—¿Te das cuenta de que cada vez vienes menos? —preguntó Lucía un domingo que, al fin, había vuelto a nuestro departamento—. Te estás sintiendo demasiado cómoda en casa de Gabriel.
—Esa casa es demasiado cómoda —argumenté mientras levantaba a Mary, de ahora ocho meses, desde el suelo y hasta el nivel de mis piernas.
Yo estaba sentada en un sofá con la niña recostada en mis piernas.
—¿Por qué trajiste a Mary si se supone que es tu día libre? —preguntó una amiga que comenzaba a enfadarme por lo molesta que se mostraba.
—Porque Gabriel tenía una reunión y no podía pasar tiempo con nosotras —respondí abrazando a una pequeña que balbuceaba absolutamente todo el tiempo.
—¿Nosotras? —preguntó ahora con un deje de burla—, ¿te das cuenta de que no actúas como si fueras la niñera de la niña? ¿
