Capítulo 5: Destinos Entrelazados

1921 Words
A la mañana siguiente, partí rumbo a Nueva York, hogar de la distinguida familia Evans, una familia que siempre había fascinado mi imaginación. Al fin llegué a mi destino y me encaminé hacia la imponente mansión de los Evans, donde había compartido muchos años de mi vida. Al contemplar desde afuera el majestuoso patio frontal, rememoré los días de juegos con mis hermanas y mi intratable prima, Grace Anderson. Me acerqué con cautela a la puerta principal y lo primero que divisé fue a mi madre reposando en el porche, deleitándose con los cálidos rayos del sol. Con los ojos cerrados, parecía sumida en sus pensamientos mientras me aproximaba en silencio y la observaba detenidamente. Un suspiro escapó de sus labios cuando me percibió. —Solo tu padre me observa con tal devoción, pero me alegra que mi hijo pródigo haya regresado a casa —pronunció, sin abrir los ojos. —¿Cómo supiste que era yo? —inquirí, acercándome mientras ella extendía su mano para acariciar mi mejilla. —Una vez fui ciega y aprendí a reconocer la presencia de quienes amo solo con escuchar sus pasos o su respiración, mi pequeño Jr. Vi cómo mi madre abría lentamente los ojos y se aproximaba para darme un beso en la mejilla. —¿Cuándo dejarás de usar lentes de contacto? Tus ojos son realmente hermosos sin necesidad de cambiarles el color. ¿Cuánto tiempo te quedarás? —me bombardeó con preguntas a las que no deseaba responder. —Solo estaré unos días, vine a ver a Demián —respondí, acercándome aún más a ella. —Es tu padre, ¿no puedes simplemente llamarlo "papá" o "padre"? —señaló, mientras me estudiaba con las manos entrelazadas. —No. ¿Dónde está? —pregunté, ansioso por más respuestas. —Está en su consultorio. ¿Volveré a verte más seguido? —inquirió mi madre con una chispa de esperanza en sus ojos. —No lo creo, madre. Te prometo que te llamaré más seguido, pero ahora debo irme —me despedí, dándole un beso en la frente. —Eres igual de arrogante que Damián, por eso chocan tanto. Pero a ambos los amo con todo mi corazón —susurró mi madre con ternura. —También te amo, madre. Te llamaré pronto. Me alejé de mi madre y me dirigí hacia mi automóvil para ir al consultorio privado de mi padre. Necesitaba saber qué había hablado con Andrea. No tardé mucho en llegar y entré sigilosamente sin hacer ruido. Mi padre estaba sentado en su silla, atendiendo a sus pacientes mientras un hombre y una mujer ocupaban los asientos a cada lado. —Esta es una sesión privada. Espere su turno —pronunció el hombre, mientras mi padre ajustaba sus lentes y su mirada se posaba en mí. —No me interesa —dije con desdén, caminando y sentándome en medio de ellos. —¿Esto es una broma? —exclamó la señora, una mujer hermosa que llevaba un anillo de matrimonio en el dedo anular, similar al del hombre a su lado. —Espera afuera —ordenó mi padre. Ignoré su petición y me dirigí directamente a la pareja. Miré fijamente a la mujer y le pregunté de manera directa. —¿Qué te hizo? Supongo que te engañó. La mujer asintió, y una sonrisa cínica se dibujó en mi rostro. —Vaya, le he atinado —dije con satisfacción. Mi mirada se posó en el hombre, quien mantenía la cabeza gacha. —¿Por lo menos estaba mejor que tu esposa? —inquirí, provocando una reacción. El hombre levantó la vista y me enfrentó con expresión desafiante. —Esto es una sesión privada —replicó con firmeza. Decidí hacer caso omiso y me centré de nuevo en la mujer, ansioso por conocer más detalles sobre su situación. Mientras mi padre me observaba desde el otro lado de la habitación, me acerqué lo suficiente a la mujer como para sentir su aliento mezclarse con el