- Nat amor, apresúrate, llegaré tarde a mi primer día –veo a mi hijo jugar con unos carritos sobre la mesa al tiempo que come el cereal de desayuno totalmente despreocupado-.
- Ya voy mami –me responde pero no deja de jugar-.
- Amor ya estoy sobre la hora para dejarte con tía Caro –le digo sentándome en la silla que está a su lado para darle el resto del cereal- recuerda portarte bien con ella y luego en el preescolar. No te llevo hoy porque… -me interrumpe-.
- Ya se mamá “es tu primer día de trabajo” –me dice en tono de fastidio pues se lo he repetido varias veces desde que lo desperté-.
Sonrió mirándolo con ternura. Solo él es capaz de darme la fortaleza suficiente para luchar día a día. Desde que mis padres fallecieron en aquel accidente donde fui la única sobreviviente, no volví a sonreír. Por años sentí una desolación tremenda, me sentía sola incluso estando con el padre de Nat. Me veía tan sola que no encontraba un motivo para ser feliz sino hasta el día que, gracias a un desmayo en el trabajo, al ser trasladada a un centro de salud, el doctor que me atendió me dio la gran noticia de que estaba embarazada.
Ese fue el mejor de todos mis días después de haber perdido a mis padres, sentí que el sol volvió a brillar para mí. La esperanza renació en mí. Encontré una motivación para seguir adelante.
No obstante ello, como para darme una motivación mayor, cuando pensaba que ningún otro regalo podría igualar a la felicidad de ser madre, la vida me sorprendió cuatro meses después cuando el doctor me dio la noticia de que mi bebé vendría con la misma condición que tenía mi padre, acondroplasia, una condición genética que muchos ven como una enfermedad, yo la identificaría como una condición, la cual afecta el crecimiento armónico de los huesos, específicamente los huesos largos de los brazos y las piernas. Para ubicarnos en contexto, es lo que la gran mayoría de las personas suelen llamar enanismo, unos de manera despectiva y otros por desconocimiento del término que la medicina le da a esta clase de alteración genética.
En mi familia mi padre fue el primero en padecer de esta condición, antes de él ningún otro pariente la había sufrido.
Siendo niña, él y mi madre me contaron que su situación fue una mutación cromosómica, por lo que entendí que, pese a que en la familia no había antecedentes de esta condición, era una cuestión de suerte saber en qué condiciones se desarrolla un feto en el vientre de su madre, sino hasta transcurridas ciertas semanas es que se pudiera determinar el crecimiento de los huesos, por lo general entre las semanas 26 y 28 de gestación, además que no es una condición que no se puede prevenir, no es como una gripe o cualquier otra enfermedad cuyo desarrollo puede ser evitado por la medicina y la ciencia.
El día en que recibí esa gran noticia, decir que fui feliz no se compara con la sensación de plenitud tan grande que me embargaba en ese momento, y aun me acompaña desde que tengo a mi hijo conmigo.
Nathaniel, es el niño más amado y deseado. Aunque no planifiqué mi embarazo, desde que supe que venía al mundo me dediqué a cuidarme y cuidar de él como el mayor de los tesoros que he podido descubrir de la vida. Actualmente cuenta con cinco años de edad, es muy inteligente, para su edad pese haber retardado el proceso para caminar, a nivel cognitivo supera a muchos niños. Ya sabe leer y sacar cuentas. De hecho me ayuda mucho con las cuentas de la casa.
Es el otro adulto que hubiera querido tener de compañía. Tanto que a veces me siento culpable por ver que se preocupa por nuestra situación económica y porque trabajo muchas horas para darle mejor calidad de vida, todo con el fin de no fallar al llevarlo a todos sus controles médicos en las fechas fijadas y cuidar su régimen alimenticio como lo tiene medicamente prescrito. Está estudiando en uno de los mejores preescolares de la localidad, me cuesta un ojo de la cara, pero por mi hijo soy capaz de sacrificar mis comodidades y gustos con tal de verlo feliz.
