La Adormecedora El Sena se extendía frente a mi casa, sin una arruga, barnizado por el sol de la mañana. Era un hermoso, grande, lento y largo río de plata enrojecido en algunas partes. Del otro lado del río, grandes árboles alineados se extendían por toda la orilla como una inmensa muralla vegetal. La sensación de vida que vuelve cada día, la vida fresca, alegre, amorosa, bullía entre las hojas, palpitaba en el aire, se reflejaba en el agua. Me entregaron los diarios que el cartero acababa de traer y salí hacia la ribera, con paso tranquilo, para leerlos. Abrí el primero y vi estas palabras: «Estadísticas de suicidios» y me enteré de que, ese año, más de ocho mil quinientos seres humanos se habían quitado la vida. Al instante, ¡los vi! Vi aquella masacre, repugnante y voluntaria de l