Después de entregar personalmente la correspondencia, tal cual como el Licenciado me lo indicó, volví a mi oficina, tomé el bolso y sin despedirme, salí lo más rápido que pude a buscar a Nathaniel al preescolar.
A esta hora el trayecto es más pesado por ser la hora en que la mayoría de las personas salen de su lugar de trabajo. Agradezco tener automóvil para movilizarme, sino la situación nuestra fuera más traumática.
Afortunadamente, en el preescolar lo tienen hasta las seis de la tarde, en tareas dirigidas, es una gran ventaja para los padres que como yo, por nuestro horario de trabajo no podemos retirarlo en la hora en que terminan las actividades académicas. Por ello es que es tan costosa la colegiatura.
Pese a ser el primer día de trabajo y pese a que estoy acostumbrada a trabajar bajo presión, me siento agotada, de repente sentí el cansancio caer como piedra sobre mi cuerpo. Sin encontrar mayor explicación a este efecto, concluyo que es por el estado de tensión en el que me mantuve todo el día a causa de la actitud del Licenciado. La energía que emana de él es un tanto pesada, y por más que trato de ignorarla, termina invadiéndome al punto de robarme algo de paz. Por momentos me sentí angustiada por su forma de ser.
Por primera vez, sentí la necesidad de responder de la misma forma, estuve tentada de responderle de la misma manera en la que me ha venido tratando, pero justo en esos momentos, como si mi padre estuviera a mi lado, lo recuerdo y en seguida, no es que lo justifique, pero reconozco que termino por comprender su forma de ser.
Siento que debo hacer algo por ayudarlo. Por alguna razón la vida me puso allí. No sé de qué manera ni a qué me esté enfrentando, pues no deja siquiera ver un mínimo de la calidad de la persona que realmente es. No creo que lo que muestra sea su verdadera personalidad. Ni siquiera deja escapar una expresión amable de su rostro, parece hecho con piedras, y de las duras. De esas que cuesta para taladrar pero que al final terminan cediendo.
Mientras llegaba al colegio a buscar a mi Nat, se me ocurrió la idea de preparar un almuerzo saludable y llevar suficiente para compartir con él. No en una misma mesa pero si para compartir a modo de irme ganado su confianza.
“Si mi padre pudo cambiar ¿por qué él no ha de lograr hacerlo?”, pienso animada.
“Tal vez me vaya de bruces contra una pared, pero haré el intento”, culmino mi pensamiento decidida a dar el siguiente paso.
- Hola mami –me saluda Nat emocionado de verme- ¿Qué tal tu primer día? –me pregunta cambiando el semblante con la seriedad típica de un adulto al tocar estos temas-.
- Hola mi amor, bien -le digo recibiéndolo con el mismo ánimo y cariño-.
- ¿Cómo es tu trabajo? –pregunta dado pequeños saltos de emoción-.
- Ven, vamos, en el camino te iré contando –le digo abriéndole la puerta de los asientos traseros del auto- ponte el cinturón mi amor.
Afortunadamente con la liquidación del empleo anterior, antes de comenzar a trabajar para la cadena de restaurantes, pude comprar la casa donde vivimos mi Nat y yo y un automóvil de segunda mano que hasta el momento me ha llevado a los sitios donde he requerido estar.
Siendo madre soltera de un niño con una condición especial es muy difícil andar en transporte público. Además que es un pecado someter a Nat a largas caminatas hasta el lugar donde nos queda la parada del transporte desde nuestra casa. Procuro que haga ejercicios pero tampoco lo sacrifico.
- Ahora cuéntame –me insiste-.
Está ansioso, como no tengo otro adulto con quien compartir en casa tiendo a terminar contándole algunas cosas, solo las que me emocionan positivamente, lo negativo me lo reservo, solo que es tan observador que a veces termina por descubrir mi malestar-.
- ¿Qué te puedo decir? –le inquiero para empezar a contarle mientras acomodo el espejo retrovisor y enciendo el motor del automóvil- es un edificio inmenso, yo trabajo con el presidente y dueño de la empresa, soy su secretaria, ¿adivina qué? –le pregunto poniéndole emoción al cuento-.