Quiero hacer de él un hombre culto, de mente abierta, educado, responsable, con mucha visión para que aprenda a aceptarse tal como es, sin creerse menos que los demás, que aprenda que en el mundo las diferencias siempre van a existir, no solo en la estatura sino también en los colores de piel, de cabello, en la contextura física, en las formas de pensar, el color de los ojos, en fin en la percepción de la vida. Que aprenda que la perfección no existe. Solo es un ideal que se va construyendo según cada individuo vaya moldeando su forma de ver la vida.
- Mami, mami ya terminé –escucho que Nathaniel llama mi atención varias veces moviendo una manito frente a mis ojos, sumida en mis pensamientos no había notado que seguía moviendo la cucharilla para darle el cereal sin estar realmente pendiente de que ya le había dado todo el contenido que había en el plato, cuando fui consciente de ello sacudo la cabeza ante tamaña distracción que me di- voy corriendo a lavarme los dientes –me dice al tiempo que lo veo bajarse de la silla y perderse por el pasillo que da hacia las habitaciones-.
- Apresúrate, trae tus cosas –le digo mientras voy a lavar el plato-.
Con todo listo, emprendimos la marcha hasta la casa de Carolina Maza, mi mejor amiga, quien me ha apoyado desde que me mudé a esta Urbanización, ella cuida de mi Nat las veces que por trabajo no puedo estar con él. Ha sido un ángel en nuestras vidas. Sin ella no sé cómo haría para llevar el día a día. Es muy demandante el ser madre soltera y con un niño de condiciones especiales.
El padre de Nat nos abandonó al sexto mes de embarazo. Apenas se enteró de las condiciones en las que él venía al mundo decidió irse de casa, no sin antes de imponerme como condición que me deshiciera del producto –así lo llamó- para continuar conmigo.
¡Entenderán cuál fue mi decisión!
Después de dejarme sola con un embarazo de alto riesgo y en condiciones precarias, pues para ese entonces vivíamos arrendados en un anexo de apenas tres ambientes reducidos, constituidos por una habitación que fungía de sala-comedor-cocina, un dormitorio donde apenas cabía una cama individual y un pequeño baño, intentó en varias oportunidades persuadirme en mi decisión de continuar con el embarazo.
Hasta ese momento no entendía porque si él decía amarme, se comportaba de esa manera tan aberrante. De solo recordar las veces que me pidió que me deshiciera del ser que estaba amando más que a él mismo en ese momento, me daba tristeza, más por él que por Nat y por mí. Yo ya había definido cuál era el norte de nuestras vidas. Me daba tristeza por él, ello debido a que si con tantas malas experiencias que ha tenido en la vida a causa de su actuar errático no había logrado aprender darle valor a esa maravillosa oportunidad de ser padre de un ser, que aunque es evidentemente diferente a la mayoría, no es un ser con menos derechos a ser amado, no creo que logre ser feliz algún día.
Amé a mi padre como a ningún otro hombre en la vida y la decisión de tener a mi Nat era la forma más bella de agradecer a la vida por permitirme continuar, por haber sobrevivido a aquel trágico accidente donde tanto él como mi madre perecieron.
Antes de enterarme que sería madre, muchas veces pedí a los cielos que me llevarán con mis padres, sufría callada el precio de aprender a levantarme sola, aun rodeada de tantas personas, pero al tener a mi hijo entendí cuál era mi misión en esta vida. Por lo que me enfoqué en sacarlo adelante, olvidándome por completo de toda posibilidad de considerar enamorarme nuevamente.
Lo que he conocido del amor hasta ahora ha sido doloroso. Al principio viví en una nube de ilusión, pero del paso del tiempo me mostró una faceta de la relación de pareja que nunca creí ver, que nunca había visto en mis padres, donde solo había amor, buen trato y muestras de cariño constante entre ellos. Si bien tenían sus altas y bajas, en la misma medida procuraban mantener el cariño entre ellos para equilibrar la relación y no dejarse arrastrar por los problemas. Con ese mismo amor fui criada, y de esa misma forma trato a las personas que me rodean
Si bien aprendí que no todos somos iguales, penosamente tuve que vivir la dimensión de esa diferencia en carne propia. La única vez que me atreví a entregar mi corazón pude experimentar que no todas las personas tienen la misma visión de lo que es el amor y sus formas de manifestarlo, La experiencia que la vida me ha mostrado en esa parte no ha sido muy buena.
