Capítulo 3.2

1861 Words
La niña se retiró los zapatos y los colocó a un lado de la puerta, ya que la casa era tan pequeña que no contaba con un recibidor de visitas como había en la suya. Shiro de inmediato se acercó a ella y puso en el suelo, enfrente de la niña, un par de sandalias, que eran demasiado grandes, para que las calce. Kazumi miró los pies descalzos del muchacho y supo que le estaba ofreciendo sus sandalias para que no tuviera frío al caminar sin zapatos. Ella se las colocó y luego le agradeció con una reverencia y unas palabras: «Tenía razón, eres cálido como el sol y dulce como la miel». Shiro se esforzaba por no demostrar lo feliz que estaba al escuchar tan bonitas palabras que le ofrecían con esa tierna voz, y Reiko sonreía al ver a su amigo tan contento, algo que desde que su madre partiera de este mundo no había notado. La madre de Reiko, Maeko san, salió de la pequeña cocina con un gran tazón de ramen. Tras saludar a la invitada de su hija, le pidió que los acompañara a cenar, cosa que la niña aceptó, pero primero debía avisar a su chofer y guardaespaldas para que ellos fueran a hacer lo mismo. Después de terminar la deliciosa comida, Kazumi volvió a agradecerles por acogerla en su hogar y ser tan buenos con ella y prometió que la próxima vez que los visitaría ella se encargaría de llevar la cena. A Shiro le encantó escuchar que Kazumi volvería, ya que toda la velada se la pasó observando cada movimiento de la niña. El muchacho había sido flechado, fue amor a primera vista, y estaría mal si él no fuera tan o más inocente que ella, ya que a sus dieciséis años Shiro no conocía de maldad y era muy pudoroso, por eso el encanto de una inocente niña lo cautivó. Cada semana Kazumi visitaba a Reiko, Maeko san y Shiro en la casita donde vivían. Con ayuda del chofer y guardaespaldas compraba la comida que llevaba para que los cuatro cenaran. Mientras que la madre viuda y la amiga preparaban algo más para complementar la cena, Shiro le pedía ayuda a la niña prodigio con su tarea de Matemáticas, ya que estaba en el segundo año de secundaria superior y, según él, se le complicaba un poco entender los problemas de geometría y trigonometría. Para ella no era un problema enseñarle a su nuevo amigo, pero Reiko siempre le ofrecía una mirada desaprobatoria a Shiro, algo que al principio lo hacía sentir mal, pero luego ya no le importaba. Así esos dos empezaron a tratarse y a estimarse mutuamente, a conocerse y entablar una fuerte amistad. El año escolar siguió su curso y llegó a su fin con el inicio nuevamente de la primavera. Shiro aún tenía un año más que estudiar para terminar la escuela, mientras que Reiko y Kazumi estaban a la espera de los resultados de sus promedios para saber a qué universidad asistirían. La niña prodigio obtuvo un ponderado nunca antes visto y eso hizo que el Gobierno Japonés, a través del Ministerio de Educación, le propusiera estudiar la carrera que ella quisiera en la mejor universidad de todo el país: la Universidad de Tokio. Kenzo pensó que su hija elegiría Economía, para de algún modo trabajar en la empresa familiar mientras conseguía esposo, pero Kazumi decidió estudiar Medicina, y con eso alejaría por completo a su padre de ella. En el caso de Reiko, la joven había participado en un programa de becas para estudiar en el extranjero, ganando una que la llevaría a Italia, a la ciudad de Nápoles, a estudiar Arquitectura. Ante la noticia de que Reiko tenía la posibilidad de estudiar una costosa carrera completamente gratis, ofreciéndole un lugar donde vivir y tres comidas al día, más un bono para gastos personales, Maeko san decidió vender todo lo que tenía para ir junto a su hija a vivir esa nueva aventura, ya que Reiko era lo único que le quedaba en la vida y no quería dejarla sola. Lo malo de tomar esa decisión era que Shiro se quedaba solo, sin quien lo acogiera, cuando aún no tenía la edad suficiente para aplicar a un empleo formal, ya que debía terminar la escuela para hacerlo, aunque aún fuera un menor de edad para la ley japonesa, ya que se es mayor e independiente al cumplir veinte años. Maeko san le prometió a Shiro que no se quedaría solo, que hablaría con una buena conocida para que lo alojara y alimentara a cambio de una paga, ya que el jovencito hacía pequeños trabajos los fines de semanas en algunos negocios de Kabukicho, cuyos dueños conocían su historia de orfandad y así buscaban apoyarlo para que saliera adelante. Kazumi también le prometió que seguiría yendo a buscarlo y que le invitaría a cenar seguido. Esto último era lo que más quería: seguir viendo a la niña prodigio que se había robado su corazón. Shiro no quería alejarse de ella, dejarle de hablar, ya que quería verla crecer y tener la oportunidad, cuando ella ya sea una mujer, de decirle todo lo que sentía por ella, y mantenía la esperanza de que ella respondiera favorablemente a sus sentimientos. Una semana antes de que Maeko san y Reiko partieran hacia Nápoles, la viuda llevó al muchacho a conocer a quien le ofrecería alimento y cobijo hasta que pudiera conseguir un trabajo estable que le permitiera mantenerse y ser independiente por completo. Yumei Takahashi era el nombre de la mujer a