En el abismo de mis sueños, reviví la escena una y otra vez.
Los hombres vestidos de n***o, con actitud despiadada, tenían a mi padre arrodillado, su mirada estaba fija en mí.
Juré ver una lágrima escapar de sus ojos mientras aguardaba su destino incierto.
Cuando finalmente emergí de las profundidades de la inconsciencia, me encontraba de vuelta en casa, tendida en mi propia cama.
Mi madre estaba frente a mí, con la preocupación marcada en su rostro.
La abracé con fuerza, sintiendo el alivio de su presencia y el peso de la realidad desvaneciendo el horror de mis sueños.
La imagen de mi padre aún me atormentaba, pero poco a poco me di cuenta de que todo había sido un sueño.
La escena macabra, la casa en desorden, las deudas abrumadoras de mi padre, todo era producto de mi mente turbada.
—¿Qué pasa, cariño? ¿No te fue bien en algún examen? —preguntó mi madre, acariciando mi cabello con ternura.
—Mamá, ¿y el abuelo? ¿Dónde está papá? —inquirí, confundida y aún aturdida por las imágenes persistentes que se resistían a desvanecerse por completo.
La mirada de mi madre reflejaba desconcierto, sin comprender mis palabras.
—Tu padre me llamó esta mañana. Dijo que había salido de viaje por trabajo, por una tarea imprevista. Sabes cómo es su empresa, siempre tan exigente. A veces lo envían a otros estados sin previo aviso. Casi no tiene tiempo para estar con nosotros, pero ya ni quiero que trabaje allí. Tu abuelo está descansando. Lo llevé hoy a su chequeo médico y todo salió bien, aunque quedó un poco agotado.
La incredulidad se apoderó de mí.
¿Mi padre estaba de viaje, como si nada hubiera ocurrido? Entonces, todo lo que había experimentado había sido un sueño, una pesadilla angustiante que había cobrado vida en mi mente.
Cerré los ojos con fuerza y respiré profundamente, agradeciendo el alivio de haber despertado de aquel tormento. Pero, a pesar de haber dejado atrás la pesadilla, una pregunta seguía atormentándome: ¿qué significaban esos sueños? ¿Acaso encerraban alguna verdad oculta que mi mente intentaba comunicarme?
—Mi amor, ve a darte un baño para que puedas bajar a comer algo. Debo ir a trabajar, tengo turno nocturno hoy —asintió mi madre, preocupada por mi aparente fatiga.
La vi alejarse de mi habitación y me puse de pie, sintiendo un dolor punzante en la cabeza que me hacía tambalear.
Me dirigí hacia el espejo, examinando mi apariencia en busca de algún rastro del desasosiego que me había atormentado en mis sueños.
El recuerdo de aquella experiencia seguía tan nítido en mi mente como si hubiera sido una vivencia real. Me resultaba extraño cómo algo ficticio podía afectarme tanto emocionalmente.
Tomé mi celular y decidí llamar a mi padre para verificar que todo estuviera bien. Sin embargo, al marcar su número, el teléfono no emitió ningún tono, y en su lugar, el contestador grabó el mensaje:
«Por el momento no puedo contestar, deja tu mensaje, pero si eres mi hermosa hija, come todas tus verduras, te amo».
La voz de mi padre resonaba en mis oídos, pero también percibía una nota de tristeza.
Unas lágrimas escaparon de mis ojos mientras intentaba llamar una vez más, anhelando escuchar su voz y confirmar que todo había sido solo un sueño.
«Por el momento no puedo contestar, pero si eres mi hermosa hija, come todas tus verduras, te amo» repetía la grabación en cada intento.
Solo deseaba confirmar que todo había sido producto de mi imaginación, que mi padre estaba bien y que ninguna de las horribles imágenes que había visto era real. Sin embargo, la ausencia de respuestas solo aumentaba mi angustia.
Decidí darme una ducha para intentar calmar mi mente agitada.
