Dicho eso, estampó una fuerte palmada en el trasero del animal, dando paso a un relinchar que ensordeció mis oídos. El caballo comenzó a correr sin detenerse, el aire brotó con fuerza de mi boca y la brisa azotó con fuerza mi debilucho cuerpo. Sentía el corazón en los oídos, un temblor atravesar cada fibra de mi piel y un dolor entre mis muslos, por el rítmico golpeteo de la silla contra mis piernas. No me atreví a mirar atrás por miedo a terminar desnucada al desplomarme de ese salvaje animal. La presión de la gravedad debilitaba mis piernas y adormecía mis manos. Miedo real resonaba en cada latido de mi corazón. Creí que moriría cuando el animal giró a la izquierda y corrió a mayor velocidad por el terreno baldío. No sabía a dónde iba; nos perdíamos entre los sembradíos que dejábamos at