Capitulo Veintiuno

1071 Words
No tengas prisa, saborea con lentitud el dulzor de mi piel, deléitate con el elixir de mis jadeos y convierte en sirope la pasión que se desborda en mi interior, que yo planeo lamer con esmero la golosina salada de tu cuerpo. Déjame amarte Camila abrió los ojos de par en par cuando escuchó que llamaban a la puerta, miró a un lado suyo y vio que Lucas se encontraba todavía en su cama, estaba dormido. Su corazón se le quería salir del pecho, no sabía lo que había hecho, tenía claro que ella y Lucas no podían tener nada, pero aun así no podía negar cuanto había disfrutado el estar entre sus brazos. —Mami, ¿estás despierta? Ábreme… —Trago saliva e intento respirar con normalidad antes de abrir la boca. —No me siento bien Sofía, necesito descansar, ve a tu habitación. —No puedo dormir. —Hoy no puedes dormir conmigo, ve a tu cuarto. —Le dolía no abrirle la puerta a su hija cuando siempre había amado que su pequeña se metiera en su cama a mitad de la noche buscando refugio, pero no podía permitir que en ese momento ella la encontrara con Lucas en esa situación. —Pero mami... —Ve a tu cuarto, Sofía —dijo endureciendo un poco más la voz. A pesar de que Camila alzo la voz para poder hablar con su hija, Lucas no se movió ni un ápice, continuaba durmiendo plácidamente mientras Camila se convertía en un manojo de nervios, en su cabeza revivía los besos y las caricias, era la primera vez que se sentía tan plena, tan llena e impregnada de la esencia de alguien, recordó las veces que hizo el amor con Santiago, pero no podía recordar ni una sola vez en la que su ex se hubiese preocupado porque ella quedara completamente satisfecha, es que ni siquiera había experimentado nunca un orgasmo tan intenso como el que le provoco Lucas. Quizás fue a causa de todas las veces que él la había excitado al besarla, el haberse contenido por tanto tiempo y al fin liberarse, sin embargo, dudaba de que esa fuese la razón al ver como Lucas la recorría con calma, la admiraba en cada beso, en cada caricia. De pronto sintió deseos de nuevo, por lo que se levantó de la cama y camino en círculos por la habitación. Esto no puede estar pasando —pensó y se cubrió el rostro con las manos, al descubrirse vio en el piso las cartas que ella le había escrito a sus padres y que fueron devueltas sin ser abiertas, las recogió junto a las fotografías y las devolvió al cofre. En el fondo de la pequeña caja continuaba el relicario de su madre, lo había tomado sin permiso antes de abandonar la casa de sus padres, lo hizo para llevar con ella algo que le recordara su hogar, pese a que ella sentía que no había sido feliz en ese lugar, sabía que en ninguna otra parte iba a estar mejor protegida. ¿Por qué no los escuche? —se preguntó a sí misma mientras una lágrima resbalaba por su mejilla. —Por qué de haberlo hecho jamás habrías llegado a mí —contestó Lucas sentado en la cama. —Esto fue un error, tú y yo no podemos… —Si podemos y ahora no tengo dudas de que quiero que estés en mi vida, tú alejas los fantasmas, tú me das una razón para creer que aún hay vida dentro de mi corazón… déjame protegerte… a ti y a Sofía. —No puedo, estamos juntos por las razones equivocadas y esto es solo producto de estar viviendo bajo el mismo techo, te cansarás de mí, de estar cuidando la hija de otro y yo no voy a poder soportarlo, no me pidas que me exponga a algo que ambos sabemos que es imposible. —Lucas salió de la cama y camino hacia ella, la tomó entre sus brazos y la abrazó con fuerza. —Nunca me cansaré de ti, eres diferente y sé que tú no me harás daño —dijo haciendo que Camila comprendiera que él también sentía miedo, pero que estaba dispuesto a hacerle frente a sus temores por ella. —No deseo que haya sufrimiento entre los dos, yo debo pensar en mi hija y si yo me equivoco le hago daño —susurró sin soltarse de su abrazo. —Lo que dije es cierto, quiero a Sofía, es una niña poco convencional, pero eso la hace especial. —Sonrió y aparto un poco a Camila para poder mirarla—. No soy un hombre que entregue sus sentimientos a la primera que se le pare en frente, de hecho había decidido nunca más sentir nada por nadie, pero tú… no sé en qué momento te has vuelto tan indispensable para mí y sí, estoy consciente de lo imbécil que soy, pero me acostumbré a no sentir y ahora no sé cómo lidiar con todo lo que me provocas —confesó sin apartar la mirada de sus ojos. Camila no recordaba la última vez que alguien le hubiese confesado sus sentimientos de esa manera, ni siquiera el padre de su hija había llegado nunca a esa cota de vulnerabilidad. Sintió calor en su corazón, un calor que le embargaba el alma y de algún modo le hacía pensar que toda su vida estuvo esperando sentirse de ese modo: asustada, embriagada y determinada a ya no dejarse engañar por la cobardía. Sin pensar, de nuevo se puso en puntillas y llevó sus labios hacia los de Lucas, quien los recibió con ternura. El beso lento y rítmico poco a poco fue cogiendo intensidad, las caricias deseosas de volver a sentir como las pieles se estremecen empezaron a vagar por cada centímetro disponible, de nuevo los cuerpos danzaban al compás de una nueva sinfonía. Besos, gemidos, jadeos y caricias son los testigos fieles de lo que se desató dentro de las cuatro paredes de esa habitación. Un vaivén de caderas, un compás de manos y una danza rítmica de cuerpos fundiéndose en uno solo. El grito ahogado, un rugido que murió y dos almas que se elevaron a lo celestial para amarse a plenitud mientras se olvidan de la vida terrenal en la que deberán enfrentarse a quienes no los desean juntos y harán todo lo posible por separarlos para siempre.
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