Una noche normal en el Olimpo, la diosa Afrodita admiraba las estrellas desde su habitación. Ella siempre bien vestida y radiante. Hermosa y perfecta.
La diosa volvió del balcón y se sentó en su sedosa cama y le comentó a su esposo:
—Hefesto. — ella llamó su atención y lo miró soñadoramente
— Hace tiempo que no intervengo en asuntos mortales. ¿No es así?
—Así es. — le dijo suspirando — Y déjame decirte que estoy orgulloso.
—¿No crees que debería salir por ahí más seguido?
El dios de las fraguas suspiró y negó con la cabeza. Él sabía claramente a lo que se refería, y era causar problemas. Amoríos o cualquier otro desastre.
—¿Qué tienes en mente, mujer? — le preguntó ligeramente intrigado
—No mucho. Es solo que hace tiempo no soy una vuelta por el Refugio y algo me dice que las cosas se volverán divertidas por ahí.
—No es divertido intervenir en la vida de los legados.
—Es divertido cuando el amor es el que interviene. — ella sonrió pícaramente. Hefesto sabía que ya no podía hacer nada, pues cuando ella se proponía algo, no paraba hasta conseguirlo.