CapituloVeinticinco

1180 Words
Sentarme a esperar… no soy tan paciente como para ver como el ardiente sol derrite las escasas esperanzas que tengo de continuar con la vida que siempre quise. Con la vida que conocí cuando escapé de la pesadilla. Soy la imbécil que él no olvida El día pintaba gris en la vida de Camila, el día anterior lo pasó sumida en sus propios pensamientos mientras buscaba la manera de calmar a su hija, que pese a que había dormido un poco y descansado, se seguía sintiendo asustada por la escena que había presenciado de su padre y Lucas. Además de que controlar la ira de Lucas le había agotado mentalmente, tanto que se fue a la cama a las ocho de la noche y ni siquiera notó la presencia de su amante cuando este entró en silencio a la habitación y se metió en su cama. —¿Te sientes bien Camila? —Alzo la vista al escuchar la voz de su jefe—. Te ves muy mal, ¿no estás descansando bien?, ¿estás enferma? —Estoy bien, señor Arturo, no se preocupe. —Juntó los labios e intentó sonreír, pero la curva se formó en su boca, daba por sentado que su vida en ese momento era un completo caos. —Me doy cuenta de que estás mintiendo y entiendo que lo haces para no poner en peligro tu trabajo, pero te aseguro que prefiero que te tomes algunos días de descanso y organices lo que sea que está sucediendo en tu vida antes de perder una excelente empleada como tú si llegas a enfermarte. —Un par de lágrimas rodaron por las mejillas de Camila, al tiempo que su jefe le colocaba la mano sobre el hombro—. Todo saldrá bien, llora lo que haga falta, luego ponte de pie y enfrenta al demonio, es el único modo de vencer. —Las palabras de su jefe hicieron que los engranajes de su cerebro se detuvieran por un segundo para posteriormente continuar girando. —Señor Arturo, ¿me da permiso para retirarme antes del trabajo? —La idea que había tenido el día anterior volvía a estar presente en su cabeza, tal vez nunca se había ido, sin embargo, en un punto decidió esperar a que la ayuda de su esposo fuese suficiente, pero ahora estaba segura de que debía ser ella quien le diera una solución definitiva a su situación. —Por supuesto que sí, ve y resuelve eso que te tiene tan mal. —Agradeció a su jefe antes de alejarse de él e ir por sus cosas. Al salir de su trabajo consiguió un taxi y le dio la dirección de la casa de Santiago, a esa hora el padre de su hija se encontraba trabajando por lo que podría hablar con la esposa sin temor a encontrárselo, aunque de hacerlo estaba segura de que no armaría un escándalo delante de su esposa, no le convenía que todos supieran sobre sus correrías infieles. Su corazón latía con un sonido sordo y profundo, su pecho se le oprimía y respirar le costaba, sentía las palmas de las manos húmedas y calientes, la garganta la tenía reseca y le ardía. Cerro los ojos y elevo la cara al cielo como si rezara, ¿pero qué pedía?, ¿a quién?, ¿a Dios?, ¿o al demonio? Eso solo ella lo sabía. Abrió los ojos y planto la mirada hacia el frente, no sabía que era lo que le diría a la verdadera esposa de Santiago, ni siquiera estaba segura de que contarle la verdad, su verdad a esa mujer fuese suficiente para que su ex la dejara en paz, no estaba segura de nada, pero agotaría todos los recursos, ella solo era su primera opción. El taxi se detuvo frente a una imponente reja, no podía ingresar a la propiedad, por lo que Camila descendió del vehículo y se acercó al intercomunicador: »Buenas tardes, ¿qué desea? —Escuchó la voz monótona de una mujer. »Necesito hablar con la esposa del señor Santiago Álvarez. —El corazón de Camila golpeo con mayor fuerza al no recibir respuesta. Quiso insistir, sin embargo, la reja emitió un chirrido eléctrico antes de que el seguro se liberara y esta se abriera dándole paso. Trago saliva antes de ingresar a la propiedad y avanzar caminando hasta la puerta principal de la casa, una mujer de aspecto severo y mirada dura la recibió si no con amabilidad, al menos con educación, la condujo hasta el salón y la hizo esperar. Miraba todo a su alrededor y no podía creer que Santiago la mantuvo viviendo un departamento modesto, no es que le haya molestado, pero le hubiese gustado tener un jardín donde ver a su hija dando sus primeros pasos, un jardín donde ella hubiese podido dar pequeños paseos y tomar el sol, en vez de tener que ir al parque. No obstante, mientras Camila pensaba en todas esas cosas, desde lo alto de las escaleras que estaban detrás de ella, Bárbara la observaba con ojos rapaces. Había visto a Camila desde el balcón, no se esperaba esa visita, pero no iba a perder la oportunidad de humillarla. —¿Quién eres tú? ¿Y de qué quieres hablar conmigo? —Camila se estremeció ligeramente al escuchar la autoritaria voz emerger desde las alturas. Se giró y dirigió la mirada en dirección de la voz, se encontró con una mujer alta, esbelta, elegante y muy hermosa, no era misma que había visto aquella vez. Abrió los ojos un poco más de lo normal al darse cuenta, exhalo por la boca al tiempo que una sonrisa se formó en sus labios. —Soy una de las estúpidas con las que su esposo se divierte y el tema que tengo que tratar con usted es referente a él. —Bárbara enarcó una ceja al darse cuenta de que Camila tenía coraje. —Y quieres que me haga a un lado para que puedan ser felices, ¿o me equivoco? —dijo, aunque ella sabía que el motivo de su visita era uno completamente distinto. —Se equivoca señora… —Exacto, yo soy la señora y tú eres una imbécil que se fijó en el hombre equivocado. —Bárbara sonrió luego de haber interrumpido lo que Camila intentaba decir. Por su parte, Camila apretó los dientes con fuerza, sabía que la mujer delante de ella tenía razón, pero no estaba dispuesta a dejarse ofender de esa manera, cuando es su marido el que seduce a idiotas como ella y las mantiene engañadas toda su vida. —Sí, fui muy imbécil, estúpida y ciega al no ver qué tipo de hombre es Santiago, pero no, no me interesa quedarme con él, de hecho hace mucho que lo abandoné y tal parece que él no ha podido olvidarme —dijo devolviéndole la pelota a Bárbara que apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas de sus manos—, soy la imbécil que su esposo, Santiago Álvarez, no olvida —repitió con mayor énfasis.
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