mío. —Si te engañó, engañalo también. Pero necesitas algo mejor, este tipo no vale la pena. Déjalo y tal vez podamos compartir una noche —dije con una sonrisa burlona, dejándola visiblemente desconcertada. La mujer se ruborizó y, en ese momento, sentí el tirón del hombre, que me alejó bruscamente de ella. —¿Cómo te atreves a hablarle así a mi mujer? ¿Qué derecho tienes? —gritó furioso, alzando los puños en señal de amenaza. Su reacción solo provocó que mi risa egocéntrica se intensificara. —Tengo el mismo derecho que tú al engañarla. Tu mujer está muy bien y no me importaría divertirme un rato con ella —respondí con desdén, sin mostrar preocupación alguna por la violencia que se gestaba. El esposo, claramente enfurecido, intentó golpearme, pero lo bloqueé con facilidad utilizando mi antebrazo y lo arrojé contra el sofá. En medio del altercado, tomé su teléfono celular y lo apreté contra su cuello. Hundí el dispositivo tan profundamente que la pantalla estalló, provocando un charco de sangre que comenzó a extenderse por el suelo. Me aparté del hombre, satisfecho al ver cómo se desvanecía en medio de aquel charco carmesí. —Qué rápido desaparece la gente hoy en día —murmuré con una sonrisa maliciosa. Dirigí mi mirada hacia mi padre, quien con un gesto indicó a la mujer que había salido corriendo hacia la puerta. —Deja que se vaya, no he venido a matar gente, solo a hablar. ¿Dónde está Andrea? —pregunté, exigiendo respuestas. Mi padre suspiró con arrogancia antes de responder. —Por lo visto, te dejó. ¿Y cómo te hace sentir eso? No tenía tiempo para sus juegos mentales. —No soy uno más de tus pacientes, así que dime dónde demonios está mi mujer —repliqué con enojo, harto de sus manipulaciones. —Esa mujer era una oportunista, seguro ya se fue con su amante —respondió él, despreciando a Andrea sin remordimiento alguno. Aquello no tenía sentido para mí. ¿Cómo era posible que ella tuviera un amante y yo no lo supiera? —No puedo creer que tú lo sepas y yo no. ¿Qué clase de hombre soy? —exclamé indignado. Mi padre mostró indiferencia mientras hablaba. —No me sorprende que no te hayas dado cuenta. Estabas demasiado entregado a ella. Solo estaba interesada en el dinero, y tú se lo dabas todo. Nunca te amó. Tienes que superar esto. No tengo ni idea de dónde está ahora, pero si me buscó, fue porque quería dinero y se lo di. Aun así, te dejó —concluyó con su habitual tono de superioridad. Sentí una mezcla de frustración y enojo. Las palabras de mi padre eran difíciles de soportar. —Deja de entrometerte en mi vida. Si quiero estar con ella y compartir mi riqueza, es asunto mío, no tuyo —exclamé, mostrando mi desprecio por su constante intromisión en mis asuntos. Mi padre me miró con desdén y pronunció unas palabras que marcarían el fin de nuestra relación. —Nunca pensé que terminaría teniendo un hijo tan idiota. El odio y la ira me abrumaron por completo. Me levanté, salí de su consultorio y cerré la puerta con furia. Odiaba todo lo que mi padre representaba, odiaba ser el hijo de Damián Evans. En mi camino, me encontré con la mujer que había salido corriendo del consultorio y, sin dudarlo, la atropellé con mi auto. Ella quedó inconsciente y, sin pensarlo dos veces, la llevé a mi vehículo. La llevé a uno de mis apartamentos en la ciudad y, después de unos minutos, finalmente despertó. —¿Dónde estoy? Tú... —balbuceó la mujer, confundida. No le di oportunidad de decir más. Me acerqué a ella, le quité las gafas y la atraje hacia mí, besándola apasionadamente. Sorprendentemente, ella respondió. Sin perder tiempo, la despojé de su ropa y comenzamos una unión apasionada. Exploramos diversas