Estaba lloviendo cuando tres golpecitos en la puerta me anunciaron la visita de alguien a casa. Dejé los aliños del guisado de vegetales a medio cortar para acudir a la entrada, al abrir me encontré con Polly, quien llevaba un plato de vidrio blanco abarrotado de carne cruda en sus manos. Arquee mis cejas esperando que la mujer hablara porque realmente no me esperaba su visita, pero no lo hizo, se mantuvo en silencio, mirándome como si fuese alguna extraña. —¿Y bien? —rompí el silencio aburrida. Eran más de las dos de la tarde y aún no había comido, mi estomago rugía aclamando alimento. Polly sacudió su cabeza y por fin habló. —Ellos están aquí. —Ay, Polly, mejor váyase. No me venga de nuevo con ese cuento... —Ni siquiera sé porqué te advierto. —Gruñó irritada.— No eres nada para mí,