- Dime mami, dime –pide emocionado-.
- Mi jefe es como tu abuelo y tu –le contesto seria esperando a ver que razonamiento me va a dar-.
- ¿Es pequeño mami? –sorprendida por su perspicacia asiento con un ademán de cabeza- tu jefe debe ser mi amigo –concluye pensativo- tú me dijiste que las personas con la condición de mi abuelo y yo debemos unirnos para luchar por nuestros derechos, él debe unirse a mí –afirma mirando hacia el frente-.
- Veremos mi amor, veremos. No es tan fácil como lo crees –hago una pausa preguntándome mentalmente si en la familia del Licenciado habrá más personas con su condición- él es una persona muy callada, habla poco.
- Ah, pero eso es fácil, háblale de cualquier tema y veras que al rato se hacen amigos. Hoy en el preescolar al principio tuve pena, luego una niña se me acercó y empezó a hablarme y al rato me dijo que quería ser mi amiga ¿ves mami? No es difícil –me encanta el razonamiento de los niños, no se complican la vida-.
- Tienes razón mi vida, ya veré como lo abordo –le digo estacionando en la entrada de nuestra casa para abrir el garaje-.
Inmediatamente entramos Nat fue directo a su habitación a hacer todo tal cual le indiqué ayer en la noche de acuerdo a la nueva rutina que tendríamos a partir de hoy.
Estando en la cadena de restaurantes todo era más sencillo. Trabajaba hasta temprano y él solo estaba en el preescolar medio día, el resto del día lo pasaba conmigo. Gracias a su madurez parece que el cambio no será tan traumático como lo había pensado.
Antes de prepararme para realizar las actividades de la casa, llamé a mi amiga Carolina para pedirle una vez más me auxiliara con Nat a partir del día de mañana buscándolo en el preescolar a las cuatro de la tarde, mientras yo salía del trabajo. Como era de esperarlo estuvo de acuerdo, nunca se niega a un favor mio y menos si se trata de mi pequeño.
Después de ello, me dediqué a bañar a Nat, revisar con él el cuaderno de asignaciones para ver las actividades que había hecho en las tareas dirigidas y luego le di de merendar, para irme a tomar una larga ducha relajante y ponerme ropa cómoda.
Totalmente satisfecha, luego de cerciorarme que mi hijo estaba tranquilo en su habitación jugando y viendo dibujos animados, me dispuse a preparar la cena y el almuerzo del día siguiente.
Me esmeré en la preparación del almuerzo, con una emoción que hace tiempo no sentía. Quería hacer lo medianamente posible para sorprender al Licenciado con algo que aunque nutritivo y saludable le causara el mayor de los placeres al contacto con su paladar.
Adicional a ello, como vi que le gustan las galletas, supuse que habrá de gustarle las toras, por lo que decidí preparar un brownie para ofrecérselo como postre o merienda a la hora del café en la tarde.
De lo emocionada que me sentía, el cansancio desapareció, tan es así que me vi bailando en la cocina al ritmo de la música que brotaba del pequeño radio que tengo en una esquina del mesón.
Mientras se hacia la torta en el horno me dispuse a lavar los trastes, y justo en el momento en que terminaba de secar los cubiertos escuché mi teléfono móvil repicar. Totalmente distraída, con el cuerpo aun en movimiento por la música, contesté sin esperar escuchar la voz que paralizó todos mis sentidos.
- Hola Marissa –escucho la voz de José Manuel, el padre de Nat al otro lado de la línea-.
Quedé muda, mi mente no procesaba si el haber escuchado esa voz era una confusión producto de mi imaginación por haberlo recordado entre ayer y hoy o que estaba pisando con la realidad, mi presente.
- Hey no me vas a responder –me insta a hablarle- soy yo José Manuel.
- Ya sé que eres tú –le respondo fríamente- ¿Cómo estas José Manuel? –aunque desencajada decidí contestarle como a cualquier otra persona-.