posiciones, cada una más intensa que la anterior, y cada gemido de placer que escuchaba, alimentaba mi ira al imaginar a Andrea en brazos de otro hombre. Al final, la asfixié con fuerza y sin piedad, simplemente porque así lo deseaba. El silencio de la noche envolvía la habitación, apenas interrumpido por el suave zumbido del aire acondicionado. El cuerpo sin vida de la mujer yacía a mi lado, como una sombra oscura en medio de la penumbra, su rostro ahora inexpresivo, en contraste con la pasión que había mostrado minutos atrás. Me aproximé a la ventana, dejando que la tenue brisa nocturna acariciara mi rostro mientras mis ojos se deslizaban por las páginas del informe que Gerald me había enviado sobre la familia Rubalcaba. Aquella pausa en mi búsqueda de Andrea era necesaria, pero no podía evitar encontrar placer en estos pequeños «divertimentos» que me brindaban poder y control sobre los demás. El informe revelaba detalles sobre la familia Rubalcaba, comenzando por la madre, una mujer de semblante serio, dedicada a un trabajo de medio tiempo. Aunque quizás no resaltara en su labor, su rostro reflejaba la determinación de alguien que luchaba por sacar adelante a los suyos. El abuelo, por otro lado, era retratado como un lúcido paralítico, con su mirada perdida en el horizonte como si contemplara un mundo distante e inalcanzable. Sus fotografías mostraban la huella del tiempo y la resignación marcada en sus rasgos. Pero fue la figura de Eva Rubalcaba la que atrajo particularmente mi atención: una estudiante de administración de empresas. Según el informe, era una joven sociable, rodeada de numerosos amigos y con una vida social activa. Detuve mi mirada en su fotografía, dejándome cautivar por el parecido sorprendente con Andrea. Era como contemplar a una versión más joven de ella misma, lo que despertó en mí la intriga y la esperanza de que Eva pudiera tener algún conocimiento sobre el paradero de Andrea. Decidí que necesitaba más información sobre Eva Rubalcaba, así que llamé a Gerald para darle instrucciones. —Gerald, necesito más detalles sobre Eva Rubalcaba. Quiero saber a qué universidad asiste y su dirección. Lo quiero todo en menos de cinco minutos —ordené con firmeza, notando la eficiencia en su tono de voz al decir «Sí, joven». En menos de cinco minutos, recibí un mensaje de Gerald con la información que necesitaba. Su rapidez para obtener los datos era admirable. Me encontraba nuevamente en la misma habitación donde había dejado el cadáver a mi lado. La mañana siguiente sería crucial; volvería a mi ciudad con un plan en mente. Esta vez, Andrea no se me escaparía. Aunque Eva no fuera ella, su mera semejanza con mi amada era suficiente motivo para poner fin a esa mujer. Aproveché la serenidad de la noche para reflexionar sobre mis pensamientos y trazar mi estrategia. Las luces de la ciudad destellaban en la distancia, mientras mi mente se llenaba de imágenes de Andrea: su sonrisa y su mirada llena de vida. No permitiría que nadie más se interpusiera en nuestro camino. Pronto, la historia de Andrea y yo tomaría un giro inesperado, un desenlace que marcaría nuestras vidas para siempre. Al despertar la mañana siguiente, me sentía revitalizado y listo para llevar a cabo mi plan. La determinación llenaba cada fibra de mi ser, dándole sentido a cada paso que daría. Me gustaba jugar un poco antes de deshacerme de mi presa. Comencé el viaje de regreso a mi ciudad. No había tiempo que perder; Andrea me esperaba, y no permitiría que nadie más se interpusiera entre nosotros dos. Esta vez, el destino estaba de mi lado.
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