Tanner Me tumbé en la cama, inquieto, repitiendo la escena en mi cabeza. ¿Por qué había salido Daniela? Estaba tan jodidamente guapa con aquel vestido rojo que todos los hombres del bar se habían girado al verla entrar, observando cómo se contoneaba su carne femenina al entrar. Era tan fascinante, tan inocente y tan jodidamente joven. Mi erección crecía con sólo mirarla al otro lado de la habitación. La morena era preciosa, aquellas botas de ante marrón acariciando sus pantorrillas, la jugosa curva de su muslo perfilada bajo la tela roja. ¡Abajo, chico! me gruñí a mí mismo. Estamos en público, no querrás exhibir una erección ante la gente equivocada. Pero la sola visión de Daniela había sido demasiado y mi pene se puso inevitablemente sólido como una roca, duro y rígido en su presencia.