A medida que el agua caía sobre mi cuerpo, el estrés y la tensión parecían desvanecerse temporalmente. Sin embargo, un gran vacío seguía presente en lo más profundo de mi ser.
Necesitaba escuchar la voz de mi padre, sentir su presencia y tener la certeza de que todo estaría bien.
Cuando terminé la ducha, me envolví en una toalla y bajé las escaleras.
Para mi sorpresa, no había ni una sola mancha de sangre, los cuadros estaban perfectamente colocados en sus lugares habituales. Cautelosamente, inspeccioné cada rincón de la casa, encontrando todo arreglado e incluso en mejor estado que en mucho tiempo atrás. Este arreglo repentino y meticuloso solo aumentaba mi confusión.
Al llegar a la planta baja, encontré a mi madre en la cocina preparando la comida. Me acerqué a ella sosteniendo la correspondencia que había llegado.
—Mamá, llegó correspondencia —mencioné tomando asiento frente a ella.
Ella levantó la vista de sus quehaceres y sonrió, agradeciendo mi gesto.
—Seguro son más facturas —dijo con una leve tristeza en su voz. —Debo tres tarjetas de crédito, no sé en qué se gasta tu padre su sueldo. Pronto llegarán tus gastos universitarios con todos los trámites para tu certificado y la graduación.
Traté de reconfortarla, preocupada por su situación financiera.
—Mamá, no te preocupes. ¿Has intentado hablar con papá? Lo he llamado pero me lleva directo al buzón.
Asintió con una expresión de preocupación en su rostro.
—Sí, ya te dije que hablamos esta mañana. Me comentó que estaría en un lugar donde no hay mucha cobertura telefónica, que me llamará cuando encuentre un buen lugar para comunicarse.
No sé por qué no me siento tranquila.
Comenzamos a comer en medio de un silencio incómodo.
Mi madre guardó un poco de comida para darle al abuelo cuando despertara.
Mientras tanto, ella comenzó a revisar la correspondencia, una tras otra, todas facturas: la cuenta del cable, la luz, el gas y quién sabe qué más.
Mi madre mantenía con una calculadora en la mano, repasaba meticulosamente cada factura, tratando de encontrar una solución a nuestros problemas financieros.
La tensión en la habitación era palpable, y buscando aliviarla, decidí proponer encontrar un empleo para ayudar con los gastos.
—Buscaré trabajo, mamá. Así no tendrás que cargar con todas estas facturas —mencioné, esperando aliviar su carga.
Sin embargo, ella negó con la cabeza con suavidad y colocó una mano sobre la mía.
—No, Eva, quiero que te concentres en tus estudios. Tu educación es lo más importante en este momento. Después podrás trabajar. No quiero que te distraigas ahora —dijo con ternura, transmitiendo su preocupación por mí.
Aunque agradecí su apoyo, sentí una presión abrumadora por cumplir con sus expectativas y alcanzar el éxito académico que tanto deseaba. Apenas estaba en el primer semestre de la universidad y aún quedaba un largo camino por recorrer antes de graduarme.
Durante las cuentas, mi madre notó un sobre sin remitente entre la correspondencia. Su expresión de sorpresa y desconcierto me intrigó, así que me acerqué para ver qué llamaba su atención.
—¿Qué pasa, mamá? —pregunté con curiosidad mientras ella examinaba el sobre.
Con gesto perplejo, mi madre confirmó que el sobre no tenía remitente. La precaución se apoderó de mí de inmediato, sugiriendo que no lo abriéramos hasta conocer su origen.
—Será mejor que no lo abras —le sugerí, consciente de lo desconocido y potencialmente peligroso que podía ser.
Asintiendo en acuerdo, mi madre dejó el sobre junto con las demás revistas sin leer en el recibidor.
El resto de la comida transcurrió en silencio, ambas sumidas en nuestros propios pensamientos y preocupaciones.
La incertidumbre llenaba el aire, y anhelaba con todo mi ser que mi padre pudiera comunicarse pronto, trayendo consigo la calma que tanto necesitaba.