tal vez habían absorbido hasta la última pizca de calor de las llamas. Alcanzó la leña apilada en el pozo y sopló sobre ella con su magia. El hielo se derritió y los copos se desprendieron. Quitó con la punta de los dedos las señales que quedaban del clima montañoso. Volvió a apilar la madera, se sentó y miró fijamente el tipi que había construido y observó cómo la madera ardía mágicamente. Pequeños hilos de humo gris se elevaron hacia el cielo nocturno. Las llamas naranjas parpadeaban y bailaban mientras la madera crepitaba y chisporroteaba. Las brasas de cerezo se movían en el montón de cenizas bajo la madera. En unos instantes, el fuego se despertó y ardió con fuerza. Mykal se frotó las manos y luego extendió las palmas junto a las llamas. El calor irradiaba de los troncos partidos. Era una sensación maravillosa.
Blodwyn era amigo de la familia desde antes de que él naciera, así que ambos se conocían desde hacía diecisiete años. Al igual que con su madre, Blodwyn prometió proteger y enseñar a Mykal a defenderse. En aquel momento, Mykal no había entendido la necesidad. Sólo durante este viaje aprendió la verdad sobre su pasado, y sobre su madre. Eran magos. Irónicamente, Blodwyn les enseñó a ambos (a su madre antes de que él naciera, y a él después de que ella se marchara) a usar espadas, dagas y sus manos en combate, en lugar de recurrir a la magia. El decreto del rey Nabal aún proclamaba que los magos eran condenados a muerte.
Blodwyn, que siempre vestía una túnica color canela bajo su capa verde oscuro, también llevaba siempre un bastón de madera de cedro y hierro de dos metros de largo. Era su arma preferida. Tenía el pelo n***o, largo y fino. Sin embargo, sus cejas eran gruesas y tupidas, como si gordas orugas se hubieran dormido sobre sus ojos. Su bigote era mucho más dócil. Los lados le caían por encima de la papada y el triángulo de pelo de la barbilla estaba bien trenzado. El hombre era un misterio y nunca hablaba de su pasado. Había aludido a días de travesuras antes de conocer a la madre de Mykal, pero sin dar detalles concretos. Mykal estaba agradecido por sus enseñanzas, pero más aún por la amistad de Blodwyn.
Cuando Mykal conoció a Quill, el jefe de los Arqueros, se había sorprendido porque nunca había sabido que su padre tenía un hermano. No era algo que su abuelo mencionara nunca. Quill vivía sobre los árboles del Bosque de la Cícada con un pequeño ejército de hombres que una vez sirvieron al rey Nabal, ya fuera como caballeros o como parte de la Guardia. Los Arqueros eran considerados bandidos, rebeldes y, en última instancia, enemigos de la corona. El poco tiempo que Mykal pasó con los Arqueros demostró lo contrario. El primer encuentro no había ido bien. Había ejercido su magia sin demasiado control, y el resultado atormentaría sus noches para siempre.
Mykal y su tío eran muy parecidos. Quill era unos veinte centímetros más alto, pero ambos eran anchos de hombros y corpulentos por la gran musculatura de brazos y piernas. Llevaban la barba oscura recortada cerca de la cara, o se la habían recortado, ya que no habían tenido mucho tiempo para afeitarse en el último mes. Quill llevaba un sombrero de ala ancha, curvado a los lados y recogido por delante. Mientras Quill llevaba una capa verde musgo que parecía más bien una capa y que se sujetaba al hombro con un gran alfiler en forma de libélula, Mykal llevaba un chaleco que él mismo había confeccionado con cuero marrón y cuello alto.
habían Con la mirada fija en la llama, la mente de Mykal recordaba los acontecimientos de su pasado reciente. Blodwyn había utilizado mercenarios, que también eran amigos suyos, para vigilar al abuelo de Mykal y la granja. La granja era una pequeña casa en unos pocos acres de tierra anoréxica en la orilla oeste del mar, pero al este del castillo de Nabal, que estaba bien dentro del Reino de las Cenizas Grises.
suyosMykal seguía preocupado. El abuelo era viejo y lisiado. Había perdido una pierna luchando por el rey Nabal, y no recibió más que dolor a cambio. El abuelo también estaría preocupado. Habían estado fuera tanto tiempo que Mykal perdió la cuenta de los días y las noches. Era imposible no sentirse derrotado. Él y sus amigos habían emprendido este viaje para recuperar objetos ocultos por antiguos magos. Galatia iba a usar los objetos para convocar a esos magos. Ella le explicó que el rey Hermón Cordillera planeaba utilizar la magia de los magos para iniciar una guerra. El rey quería expandir sus tierras para abarcar todo el Imperio Antiguo. En esencia, quería cambiar su corona y convertirse en el nuevo emperador.
