Capítulo 15.2

2016 Words
Durante esos días que tuvo que esperar para poder verla, Shiro revisó la vestimenta que llevaría, cómo arreglaría su cabello, lo que le diría al tenerla enfrente. La parte de la ropa y el estilo de peinado fue algo que Nara aportó para su sobrino. «De haberte visto crecer te hubiera comprado cientos de atuendos que combinaran con el mío para ir emparejados como sobrino y tía», decía Nara mientras Shiro se cambiaba una vez más para mostrarle a la pintora cómo se veía. Ella no sería madre ni esposa, pero la idea de la maternidad no se había escapado de su mente. Cuando vivía en Europa visitaba frecuentemente a su hermana mayor Oyuki, y no lo hacía porque la extrañara a ella, sino por sus sobrinos, ya que le encantaba cargarlos cuando eran unos bebés o niños pequeños, ver sus sonrisas cuando llegaba con enormes bolsas y cajas de regalo, prepararles algo delicioso para comer o usarlos como sus modelos o fuente de inspiración para sus obras. Nara amaba a los niños, pero no quería perder la libertad, ya que la idea de madre que tenía era la que representó Umiko: una dedicada a su hogar, hijos y marido, pero la artista sabía que ella no podría vivir sin pintar, sin soñar y crear arte, así que se decidió por mantenerse soltera y no engendrar porque para ella fue prioridad desarrollar su talento, su arte, y no el formar una familia. Nara regresó a j***n cuando Aki fue trasladado a los Estados Unidos para que sea tratado en el Hospital Mayo Clinic. Ella volvió al hogar paterno porque imaginó a su madre llorando por todos lados y a cada momento al estar preocupada por el hijo con problemas de salud que ningún especialista pudo ayudar. Aunque su hermano acababa de cumplir cuarenta y ocho años y era un hombre que hasta un año atrás fue el responsable de uno de los grupos empresariales más grandes de j***n, sabía que para su madre seguía siendo un niño de bonita sonrisa, la cual desapareció cuando se enteró que debía casarse con la hija de Los Mitoma. Por ese motivo fue que quiso estar cerca de su madre para consolarla, hacerla reír con sus ocurrencias y locuras, para ser un soporte para ella, devolviéndole la empatía que alguna vez su progenitora le entregó cuando entendió y aceptó que no vería casarse a su hija menor y no tendría nietos que provinieran de ella. Nara miraba a Shiro y sonreía al verlo feliz. Su sobrino ya no sería un niño, pero igual había algo que hacía que en ella despertara la ternura. Quizás el recuerdo de Aki al mirar a Shiro e imaginárselo a la edad de ocho o diez años igualito a su padre, como lo representaba su mente según la experiencia que la niña Nara almacenó en su memoria, era lo que hacía que no pudiera verlo como un adulto, sino como un pequeño a quien podía malcriar y consentir de más. Le ilusionaba poder aconsejar a su sobrino, ser su cómplice en aquello que no pudiera compartir con otros porque eran muy apegados a la tradición, y que necesitara a alguien como ella, moderna, diferente, de menta abierta y capaz de hacer lo que fuera para proteger a los suyos. Yuna ayudó con el discurso, lo que diría para llevar a Kazumi a la Mansión Fukuda y sin opciones de rechazar la invitación. Ella siempre fue buena con las palabras. Cuando estuvo en la escuela ganó varios años consecutivos el concurso distrital de oratoria, participando en el nacional y ganando en una oportunidad el trofeo que la posicionaba como la mejor en ese arte entre todos los estudiantes de secundaria del país. Ella tenía un gran potencial que sus padres no vieron. Ritsu siempre estuvo muy ocupado con temas de la empresa y trabajando duro para mantener el acomodado estilo de vida de su familia, por lo que no tuvo tiempo para enfocarse en sus hijos. Y la madre, pues, ella siempre fue una persona muy apegada a lo material, por lo que no era capaz de ver el corazón, la mente, el alma de sus hijos para ayudarles a reconocer sus talentos y hacerlos crecer al máximo. Cuando le dijeron que se casaría, ella apenas había acabado la escuela y tenía la ilusión de estudiar en la universidad. El matrimonio la llevó a tener que depender del humor y la manera de pensar de su esposo para hacerse una idea de cómo sería su vida futura. Para ella fue una bendición que ese hombre haya sido Aki Fukuda, alguien de quien nunca se enamoró, pero que era lo suficientemente empático para darse cuenta de sus deseos por seguir estudiando, por aprender cada día más, por lo que fue él quien le propuso ir a la universidad cuando ella tenía veintiún años y ya se consideraban amigos. Por ese detalle, y otros más que se dieron durante los años de matrimonio, Yuna amó a Aki, pero como su mejor amigo, como el hermano mayor que nunca tuvo porque aquellos que le dio la vida no fueron capaces de formar una relación sana y bonita con ella, ya que se parecían más de lo necesario a la madre Mitoma. Al saber sobre la posibilidad de que un niño de ojos dorados muy parecido a su esposo estuviera andando por j***n, nació en ella la ilusión de poder conocerlo y ser parte de la crianza y vida de esa criatura. Por la educación que recibió en su hogar, Yuna siempre pensó que un día sería madre, por lo que enterarse que no podía concebir fue un golpe duro que la promesa de Aki de no abandonarla, o cambiarla por otra mujer, y protegerla por siempre, alivió. La amistad llegó con lealtad y confianza, algo que le permitió ser la principal asesora de su esposo en los negocios, llevando al Grupo Empresarial Fukuda a sobresalir durante la gestión de este como Director General y futuro Presidente de la Junta de Accionistas. Tras la