Para el ojo común desaparecimos, pero para nosotros que éramos agentes entrenados todo pasaba a una velocidad mucho más lenta; aunque la realidad fuera todo lo contrario. Los golpes directos no servían en mi oponente, tenía una defensa inquebrantable. No me quedó otra que optar por usar mi arco y atinarle con alguna de mis flechas. Después de intercambiar patadas voladoras y algún que otro puñetazo, tomé distancia y para cuando apunté a su corazón, él ya había efectuado su ataque seguramente al compartir el mismo pensamiento de contraataque. Así que al haber lanzado un bumerán, me dejó automáticamente inconsciente tras un golpe seco y certero sobre mi nuca, haciéndome caer como un pájaro herido en pleno vuelo desde el techo donde dio comienzo el enfrentamiento hasta el piso del jardín de