Capítulo 16

2162 Words
Rodrigo ya no sabía qué hacer para mantener su mal humor a raya. La pobre de Josefina había tenido que soportar sus constantes respuestas cortas, cortísimas, mientras intentaba sacarle uno y mil temas para hablar. La pobre pelirroja lo había acompañado siendo consciente de que no conocía a nadie de los allí presentes, a nadie más que al mismísimo Rodrigo, el mismo tipo que la ignoraba de una manera casi insultante. Josefina decidió dejar de fingir que quería entablar una conversación con él y se dedicó a intentar acercarse a alguien más, por suerte un muchacho de nombre Iván resultó ser excelente compañía y le presentó a varios de sus acompañantes, ayudándola a olvidar por completo a su pésimo amigo y todos sus malos modales. Por su lado Emma pudo abstraerse de ese idiota que parecía vigilarla por vaya a saber Dios qué razón, y se dedicó a disfrutar aquella reunión, con excelente comida y mejores cerveza. Cuando su pequeña vejiga le exigió ser descargada, avisó a su amigo que subiría hasta el segundo piso para ocupar el baño que allí se encontraba, suponiendo que aquel estaría en mejores condiciones que los dos que se encontraban en la planta baja. Gastón asintió con la cabeza, sin dejar de comerse la cabeza por las actitudes de Emanuel para con su amigo Marco, y dejó que la castaña se marchara hacia su destino. La pequeña subió a paso rápido y se metió en aquel pequeño bañito que, efectivamente, estaba en mejores condiciones que los otros dos. Casi sin darse tiempo a nada se sentó a descargar su vejiga y, antes de salir, se analizó en el enorme espejo redondo ubicado sobre el lavamano blanco que tenía una extraña forma de caracola de mar. Mientra se lavaba las manos analizó que los moretones del costado de su boca y el de arriba de la ceja derecha, no fueran visibles, sabiendo que, en caso de que, efectivamente, se pudieran ver con claridad, ella contaba con maquillaje en su pequeño bolsito, aquel que colgaba de su hombro izquierdo, atravesando su torso para caer sobre la cadera derecha. Suspiró con pesar al recordar lo imbécil que había resultado ser, regañándose por cada estúpida decisión que había tomado en los últimos tres días. No llegó a salir del pequeño cuarto que un enorme cuerpo la tomó sin delicadeza de su antebrazo y la introdujo nuevamente en el pequeño espacio. Levantó la mirada, dispuesta a putear a quien fuese que se hubiera tomado aquel atrevimiento con ella y se quedó sin aire al ver esos oscuros ojos observarla con evidente enojo, con contenida furia. Frunció el entrecejo, dió un paso atrás y cruzó los brazos por encima de su pecho. Bueno, ¿ahora qué mierda buscaba ese imbécil? —Mostrame las heridas — ordenó un muy furioso Rodrigo. —No me jodas y dejame salir — respondió ella intentando rodearlo por el pequeño espacio que quedaba entre el hombre y el lavabo para poder alcanzar la puerta, tarea que le fue imposible realizar cuando el idiota dio un pequeño paso al costado, impidiéndole salir de aquel baño. —No lo voy a volver a repetir — dijo con la mirada endurecida por la rabia. —En serio no te entiendo — respondió agotada de intentar darle una explicación lógica a las actitudes de aquel castaño —. Primero me decís todas esas mierdas y ahora, ¿ahora te preocupás por mí? — preguntó dejando salir una risa extraña. —No te importa, si querés salir dejame ver las marcas — Fue todo lo que respondió endureciendo el tono de su voz, haciendo evidente el matiz de orden que dejaba escapar entre aquellas palabras. —Sos tan pelotudo — gruñó y comenzó a quitarse la camperita liviana de hilo que se había colocado sobre su musculosa de tiras, campera que la comenzaba a matar de calor, pero ocultaba bien cada una de las marcas de sus brazos. Rodrigo pudo ver cómo esos finos brazos de piel dorada comenzaban a mostrar varias zonas de colores oscuros, que variaban de amarillos extraños a morados muy profundos. Apretó con fuerza las muelas