- Ahora que hablo contigo bastante mejor, aunque he tenido días mejores –su respuesta me deja entrever que alguna intención para su beneficio ha de tener con esta llamada, dudo que esté preocupado por nuestra suerte- ¿Cómo has estado?
- Bien, bastante bien. Mi hijo y yo estamos muy bien José Manuel –le digo recordándole al hijo que decidió abandonar-.
- Ah está bien, me alegro –lo escucho responder con dificultad-.
- ¿A qué debo tu llamada después de tantos años? –le pregunto para no alargar más esta incomoda conversación-.
- Solo quería saber de ti, cómo estabas –hace una pausa como pensando lo que a continuación diría- en estos días me gustaría visitarte.
- ¿Visitarme? y ¿cómo para qué? –le pregunto con curiosidad-.
- Quiero verte, hablar contigo –me responde-.
- ¿Qué podríamos hablar personalmente que no lo podamos hacer ahora? –le pregunto curiosa- te recuerdo que tengo a mi hijo conmigo, tu hijo, y no creas que lo voy a hacer a un lado por recibirte a ti.
- Finalmente si lo tuviste –dice de manera afirmativa- nunca te creí capaz de dar ese paso sola.
- Que poco me conociste. Está comprobado que poco te importaba lo que yo pudiera pensar. Desde que me enteré que el vendría al mundo decidí darle vida, no cualquier vida, sino una llena de amor –le respondo con un dejo de amargura en la voz por su forma de hablarme-.
- Me imagino, tú no sabes dar nada diferente a eso –hace una pausa- y eso es lo que más extraño de ti –concluye-.
- Te dejo José Manuel, voy a atender a mi hijo, adiós –le digo colgando la llamada al saber el rumbo de esta afirmación-.
Sin poder soportar un minuto más su indiferencia y egoísmo, y tal vez sus mentiras, no quise seguirle escuchando. Colgué la llamada.
“¿Cómo puede decir que me extraña después de tantos años, y ni siquiera expresar una palabra de arrepentimiento por haber rechazado a su hijo?”, me pregunto mentalmente con tristeza.
Cuando pensaba que ya estaba curada de su desprecio hacia mi hijo, acabo de caer en cuenta que no lo he superado aun, al escuchar como ignora deliberadamente a Nat, me causó un sentimiento al que jamás he querido darle cabida en mi vida.
Sentí odio, un resentimiento avasallante ante su forma de ver la vida de manera tan irresponsable. Insiste en seguir obviando abiertamente que es corresponsable de la vida de un ser humano apenas en etapa de formación, de un ser humano que aunque él no lo reconozca depende de él y de mí para salir adelante.
Sacudo la cabeza tratando de espantar ese sentimiento tan feo que por momentos sentí. Tomé un poco de agua, respiré profundo y me dirigí a la habitación de Nat para ver cómo estaba. Como era de esperarlo seguía en su mundo de fantasía, totalmente ajeno a lo que sucede a su alrededor, ignorante de la conversación que acabo de tener con el hombre que contribuyó a darle la vida.
Para no alterarlo al darse cuenta que no me siento bien, volví sobre mis pasos a la cocina a esperar que estuviera listo el brownie.
Mientras ello sucedía, preparé unos sándwiches para la cena. Le llevé a Nat el suyo con un vaso con jugo y le permití comer en su habitación para que no se diera cuenta de la carga emotiva que me embarga todavía.
José Manuel logró desestabilizarme anímicamente. Sentí mucha tristeza darme cuenta de la calidad de hombre del que una vez estuve enamorada. Mi mente y mi corazón no entendían porque nunca pude ver lo evidente. Por qué no me permití ver más allá del estado de ensoñación en el que me mantuve por tantos años, inclusive aun soportando sus maltratos.
Estas son las situaciones que más me hacen extrañar a mis padres. Ahora es cuando más daría todo por un abrazo de ellos, las únicas personas que, a excepción de mi Nat, realmente me han amado en la vida.