Estamos tan enfermos, tan desarmados, somos tan ignorantes, tan pequeños, nosotros, en este grano de lodo que gira desleído en una gota de agua...
Me quedé dormido con esos sueños, acariciado por el viento fresco de la noche.
Pero, al cabo de unos cuarenta minutos, reabrí los ojos sin hacer un movimiento, expulsado del sueño por no sé qué emoción confusa y extraña. No vi nada al principio. Luego, de golpe, me pareció que una página del libro que había dejado abierto sobre la mesa acababa de pasarse, sola. No había entrado ráfaga alguna de aire por la ventana. Transcurridos alrededor de cuatro minutos, vi —sí, lo vi, lo vi con mis propios ojos —que otra página se levantaba y se abatía sobre la anterior, como si alguien la hubiera pasado con el dedo. Mi sillón estaba vacío, parecía vacío;
