Al comprender la gravedad del asunto, no he podido hacer otra cosa que quedarme paralizada. No dejaba de preguntarme ¿Estos tipos me mataran y no encontrarán nunca ni mis cenizas?
—Entonces ¿vas a quedarte ahí? —preguntó el italiano mirándome con impaciencia.
— ¿Tengo opción?
—No —dijo encogiéndose en hombros y tomándome por la mano.
Estoy frente a una casa inmensa. Hay pilares blancos en frente, cuatro para ser exactos. Sostienen un porche con pisos en madera. Luces en neón lo iluminan, haciéndolo parecer elegante. La puerta principal es enorme, de madera y gruesa.
—Yo...
—Tu madre pensará que fuiste con tu amiga de viaje. Mi hermana te prestara de su ropa vieja y...
¿Quien se cree éste para manejar mi vida? Siempre he pensado, que solo yo puedo mover los hilos invisibles y el grafito que escribe mi destino. Nadie va a venir de buenas a primeras, a decirme que debo hacer. Solo puedo asegurarme de que todo vaya bien, o mal, pero siempre como tiene que ir.
—Tengo ropa en casa para ponerme y créeme que no necesito ropa vieja. Aparte, no he solicitado trabajo en ninguna palabra que te he dicho. Solo pido irme de aquí.
—Bien —se encogió en hombros. Comienzo a pensar que es su gesto más utilizado o un tic nervioso—. Entonces, te arriesgaras a perder la vida.
— ¿Cómo? ¿Qué dices? —exclamé sin dejar notar la inseguridad que labró en mí.
—Robert ya te cree trabajadora de nuestra familia —dijo despreocupado— Y él, bueno... No es quién crees. Ya se debe saber en los bajos fondos que tú eres un nuevo punto débil en la familia. Te intentarán sacar información y como sabes...
—Deja de meterle miedo a la nueva amiga, Connor —articuló con calma un hombre de cabello entrecano que baja las elegantes escaleras con un paso seguro. Esas escaleras que me voy percatando, están ahí. Él fuma un tabaco y lleva un traje con su corbata celeste a juego con sus ojos.
—Padre —dice con respeto el joven, este ha de ser... ¡Oh por dios!
—Así que esta es la señorita de la que me hablaste por teléfono —me examina de arriba hacia abajo, sosteniendo su habano en la boca—. Se ve con carácter, sí.
—Escuche, señor, yo no...
— ¿Te hablaron de la paga? —pregunto el hombre, sacando una chequera y un bolígrafo del saco.
—Señor, yo solo deseo retirarme —pero entonces, el hombre me mostró un cheque con el cual los ojos se me salieron de las órbitas.
Nunca me ha importado el dinero. Sin embargo con esto podré pagar la escuela de arte y ahorrar. Lo consideré un poco, pero al mismo tiempo pensé en mi madre. De igual manera, poder decidir es complicado porque los hombres los hombres me miran expectantes.
—Yo no sé si sea conveniente...
—Patrañas —dijo el hombre poniendo su brazo en mis hombros. Connor, quien me entero es su hijo, endureció la mirada—, te acostumbrarás. Las empleadas aman trabajar con nosotros, somos buenos jefes.
—Pero, debo pensar bien las cosas, mi madre...
—Protegeremos a tu madre —dijo Connor en tono severo.
—Le mandaremos una cantidad diaria —ambos parecen desesperados. No comprendo bien porqué, aunque en ese instante, se escucha algo rompiéndose arriba. Así como yeso cayendo del techo.
El señor mayor cierra los ojos y respira profundo, al tiempo que Connor masculla —: El demonio.
Un pequeño de cabello castaño y ojos cafés, asoma la cabeza por el hoyo del techo con una sonrisa de suficiencia. Afortunadamente, cayó cerca de la puerta y no en nuestras cabezas.
— ¡Mileto! —se oye la voz de una mujer que me hiela la sangre.
— ¿Regina? —pregunto con asombro. A ella parece que se le hubiese aparecido el fantasma de la ópera.