Pensó en Karyn. Era casi imposible aceptar su muerte. Llevaba su broche de ópalo en su chaleco. Había sido todo lo que ella poseía del reino de su padre. Lo mantendría cerca de su corazón para siempre. Ella había dado su vida para salvar la de él. Él no había sido lo bastante fuerte para traerla de vuelta del más allá. ¿Qué hacía su vida más valiosa? Nada. Seguía esperando volver a verla. A menudo, en su viaje de regreso a través de las Montañas Zenith, miraba hacia atrás, pero ella no estaba allí. No podía estar allí. La habían enterrado junto al río Balefire. El lugar parecía bastante tranquilo. Era una pequeña loma cubierta de h****a bajo el millón de ramas caídas de un sauce llorón. No necesitaba un marcador. Era imposible que olvidara dónde la habían enterrado. Como era huérfana, nadie más visitaría el lugar. Aun así, marcaron la cabecera de su tumba con una piedra plana semienterrada.
Cuando el rey Hermón les robó los talismanes y secuestró a Galatia, poco pudieron hacer. El rey tenía un ejército con él, y un hechicero malvado. Su control de la magia era casi inconmensurable. Les habían tendido una emboscada, los habían tomado desprevenidos y habían perdido la batalla contra el rey.
La nieve caía y seguía cayendo. El viento soplaba, pero sin aullar. El humo del fuego se arremolinaba, rodaba y se elevaba. Los ronquidos de Blodwyn enmascaraban el crepitar de los leños ardiendo. Mykal intentó abrazarse más fuerte. Los brazos le rodeaban las piernas. No conseguía entrar en calor. Aunque estaba demasiado oscuro para ver las montañas del Zenith, podía sentirlas. Eran grandes y premonitorias, y parecían cerrarse sobre él. Se alzaban como gigantes, como si fueran dioses de los cuentos que había oído en su infancia.
¿Lo observaban las montañas? Debía de ser como un insecto a sus ojos, si es que podían verlo. Pensó en cómo trataba a los insectos cuando era niño. Demasiado a menudo los aplastaba sin previo aviso, sin más motivo que el de hacerlo. ¿Y si las montañas lo aplastaban como a una araña?
Las arañas no contaban. Eran algo más que bichos. Y a pesar de lo que dijeran los demás, su miedo a los arácnidos no era irracional, sino cualificado. ¿Por qué tenían ocho patas peludas y pinzas como colmillos? ¿Cuántos ojos tenían esas criaturas? ¡Nada en aquellos monstruos tenía sentido alguno!
De repente se sintió claustrofóbico y en peligro sentado junto al fuego, el único despierto. Sus sentidos estaban en alerta máxima, y probablemente sin motivo.
Nunca volvería a dormirse.
A pesar de todo, Mykal cerró los ojos. Quería que desapareciera la rabia que sentía. Había perdido a sus padres cuando era sólo un niño. Ahora sabía que su madre se había ido porque era maga y temía ser perseguida. Su padre fue tras ella. Cuando no pudo encontrarla, estaba demasiado avergonzado y nunca regresó.
Lo habían dejado al cuidado de su abuelo lisiado, y luego ambos murieron. Guardó en su interior el sentimiento de traición. Como hacía poco que había conocido a su tío Quill, Mykal culpaba a Blodwyn de haber guardado el secreto. Era difícil no hablar con los dientes apretados. Con el tiempo, lo solucionarían. No se le ocurría una razón digna para darle cobijo. Aunque lo torturaran nunca renunciaría a su familia. Blodwyn debía saberlo.
Creció pensando de esa manera sólo para aprender de nuevo por el río Balefire que había estado equivocado. El tío Quill sabía dónde estaba su padre. Blodwyn asumió la responsabilidad de esconder a su madre de los cruzados del rey Golan Nabal.
Ambos estaban vivos.
Ahora, los tres, Mykal, Blodwyn y Quill, estaban en una nueva búsqueda, embarcándose en la segunda etapa de su viaje. Iban a encontrar a su madre y a su padre. Tenían que advertir al rey Nabal de los planes del Rey de la Montaña, y luego rescatar a Galatia.
De algún modo, necesitaban una forma de restablecer el orden y detener una guerra que parecía inevitable.
El rey Hermón Cordillera ganó la batalla hace dos semanas, tras robar los talismanes, matar a Karyn y s********r a Galatia. No había duda. Había ganado esa batalla. Sin lugar a dudas.
La guerra no estaba perdida.
Estaba empezando…