Hice una vida con el padre de Nat por siete años, en los cuales los dos primeros fueron perfectos, tanto que no cabía de la dicha de tanto amor que nos profesábamos. Teníamos muchas carencias económicas pero tratábamos de compensarlas con amor y apoyo mutuo. Mis padres procuraban ayudarnos, sin embargo él no lo permitía pues decía que recibir dinero de mi padre era una humillación.
Al principio no entendía el significado real de sus palabras. Pensaba que rechazaba su ofrecimiento porque al ser hombre y ese machismo exacerbado que lo caracteriza, debía procurar resolver por sus propios medios los problemas que nos aquejaban como pareja, sin embargo, al ver su reacción luego de enterarse que Nat nacería con la misma condición de mi padre comprendí muchas cosas en su actitud para con él.
Desde ese momento comprendí su renuencia a compartir con mis padres cada vez que lo invitaban a una comida, en los cumpleaños o cualquier invitación que le hiciera mi padre con intención de integrarlo a la familia. Hasta buscó un arriendo en un lugar bastante distante de donde vivían ellos.
La noticia de la condición de Nat abrió mi entendimiento a su aversión a las personas con esa condición especial, y desde ese mismo momento terminó de romperse algo dentro de mí que me permitió verlo como en realidad es, un ser egoísta y carente de un sentir humanitario y empático, posesivo, al punto que siempre buscaba que estuviera el menor tiempo posible en la calle. Muy sutilmente solo permitía que saliera a trabajar, hacer compras o ir a visitar a mis padres. De resto con la excusa de que debíamos compartir más como pareja me hacía mantenerme en casa.
Cuando logré tener una amiga, llegó un momento que su conducta cambió de manera sorprendente, pues empezó a maltratarme verbalmente e impedirme usar cierto tipo de ropa y salir con ella si quiera al mercado.
Estando con él me gradué de administradora de empresas, y ese fue el detonante para que aumentara sus maltratos hacia mí. Parecía que mis logros lo disminuían como hombre, como persona. En lugar de celebrarlos constantemente decía cosas hirientes.
Yo tratando de mantener la armonía en la relación, justificaba sus acciones con la idea de que por lo difícil que le era lograr un empleo estable se sentía frustrado y que en realidad él no tenía intenciones de herirme. Siempre lo justificaba. A pesar de recibir maltratos verbales y humillaciones constantes, incluso ante su familia, siempre lo traté con el mismo cariño que mis padres me enseñaron a tratar a las personas, sobre todo a él que era el hombre de mi vida. Bueno, eso pensaba.
Nunca tuve una mala palabra, desprecio o si quiera una mala mirada para él. Como estaba enamorada pensaba, soñaba e idealizaba que en algún momento rectificaría su forma de actuar.
Sin embargo ese cambio nunca llegó. No de la manera que yo esperaba, sino para peor.
Al saber sobre la condición de Nat se tornó más agresivo, más primitivo en su forma de pensar. Antes de que me impusiera que me deshiciera de mi hijo recuerdo que como si fuera lo más natural me dijo:
- No creas que voy a querer un hijo que sea como tu padre ¿Quién te dijo que yo quería ser padre de una cosa como esa?
Esas palabras fueron suficiente para terminarme de abrir los ojos y el corazón a esa realidad que por un buen tiempo pretendí tapar con el velo de la justificación y el perdón a sus malas acciones desde que supo quién y cómo era mi padre físicamente.
Entendí que si en todos esos años no fue capaz de aceptar al ser que le dio la vida a la mujer que decía amar, y que si la noticia de convertirse en padre, independientemente de la condición con la que ese ser venga, no logró cautivarlo hasta hacerle cambiar su visión de lo que es el amor incondicional, por más que yo tratase nunca llegaría a querer a su hijo.
Por eso decidí continuar adelante sin él y sin ningún hombre a mi lado. El estigma de que ningún hombre acepte a mi hijo me ha acompañado por años, además de la desilusión tan grande que me llevé al descubrir que no todos tienen esa misma capacidad de amar que me enseñaron mis padres.