Las flores descansan sobre el escritorio. Su aroma evoca algo más que un sentimiento de tristeza, traen a colación la frustración de no saber cómo, ni porqué están en mi habitación. Lo aprendí con una semana en esta casa es que no tengo necesidad de enemistarme con Mileto. Desde que jugué fútbol con él en el patio de atrás, nuestra relación se volvió soportable. Pero no comprendo aún su fría coraza de orgullo, ni tampoco entiendo porque la construyó. No necesariamente se necesita que algo malo pase en la vida para levantar muros, tapar las cicatrices o más bien protegerlas de que alguien más te las vea. Pero sí se necesita algo trascendental, algún cometa que pase por tu universo y deje algo más que frío, escarcha y soledad. Mi muralla de orgullo la levanté por malos recuerdos, memorias