Esta mañana mi don de la impuntualidad me jugó a favor: no voy a llegar tan tarde como otros lunes. Aunque para decir verdad, hasta yo me he cansado de esta rutina estúpida de llegar tarde los días de inicio de semana laboral.
Parece que algún ente sobrenatural me dice que debo quedarme en casa a diario y retrasa mi salida al mundo real. Todas las mañanas me impulso a salir de la cama diciéndome que es para poder cumplir mi sueño de dibujarle las ideas a otra persona.
—Voy tarde — digo exasperada a Regina, la clásica rubia y mi mejor amiga del secundario, que trae su desayuno en manos.
—Te despedirán —advirtió tomándome el paso.
—Eso dice siempre —dije rodando los ojos.
Mi jefe, el Sr. Marshall me ha puesto muchísimos ultimátum pero nunca cumple. Tengo una gran mancha en mi currículum por llegar tarde. Pero es que no es culpa mía, sino de ese estúpido reloj despertador que no cumple con su trabajo. La tienda de Victoria Secret, se manifiesta ante nuestros ojos. Sí, trabajo ahí, no obstante no soy del todo una bomba sexy. Soy más bien lo último que encontraron.
—Buenos días —susurré viendo al jefe justo en la puerta.
—Buenas tardes, querrás decir —dijo en su tono malhumorado.
—Oiga, lo siento, es que la alarma....
—No aguantare más excusas. Ya tienes un remplazo, así que puedes recoger la poca dignidad que tienes y marcharte —bufó y salió a toda prisa dejándome ahí, con la boca abierta y Regina con su blusa cubierta de mostaza.
—Vamos por otro para ti, yo invito. Ya encontraremos otro trabajo —mi amiga me puso la mano en el hombro y me guió, empujándome hasta la tienda de comida más cercana, al lado de un puesto de helados.
— Y ahora, ¿cómo pagaré la escuela de arte?
—Sabes que yo...
—Ni hablar —le advertí, siempre se ofrece para pagarme las cosas. Su familia tiene una gran fortuna, pero nunca pregunto por ella. De hecho, ni los conozco.
—Está bien, pero busca otro trabajo. Tal vez de camarera —señalo el local de al lado mientras esperamos por nuestra orden de comida. Solo pude pensar que con mi gran falta de atención a los detalles, seguro me despedirían. Tengo memoria de pez.
—Solo me faltaba... —y entonces, recordé algo. Me quedé con los ojos abiertos y la boca como de pez.
— ¿Qué? —Regina me miro con el ceño fruncido.
—Es el empleo en el que más he durado, un año para ser exacta. Comencé medio tiempo cuando estaba en el colegio.
— ¿Y eso qué?
—Que me debe una liquidación —la rabia se me subió a la cabeza, aparte de que me humillo, no dijo nada de lo que me corresponde.
—Oye, Mónica... —comenzó a decir, pero ya yo estoy caminando, casi corriendo hacia la tienda.
A penas siento a Regina detrás de mí y no presto atención, porque cuando llegue a mi destino, no pasó más allá de la puerta. La oficina del "jefe" está al final de un pasillo largo y oscuro. Al llegar a la puerta solo sentí una voz profunda y con un acento italiano.
— ¿Así que no me vas a dar lo de este mes? Robert...
—Yo.... —comenzó a decir, tiene un hilito de voz nervioso.
— ¿Tú? —Inquirió la voz— ¿Sabes lo que pasaría si me quedas debiendo y no pagas?
—Te pagaré el próximo mes, éste y el que viene.
De repente, hubo un silencio, uno perturbador, seguido de unos pasos, unos que vienen hacia.... La puerta se abrió. Un hombre bastante guapo como de 18 años, con boca carnosa, ojos verdes profundos y nariz respingada está haciendo sonar su zapato ante mi cara. A pesar de ser hermoso es espeluznante.
—Así que ¿Qué tenemos aquí? —me hizo señal para que pasara. Renuente e intimidada le obedecí.
— ¿Quieres mandar un espía a la policía?
El señor Marshall lo miro, parece confundido.
—Yo no....
—Es una niña y pones su vida en riesgo. Pero qué irresponsable —ahora la mirada del hombre está sobre mí.
¿Mi vida? ¿Pero en qué está metido Marshall? Me hinche de valor o más bien de impulsos estúpidos y exclamé —: Óyeme, —clave mis ojos marrones en el hombre— Yo no sé qué te traes con éste. —Le lance una mirada despectiva a mi ex jefe— Pero conmigo no te metes, mi nombre es Mónica, no niña. Estoy aquí de pura casualidad y en busca del dinero que este hombre me ha negado. Así que a mí me sacas del paquete, —me puse a su altura, subiendo ligeramente en las puntas de mis pies. El hombre me observa con una ceja levantada mientras agrego —: Niño.
Hubo un minuto de silencio y una atmósfera fuerte entre el chico y yo. Marshall nos mira temblando desde la parte trasera de su escritorio marrón claro. Y así como así, el hombre soltó una carcajada.
—Tienes agallas, chica. Acompáñame.
Lo mire estupefacta.
—No voy con usted a ningún lado.
Él se encogió en hombros y me tomo en brazos. Puso mi abdomen en su hombro derecho en un segundo. Comencé a patalear mientras salimos por la puerta de atrás de la oficina del señor Marshall para aparecer en un callejón. Justo a mi derecha está una limusina negra esperando.
— ¡Qué me sueltes, imbécil! —expresé a los cuatro vientos, una y otra vez. Arañe y mordí, pero el hombre no se inmuto. Y entonces, me metió en la parte de atrás del auto.
— ¡Esto es un secuestro! —grité tantas veces como mi garganta me dio. Pero estoy sola en un auto desconocido, con aquel hombre hermosamente temible y Dios, si es que existe.
— ¿Adónde me llevas? —pregunté entre un grito y un paro cardíaco, pero no obtuve respuesta. Pienso en mi madre, solo somos ella y yo. Sé que se preocupará si llego tarde. En Regina y en qué hará cuando no salga.
¿En qué te metiste?
Y así como arrancó, el auto se detuvo. La puerta está cerrada, probé abrirla en el camino. No obstante el hombre le abre y me ofrece ayuda para bajar. ¿Pero qué...? ¿Tiene la cara de ofrecerme su mano para bajarme?
— ¿Dónde estamos?
—Solo baja, Mónica —separo en silabas mi nombre.
—No bajaré sin saber dónde estoy.
—Estás en la casa en la que trabajarás —dijo rodando los ojos, en un gesto que me recordó a Regina.
— ¿En dónde? ¿Quién eres?
—Serás la niñera de Mileto Cappone.
¿Cappone? ¿Ese no es el apellido de la principal mafia del estado? Si no es del país. Eso dicen los periódicos, que anuncian al más buscado: un hombre que describen como astuto y aterrador, Misael Cappone.