y los puños y se tragó todos y cada uno de los insultos que escalaron por su garganta. Lo estaba comenzando a desquiciar el ver aquellas cosas en la pequeña castaña, lo estaba comenzando a desquiciar el ver esos gestos de dolor que ella no podía ocultar con cada movimiento que hacía dentro de aquel reducido espacio. —A ver el tronco — ordenó sabiendo que esa zona era la más afectada. Emma le mantuvo unos instantes la mirada, clavada con desafío sobre la de él, hasta que suspiró resignada, sabiendo que aquel idiota no la dejaría ir hasta que no viera cumplido todos sus caprichos, porque así de egoísta era Rodrigo Acuña Pereyra. Lentamente levantó su remera hasta debajo del corpiño y aguardó que el imbécil terminara de inspeccionarla. Se aguantó el insulto cuando él la tomó por los hombros y la obligó a girarse, dejando toda su espalda a la vista, enseñando aquella marca enorme que le cubría buena parte del costado izquierdo. Se asustó cuando sintió el puño del pelotudo impactar contra la pared del pequeño baño, volviéndose a girar rápidamente para verlo de frente, para intentar dar con la razón de por qué aquel rostro se mostraba tan enfadado, con la mirada endurecida y los gestos ensombrecidos. —Nombres — dijo Rodrigo con la voz ronca. —Ya está, ya pasó. —Nombres — repitió y se acercó un paso a ella. —No te voy a decir una mierda porque de esto me encargo yo, asique, si el señor ya está satisfecho, quiero volver a la fiesta. —Con el idiota de Gastón — agregó sintiendose a punto de perder el control. —Te chupa un huevo con quien — respondió ella con esa mirada desafiante —. Dejame salir — ordenó con los dientes apretados y la ira comiéndole la cabeza. Es que no podía entender qué mierda le pasaba a ese idiota que se creía con total derecho de encerrarla para pedirle explicaciones que poco le tendrían que importar. —Es un idiota Gastón, es obvio que está celoso por Emanuel y mi hermano, ¿en serio te va ser el segundo plato de un imbécil? — preguntó con cierta soberbia. —¿No es ese mi lugar?¿No fuiste vos el que me dijiste que tenía que entender qué rol tenía en esta sociedad? Bueno, ahí está, al parecer esto es lo mejor que puedo conseguir, ser la segunda opción de alguien es lo máximo a lo que puedo aspirar — explicó extendiendo los brazos y dejando salir una sonrisa completamente forzada, acompañada por ese brillo cubierto de dolor que acaparaba todo su bonito mirar. Rodrigo no llegó a responder, no pudo rebatir aquella estupidez, porque la puerta fue golpeada con fuerza para luego ser abierta sin ningún decoro, dejando ver a un muy enfadado Gastón al otro lado de la misma. —Ah, este pelotudo está buscando que lo cague a piñas — dijo Gastón con un tonito bastante molesto. —No me jodas — respondió Rodrigo girando sobre su eje para encarar a ese imbécil que se creía mucho y bien estaba babeando por el idiota de Emanuel. —No, vos no me jodas — rebatió clavando la punta de su dedo índice en el pecho del castaño —, porque bastante me he aguantado esta noche para no buscarte y cagarte bien a piñas — agregó acercándose un pasito más. —Gastón, ya, mejor vamos — La voz de Emma, al otro lado del baño, hizo que desviara sus ojos hacia su amiga, analizando la expresión de la muchacha que se mostraba bastante enfadada, aunque un poco dolida también. —Vamos — aceptó luego de analizar al idiota que tenía enfrente y parecía más enfadado desde que Emma había reparado en él. La pequeña muchacha se coló entre ambos cuerpos y tomó la mano de su amigo para bajar la escalera y así dejar atrás al otro tipo que poco le importaba. No pudieron dar ni dos pasos lejos que la enorme mano de Rodrigo, sujetando el trícep de Gastón, hizo que ambos detuvieran su andar. Gastón bajó sus ojos marrones hacia la mano y luego volvió su mirada hacia el idiota que apretaba sus muelas, conteniendo el odio que le recorría el cuerpo a una velocidad peligrosa. —Andá, bonita — dijo Gastón sabiendo que presionaba aún más a aquel tipo —, ya te alcanzo — agregó sin quitar sus ojos de los del imbécil. Sintió que su amiga dudó unos instantes pero, luego de un par de segundos, decidió dejarlos a solas. Mejor, pensó Emma, que Gastón se encargara de aquello porque ella ya no tenía ni más cabeza, ni más corazón, ni más orgullo, para seguir enfrentándose al idiota de Rodrigo. —¿Qué mierda hacés con Emma cuando bien se nota las ganas que le tenés a Emanuel?