Rodé sobre mí mismo, bostecé e intenté bloquear el resplandor del sol filtrado por las grietas del tejado. Con dificultad abrí los ojos y logré distinguir un par de piernas enredadas entre la manta roja que guardaba para situaciones esporádicas en la parte trasera de la camioneta. Lo único que quedó descubierto, después de un par de vueltas durante la madrugada, fue su delgada e impoluta espalda al aire libre; una espalda que besé hasta el cansancio y sobre la cual conté cada una de las pecas que la adornaban. Miré alrededor y observé el heno, las sillas de montar y una mohosa madera, dejadas por mi querido amigo varios meses atrás. Charles me pidió que guardara un lote de madera en una de las esquinas del granero durante más de un año. El propósito de la madera se vinculaba con la separa