muerte de su mejor amigo y esposo y el necesario regreso de Masaki a la cabeza de los negocios familiares, Yuna no dejó de trabajar ya que se convertiría en la mano derecha de su suegro, un hombre al que había aprendido a amar como si fuera su padre. Ella miraba a Shiro mientras este se perdía en sus pensamientos al planificar las etapas del discurso que daría cuando estuviera enfrente de Kazumi. Encontraba en él tanta familiaridad con los rasgos de Aki, así como con sus expresiones faciales, algo que le parecía increíble, ya que su esposo no tuvo la oportunidad de conocer a su hijo y aportar en su crianza, haciendo que el niño copie rasgos del comportamiento de su progenitor. Masaki ya había conversado con ella sobre su idea para que el nieto que estuvo perdido pudiera obtener su grado universitario sin tener que estar atado a los estudios por cuatro años, y esta se había ofrecido a ser una de los profesionales que ayudarían a Shiro a conseguir ese objetivo. «Espero que además del parecido físico y la memoria genética que te permite mover las cejas y la nariz como lo hacía tu padre hayas heredado de él su talento con los números y capacidad de adquirir conocimiento con rapidez; lo que necesitamos para que cumplas con la meta de estudiar en un año lo que normalmente se debe hacer en cuatro. Sin embargo, de no ser así, yo estaré a tu lado para ayudarte a adquirir técnicas de aprendizaje que hagan de ti un estudiante de primera», ese era el constante pensamiento que rondaba la cabeza de Yuna al sentirse ansiosa por que ya sea el momento de poner en marcha el plan del patriarca Fukuda. Umiko fue criada para ser la tradicional esposa y madre de una familia de alta sociedad, pero al lado de Masaki entendió que, así como la mujer debe ser sumisa y dedicada a su hogar, el hombre debe ser proveedor y protector de los suyos, que la labor de uno debe ser complementada por la del otro, siendo el desempeño de ambos la base de la vida en familia. La sumisión femenina no parte de la agresividad o violencia que el hombre ejerce sobre ella, al contrario, el hombre de verdad en la cultura japonesa es aquel con alto grado de honor que se preocupa porque su familia esté cómoda y protegida. Sin embargo, cuando los matrimonios son pactados, muchas veces el amor no aparece entre los cónyuges, haciéndose el ser esposos una obligación y que alguno de ellos no cumpla bien sus funciones. Ese fue el caso de los progenitores de Umiko, quienes nunca llegaron a enamorarse por lo que su padre tuvo varias amantes durante el matrimonio, uno que solo duró doce años por la muerte de la madre, quien al saber que su marido se servía de otras mujeres para ser feliz, ella simplemente se dejó llevar por la tristeza, deprimiéndose a tal grado que un día no quiso despertar más, y sumergiéndose en un profundo sueño con la ayuda de ansiolíticos logró su cometido. La horrible historia de sus padres y la propia marcaron para ella dos lados de la moneda cuando se juega a la suerte la felicidad en un matrimonio pactado, por ello no quiso que sus hijos estuvieran sometidos a un golpe de fortuna, sino que ellos sean quienes elijan libremente con quién compartirán sus vidas, haciéndose responsables de sus decisiones. Y, aunque la vida de su hijo Aki pudo ser mejor si no le hubieran pedido casarse con Yuna para salvar a Los Mitoma de la ruina económica y no se hubiera callado la verdad sobre lo que sentía por Yumei, sus hijas tenían la vida que ellas desearon, sin ser obligadas a nada, y lo mismo quería para su nieto, por lo que estaba dispuesta a hacer todo lo que estuviera en sus manos para ayudarle a conquistar a esa fémina que le robó el corazón. La abuela Fukuda armó un exquisito menú para el almuerzo como para la cena con ayuda de la cocinera de la mansión. Coordinó con el mayordomo el menaje que se usaría para ambas comidas y cómo vestirían la mesa para cada ocasión. Shiro la acompañaba en la cocina, platicándole detalle sobre su relación con Kazumi mientras ella preparaba tarta de queso y cerezas para el postre. «Si Aki me hubiera platicado alguna vez de lo que sentía por tu madre como tú ahora lo haces sobre tus sentimientos por Kazumi, nada de lo que sufriste y nosotros padecimos mientras te buscábamos hubiera sucedido, pero quizás necesitábamos esa experiencia, ese dolor para aprender algo que nos haga mejores, y solo por eso es que no reniego del pasado», pensaba Umiko al mirar a su nieto degustando un pedazo de la primera tarta que horneó para que le diga si ese postre sería el que iría en la lista del menú. Al terminarse toda la porción que le dio y preguntar si podía repetir, Umiko entendió que su nieto aprobaba el dulce con el que cerrarían la comida. Para Shiro tener una familia no solo era algo positivo para él como persona, sino para su propósito de hacer a Kazumi su esposa. Tras el accidentado reencuentro que tuvieron al haberla salvado del ataque de dos borrachos, ella le había contado el tipo de relación que sostenía con su familia y por qué vivía sola. Eso había dejado claro que Kazumi sentía que ya no tenía a nadie a quien recurrir, por lo que estaba sola en la vida. Hasta hace poco él también lo estaba, pero al enterarse que tenía una familia que ni bien se enteró de su existencia no descansó hasta encontrarlo, supo que ya no lo estaría más. Lo que quería era que sus abuelos, su tía y su madre de cariño sean para Kazumi lo que son para él: familia; así ella no se sentiría sola, aprendería a sentirse apreciada y tendría en quiénes apoyarse ante la adversidad.
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