— gruñó Rodrigo en cuanto la castaña desapareció de su campo de visión. —Te importa un carajo qué hago y mejor la dejes de joder porque estoy a esto — dijo y elevó su mano derecha juntando hasta casi tocarse, el dedo índice con el pulgar — de romperte la jeta. ¿Creés que no sé las mierdas que le dijiste?¿Que no me contó que la insultaste a ella, a su vieja y al barrio donde vive?¿Pensás que se guardó el que le dijiste que se ubicara en el lugar que le correspondía? No, pelotudo, yo lo sé todo y, dejame decirte, tengo unas buenas ganas de cagarte a piñas. —Ah, sí, pelotudo, ¿vos y cuántos más? — gruñó y se acercó hasta casi pegar su pecho al de Gastón. —¿Qué mierda hiciste Rodrigo? — La voz de Marco le llegó desde el descanso de la escalera, tan temblorosa y dolida, como incrédula ante aquel relato. El menor de los hermanos no podía dar crédito a que aquello fuera cierto, a que su hermano le hubiera dicho esas estupideces a su mejor amiga, a la mina que tantas veces lo había defendido, le había alegrado una tarde de otoño, cuando la mierda de sus padres y todos sus problemas existenciales parecían ahogarlo lentamente. —Después lo hablamos bien — respondió el mayor separándose de Gastón y analizando a su hermano y ese rubio que lo acompañaba. —No, explicame qué mierda le hiciste a Emma — exigió Marco. —En serio, en casa lo hablamos — afirmó con autoridad, clavando sus oscuros ojos en su hermano, sosteniéndole la mirada hasta que éste finalmente aceptó que su hermano no le diría nada, no ahí delante de todos. Marco asintió con un gesto de cabeza y giró sobre sus talones para bajar el corto tramo de escalera que había subido. Gastón no tardó en seguirlo, dejando a Rodrigo a solas con aquel rubiecito. —Escuchame vos — llamó Rodrigo antes que Tomás se marchara. El rubio volvió sus ojos miel hacia lo alto de la escalera y subió a paso tranquilo, con ese andar cargado de seguridad aplastante, uno demasiado similar al del mayor de los Acuña Pereyra. —Decime — respondió metiendo sus manos en los bolsillos delanteros del pantalón y dejando salir aquella sonrisa de lado. —Te quiero lejos de mi hermano, ¿está claro? No voy a permitir que una mierda como vos, que solo lo lastima, se le acerque — ordenó señalándolo directo al pecho. —¿La palabra “hipócrita” te suena? — preguntó con claro sarcasmo el rubio —. Porque creo que se aplica perfecto a esta situación. ¿O vos creés que a esa minita no le dolió lo que hiciste? —indagó sin perder la sonrisa —. Te cuento un secreto — susurró acercándose al castaño —. Bajó las escaleras a punto de llorar — dijo y se alejó para analizar la mirada de Rodrigo, esa que mezclaba claro odio hacia él pero también un tanto de dolor, de culpa. Sonrió más amplio al ver que el tipo no le devolvía el golpe y se alejó dos pasos más —. ¿Algo más que quieras recomendarme? — presionó solo por diversión, solo porque amaba pelear y porque no quería pensar en que le había interrumpido una oportunidad de oro para poder hablar con Marco, con ese flaquito al que quería de vuelta a su lado, pero no sabía cómo, no entendía cómo hacer para que aquello ocurriera. —Mejor tomate el palo antes que te cague a piñas — advirtió Rodrigo y se encerró en el pequeño baño, necesitaba, con suma urgencia, ordenar sus sentimientos, aclarar su mente porque estaba a dos segundos de explotar de odio y dolor. ¡Carajo!¿Acaso no podía dejar de dañar a Emma? Al parecer no, al parecer no.
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