la que Maeko san le había hablado de Shiro para que lo ayude por un año. Al compartir el nombre de la difunta madre del muchacho, tanto él como Maeko san pensaron que sería una acertada decisión dejarla encargada de él, algo que no sería así. Yumei significa sueño, pero para Shiro esa mujer se convertiría en su peor pesadilla. Cuando Yumei Takahashi vio al joven Shiro Morita, con apenas diecisiete años, despertó en ella el deseo por él. Takahashi san era una joven viuda que, al igual que Maeko san, no llegaba a los cuarenta años. Maeko san la conocía por ser la “mama” o encargada de un snack en Kabukicho, como se les llama a esos negocios en los que los hombres van a beber y platicar entre ellos, comiendo algunos aperitivos que la mama preparaba u ofrecía, como calamar seco, pero en realidad ese negocio era solo una fachada, ya que ahí jalaba a los hombres para que luego fueran a un motel en donde los esperaban las prostitutas que contrataban. Al estar por tantos años en esa vida mundana, Takahashi san se desvirtuó, y al haber quedado viuda y sin hijos a los veintiocho años, calmaba sus ganas de tener un hombre entre sus sábanas ofreciéndose ella misma a aquellos clientes que llamaran su atención. Shiro, además de tener unos llamativos ojos, era un muchacho atractivo. A sus diecisiete años superaba el 1.80 m y lucía atlético por andar de trabajo en trabajo, muchos de los cuales le exigían levantar pesadas cargas que hacían que sus músculos se desarrollen y definan, marcando tentadoramente diferentes zonas de su juvenil cuerpo. Sus facciones eran finas y varoniles, su cabello, el cual lo llevaba largo hasta el mentón, caía con unas finas hondas entre las cuales se escondía su bonita y exótica mirada. Además, era un poco tímido y reservado, algo que le agradó a Takahashi san, ya que sería fácil de dominar y manejarlo a su antojo. Tras irse Reiko y Maeko san al aeropuerto, Shiro caminó con sus pocas cosas hacía la austera vivienda de Takahashi san. El jovencito solo tenía consigo un bolso para el mercado con algo de ropa, que aparte de sus uniformes de la escuela eran dos pares de pantalones, unos cuatro polos, una bufanda y una casaca, además de algunas piezas de ropa interior que no llegaban ni a la media docena. En otro bolso llevaba sus zapatos, los cuales eran un par de deportivos y unos de color n***o para el colegio, un par de deportivos que calzaba los fines de semana mientras trabajaba y las sandalias, las cuales usaba para andar por casa y cuando se bañaba. Además de esos bultos llevaba su mochila en donde cargaba sus cuadernos y libros de la escuela. Cuando murió la madre de Shiro los prestamistas a los que había recurrido para costear algunos gastos que no podía enfrentar al dejar de trabajar por el cáncer de mamas que padeció, el cual era muy agresivo y fue descubierto en etapa terminal, se cobraron arrebatándole al pequeño de diez años que quedaba en orfandad todos los enseres que tuvieran algo de valor que había en su pobre vivienda. Lo único que pudo rescatar fue una foto de su madre, una en la que se veía el mar detrás de ella, en donde la recordada progenitora lucía muy joven y sonreía con amor porque el padre de Shiro fue quien estaba al otro lado de la cámara captando ese momento en el que, de seguro, le pareció que ella era la mujer más hermosa del mundo, algo que también pensaba Shiro hasta que conoció a Kazumi. Esa foto, que guardaba entre las hojas de un poemario que a su madre le gustaba leer, la llevaba siempre consigo, así como las rimas, algunas alegres, otras tristes y muchas románticas, que su madre amaba recitarle desde que era un bebé. Shiro estaba muy nervioso. Se detuvo enfrente de la puerta de entrada de la vivienda de Takahashi san. Aferrando fuertemente sus manos a las asas de las bolsas y mochila en donde llevaba sus pocas pertenencias, sintió la necesidad de alejarse de ahí, como si algo le dijera que no se acerque a ese lugar, a esa mujer. Por varios minutos se quedó parado sin hacer nada, debatiéndose si debía o no avisar sobre su presencia al golpear la vieja y muy maltratada puerta. Al final decidió que mejor era irse, pero antes de que pudiera dar el primer paso, el cual era decisivo y necesario para que en él aparecieran las ganas de no dejar de andar, alejándose de aquella propiedad, de aquella mujer y de todo lo que sufriría posteriormente, Takahashi san abrió la puerta. Al ver a Shiro cargando sus cosas lo invitó a entrar, y este ingresó sin tomar en cuenta lo que su intuición le alertaba. El jovencito estaba tan nervioso que no se había percatado de la ropa que portaba la viuda. Ella solo llevaba una bata que si enfocabas bien la vista podías notar la piel de ciertas zonas íntimas de su cuerpo. Al notar la incomodidad de Shiro, la viuda pensó que este se había dado cuenta que debajo de esa prenda ella no traía más ropa, y que, al ser un adolescente deseoso de contacto físico, de descubrir el cuerpo femenino y conocer cómo satisfacer sexualmente a una mujer, su nerviosismo se debía a que no sabía cómo comportarse ante tal escena. Ese pensamiento la animó a ser directa desde un inicio con el muchacho.
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